Esa noche nos despertaron los lamentos de nuestro pequeño Edson, que dormía en el cuarto que estaba encima del nuestro. Era cerca de medianoche. Nuestro hijito se aferraba a la Hna. Bonfoey, y luego, con ambas manos, luchaba contra el aire, y gritaba aterrorizado: “¡No! ¡No!”, y se acercaba más a nosotros. Sabíamos que éste era el esfuerzo de Satanás para molestarnos, y nos arrodillamos en oración. Mi esposo reprendió al mal espíritu en el nombre del Señor, y Edson se quedó tranquilamente dormido en los brazos de la Hna. Bonfoey, y descansó bien toda la noche.
Mi esposo fue atacado nuevamente. Sentía mucho dolor. Me arrodillé al lado de su cama y rogué al Señor que fortaleciera nuestra fe. Yo sabía que Dios había obrado en su favor, y reprendí a la enfermedad; no podíamos pedirle al Señor que hiciera lo que él ya había hecho. Pero oramos para que el Señor llevara adelante su obra. Repetimos estas palabras: “Tú has obrado. Creemos sin ninguna duda. ¡Lleva adelante la obra que tú has empezado!” Así suplicamos durante horas delante del Señor, y mientras orábamos, mi esposo se durmió, y descansó bien hasta la luz del día. Cuando se levantó estaba muy débil, pero no queríamos concentrarnos en las apariencias.
Confiamos en la promesa de Dios, y determinamos andar por fe. Se nos esperaba en Auburn ese día para recibir el primer número del periódico. Creíamos que Satanás estaba tratando de obstaculizarnos, y mi esposo decidió ir confiado en el Señor. El Hno. Harris alistó el carruaje, y la Hna. Bonfoey nos acompañó. A mi esposo tuvieron que ayudarlo para subir al carro; sin embargo, con cada kilómetro que recorríamos aumentaban sus fuerzas. Manteníamos nuestra mente en Dios, y nuestra fe en constante ejercicio, mientras recorríamos el camino con paz y felicidad.
Cuando recibimos la revista impresa y regresamos a Centerport, teníamos la seguridad de hallarnos en la senda del deber. La bendición del Señor descansó sobre nosotros. Aunque nos había golpeado Satanás, habíamos ganado la victoria por medio de Cristo que nos fortalecía. Llevábamos una cantidad considerable de periódicos con la preciosa verdad para el pueblo de Dios.
Nuestro niño se estaba restableciendo, y no se le permitió a Satanás que volviera a afligirnos. Trabajábamos desde temprano hasta tarde, a veces sin tomar tiempo para sentarnos a la mesa para ingerir nuestros alimentos. Con un plato de alimento a nuestro lado, comíamos y trabajábamos al mismo tiempo. Al abusar de mis fuerzas para doblar las grandes hojas de papel, me acarreé un fuerte dolor de hombro que persistió durante muchos años.
Como habíamos planeado un viaje hacia el este, ahora que nuestro hijo se había restablecido y podía viajar, nos embarcamos hacia Utica. En ese lugar nos despedimos de la Hna. Bonfoey, de mi hermana Sara y de nuestro hijito, y continuamos viajando hacia el este, mientras el Hno. Abbey los llevaba a su casa. Fue para nosotros un sacrificio separarnos de esas personas con las que estábamos unidos con tiernos lazos de afecto. Teníamos especialmente a nuestro hijo Edson en nuestros corazones, porque su vida había corrido tanto peligro. Luego viajamos a Vermont y tuvimos una conferencia en Sutton.
La publicaciónReview and Herald. –Esta revista se publicó en Paris, Estado de Maine, en noviembre de 1850. Era de mayor tamaño y se le había cambiado el nombre al que todavía lleva, The Adventist Review and Sabbath Herald [La Revista Adventista y Heraldo del Sábado]. Nos albergamos en la casa del Hno. A. Queríamos vivir con economía con el fin de sostener el periódico. Los amigos de la causa eran pocos y pobres en riquezas mundanales, por lo que tuvimos que luchar contra la pobreza y el desaliento. Teníamos muchas preocupaciones y a menudo nos quedábamos hasta medianoche, y a veces hasta las dos o tres de la madrugada, corrigiendo pruebas de prensa.
El trabajo excesivo, las preocupaciones, las ansiedades y la falta de alimentación adecuada y nutritiva, aparte de la exposición al frío durante nuestros largos viajes invernales, fueron demasiado para mi esposo, quien se rindió a la fatiga. Su debilidad llegó a ser tan acentuada que a duras penas podía caminar hasta la imprenta. Nuestra fe fue probada hasta el extremo. Gustosos habíamos sufrido privaciones, fatigas y penalidades, y sin embargo nuestros motivos se interpretaban erróneamente, y se nos trataba con desconfianza y celos. Pocas de las personas por cuyo bien habíamos sufrido daban muestras de apreciar nuestros esfuerzos.
Estábamos demasiado afligidos para dormir o descansar. Las horas que hubiéramos podido dedicar a dormir para recuperarnos, solíamos emplearlas en responder a largas cartas dictadas por la envidia. Muchas horas en que los demás dormían, las pasábamos en angustioso llanto, lamentándonos ante el Señor. Al fin mi esposo dijo: “Mujer, es inútil que intentemos seguir luchando. Esta situación me está quebrantando, y no tardará en llevarme al sepulcro. Ya no puedo más. He redactado una nota para el periódico diciendo que me es imposible continuar publicándolo”. En el momento en que mi esposo cruzaba la puerta para llevar la nota a la imprenta, me desmayé. Él volvió y oró por mí. Su oración fue oída y me repuse.
A la mañana siguiente, mientras orábamos en familia, fui arrebatada en visión y se me instruyó respecto de estos asuntos. Vi que mi esposo no debía desistir de la publicación del periódico, porque Satanás trataba de inducirlo a dar ese paso y usaba diversos agentes para conseguirlo. Se me mostró que debíamos continuar publicándolo, pues el Señor nos sostendría.
No tardamos en recibir urgentes invitaciones para celebrar conferencias en diversos Estados, y decidimos asistir a las reuniones generales de Boston, Massachusetts; Rocky Hill, en Connecticut; y Camden y West Milton, en Nueva York. Todas estas reuniones fueron de mucho trabajo, pero sumamente provechosas para nuestros diseminados hermanos.
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