Nando Cruz - Pequeño circo

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A finales de
los 80, cuando los héroes de la Movida madrileña estaban de capa caída o habían sucumbido a la tentación del mainstream y las multinacionales, surge una nueva generación que, fuertemente influida por el pop-rock independiente británico y norteamericano y por la proclama del punk del «hazlo tú mismo», empieza a gestar un nuevo universo sónico que bascula entre el
noise, el
rock de garaje y el
pop más naíf y etéreo. Al mismo tiempo, de los lugares más insospechados del territorio español, algunos jóvenes deciden montar su sello discográfico, a veces incluso en su casa, sin más medios que un fax, un teléfono y una estantería. También aparecen numerosos fanzines que, a base de corta y pega y fotocopias, se hacen eco de la nueva escena musical; la mayoría de veces para ensalzarla, pero también para parodiarla y denigrarla. Nace así el indie en España. El periodista musical Nando Cruz, tras un año y medio de trabajo y después de entrevistar a más de cien personas, compone por primera vez el apasionante retrato de una generación que, amplificada por una prensa especializada que acogió sus propuestas con un entusiasmo inusitado, se presentó como la alternativa musical de los 90. «Pequeño circo» es un recorrido por aquella década construido a través de las anécdotas, confesiones, epopeyas, ambiciones, errores, trapicheos, éxitos y fracasos de sus protagonistas. Pero entre los recuerdos y reflexiones de los entrevistados, también se cuela una mirada reflexiva y crítica, fruto del análisis y la distancia que proporcionan los más de veinte años transcurridos desde que empezó a cobrar forma aquella escena.

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ANTONIO ARIAS: En inglés no había mucha manera de competir. Cuando te defiendes en otro idioma, aunque tus ideas sean muy buenas, pareces más tonto, ¿no? Y también estaba la intención de buscar otro tipo de escritura.

Había en España una técnica muy ochentera que fue la que sobre todo quise evitar: eso que los músicos llamamos el zinglés : sacar primero las letras en inglés —« wanna hold and a mirror and a holder and a mili baby… »— y luego convertir eso en dos frases en español. Es un camino sin salida porque te acostumbras a un sonido que en absoluto vas a poder emular en español. Es mejor que el primero tortazo sea inmediato y partir de cualquier tontería en español.

ERIC JIMÉNEZ: A esa edad no entendía mucho las letras de Antonio, pero me producían un impacto que me agradaba, porque cuando veía La edad de oro y salían los subtítulos de las canciones de los grupos extranjeros, yo notaba que, a diferencia de las que se escribían en España, eran letras muy gráficas. Eran como visiones.

ANTONIO ARIAS: La primera lección para escribir letras de otra manera e incorporar aspectos sociales la recibí de Joe Strummer. Una de las técnicas que utilizaba era escribir una frase; por ejemplo, «la mujer del coronel va paseando por la catedral». Luego hacía una lista de diez o veinte palabras que rimaran con «catedral», y luego, lo más difícil: rellenar el hueco de las frases de en medio. Y ahí empezaba a meter la estructura de collage con la mayor perfección que he visto en mi vida. Era capaz de introducir nombres de marcas y a la vez un pensamiento social. Es como si das un giro de trescientos sesenta grados en el centro de la ciudad y describes todo lo que eres capaz de retener. Eso ya conformaba un mensaje. Y el collage siempre ha sido muy pop y muy adelantado.

Escribir sobre la realidad se asociaba a cosas que en seguida dejaron de gustar. La misma influencia de los Clash desapareció muy rápido porque en seguida te asociaban con Kortatu, a un planteamiento de radicalización contrario a la sociedad. Y una forma de no radicalizarte era escribir como empezaron haciendo Los Planetas en sus primeras letras: hablar de un mundo más naíf. No digo que describir sea más valiente, pero quizá luego la cosa progresó hacia la evasión, a reflejar una sociedad más indolente.

JUAN HERMIDA: Cuando se presentó Hipnosis en directo fue un shock. Enlazaron todas las canciones. No hubo ni el mínimo parón. Fue un trallazo, un muro de sonido. Al cabo de una hora se fueron y la gente se preguntaba qué había pasado. Decían que el batería era como Thor con los martillos.

FERNANDO PARDO: El primer disco de Lagartija marcó un camino diferente. Era lo que yo creía que los grupos madrileños podrían haber hecho si hubiesen optado por cantar en castellano. Me daba la impresión de que en Madrid siempre se tiraba a lo facilón y autocomplaciente.

JUAN HERMIDA: Para mí, hay tres discos que marcan un antes y un después en la escena independiente española. El primero, indudablemente, es Independence , de Sex Museum; empezando por el título. Ese disco es el «podemos». Demostraron que cantando en inglés y haciendo música de garaje no comercial en un sello independiente de tercera división como el mío se podía funcionar. El segundo, que reafirma eso un año y medio después, fue el de Lagartija Nick. Ahí ya íbamos muy adelantados a los demás: cuando la gente empezaba a asumir a Sex Museum, salió Hipnosis con esa portada y esas letras surrealistas. Y el tercero ya sería el Super 8 de Los Planetas.

