TODO me sale mal.
Soy horrible.
Me manché la camisa con café, toda la gente creerá que soy un dejado. Es horrible.
Una mujer joven exclamando: «¡Me ha salido una arruga! ¡Me estoy haciendo vieja!»
El bolso y los zapatos no están conjuntados, es un desastre, no puedo salir así.
A mí me suceden todas las desgracias.
El mundo está contra mío.
Todo está tan caro que no voy a tener dinero ni para comer (lo dice una persona en una buena situación económica).
No sirvo para nada.
Te llamé mil veces y no viniste ni me respondiste. ¡No significo nada para ti!
Hace mil horas que te espero.
Cometí un error, soy un idiota consumado.
Siempre a mí, siempre a mí.
Uno de los grandes problemas fundamentales que es preciso erradicar son las exageraciones; ese ánimo de magnificar cualquier tontería, infortunio o circunstancia y categorizarlo como desgracia. Es la manera de elevar un inconveniente a la enésima potencia y convertirlo en algo casi imposible de resolver.
Las exageraciones le dan a cualquier contrariedad ese toque de tragedia que tan agradablemente nos gusta dispensar. Si algo es apenas una molestia no es necesario mirarlo como si fuera un tormento ¿no? Qué acostumbrados estamos a funcionar de esa manera. No es correcto vivir así.
Veamos juntos esto que decía Epícteto ya en el siglo I d. C. (se ve que este tema es más viejo que la humedad):
«Podemos aprender la intención de la Naturaleza respecto a las cosas por medio de aquellas que no nos atañen; por ejemplo, cuando un vecino rompe una copa, en seguida, al oírle lamentarse, piensas que es un accidente vulgar y sin importancia; pues bien, si el percance te ocurre a ti, acostúmbrate a mirarlo con la misma tranquilidad e indiferencia que si se tratase de tu vecino.Y no dejes de aplicar este método aun a las cosas de mayor importancia. Cuando fallece la mujer de otro, en seguida le decimos que no se desespere, ya que se trata de algo inevitable e inherente a la condición humana; en cambio, si se trata de la nuestra, sin escuchar razones y consuelos, nos deshacemos en gemidos y llantos. Pues bien: se trata precisamente de acordarnos en las desgracias propias del estado de