Independence e Hipnosis vendieron muy poco. Yo no podía venderlo en El Corte Inglés y ese era un obstáculo abismal. En una compañía más estable hubiese vendido muchísimo más. Lagartija Nick habían conseguido cierto impacto en la escena independiente, pero los medios no sabían cómo tratarlo. No era 091, era otra cosa.

Volví a sentir la misma impotencia que con Sex Museum. No tenía dinero. El grupo había llegado hasta donde yo podía situarles. Me reuní con ellos en Granada y allí acordamos dejar de colaborar tanto Javier como yo. Tenía totalmente asumido mi naturaleza independiente y les anticipé que no pondría ninguna traba a Sony Music.

CAMBIAR A SONY DESDE DENTRO

ANTONIO ARIAS: Había el eco de los Nirvana, y Sony quería probar y meter pasta en algo así. Y por el mismo hecho de entrar en una multinacional, tú querías demostrar lo valiente que eras y te posicionabas ante la compañía haciendo discos que para ti fueran inolvidables y para ellos… casi que también. Los de la compañía se echaban las manos a la cabeza: que si esto tiene mucha letra, que si esto tiene poca letra, que si esto no va a llegar a la gente… En el fondo, no tenían la intención de pararlo y nosotros entramos con decisión porque sabíamos que nadie nos podía imponer nada.

Antes había esa permisividad. Nosotros no teníamos obligación de mostrar maquetas para que eligieran el repertorio. Luego las compañías ya no fueron tan permisivas y los grupos que entraban me decían, «me han elegido diez canciones y me han pedido otras veinte». Los grupos son más dóciles porque cuanto más tiempo se queden en el mismo sitio, mejor les va.

Nosotros, si acaso, mostrábamos las canciones para que el productor guiri se hiciera una idea. Buscamos primero a Steve Brown porque había hecho el Generation Terrorists de los Manic Street Preachers. Steve Brown no podía, pero dijo que él había currado ese disco con Owen Davies. Owen había estado con XTC, los Jam… Era hijo de italiano y tenía mucho arte.

ERIC JIMÉNEZ: Nos dieron las dietas de todo el mes para la grabación del Inercia y al día siguiente ya no teníamos nada. Estábamos con Owen Davies y nos animábamos en la piscinita del hotel con los cócteles y las cervezas. Owen tenía un poder adquisitivo superior al nuestro. Él pedía Moët Chandon y lo pagaba, pero de vez en cuando te calentabas y decías, «¡venga, pago yo la botella de Moët Chandon!». Al día siguiente, te levantabas con una resaca de puta madre, sin dinero para desayunar y decías, «¡qué he hecho!».

ANTONIO ARIAS: Al Eric no lo dejaban salir del hotel. Habíamos dejado una cuenta de doscientas mil pesetas. No sé cómo conseguimos salir, fuimos a Sony y el Eric se tumbó encima de la mesa de la sala de juntas y les dijo, «si no pagáis la cuenta de la habitación, me quedo a vivir aquí».

ERIC JIMÉNEZ: Les dije que me habían robado en el zoo. Me encerré en la sala de juntas y me dijeron que muy bien, pero que lo arreglase mi mánager. Llamó Lalo y me dijo que nos daba él el dinero, pero era una artimaña para que saliera de ahí. Y una vez ya fuera, alguien nos dio el dinero. No sé quién sería.

Estábamos en el Tryp Monte Real. Antonio y yo compartíamos habitación, y todas las mañanas, cuando él estaba grabando voces, yo me iba a comprar mortadela y pan y, cuando él llegaba, le decía, «cariiiiiñoooo, ya he preparado la comida».

ANTONIO ARIAS: Lo grabamos en quince días, pero te tirabas cuatro meses como una estrella del rock. Fue una experiencia muy interesante: te enseña que puedes hacer un disco en una semana, en cinco meses y en cinco años. En discos que tienes tan ensayados no es necesario tanto, pero te lo pasas bien.

ERIC JIMÉNEZ: En Sony no entendían el producto ni sabían enfocarlo. Yo no lo hubiera presentado a Los 40. Pero Sony lo presentaba y luego se cabreaban porque no nos querían. Eso iba por colores y nunca fuimos «disco rojo»82. El negro era el color que más nos gustaba y el que menos les gustaba a ellos.

ANTONIO ARIAS: Repasando entrevistas de esa época, solo se nos oye reivindicar la idea de cambiar el sistema desde dentro. Me da vergüenza. Era mejor oír los discos que nuestras declaraciones. Estábamos en ese momento de soberbia y chulería. Decíamos, «a estos de Sony los vamos a hacer indies» y tonterías de esas… A los de Sony esas declaraciones absurdas no les molestaban. Decían, «bah, métete conmigo, a mí me da igual».

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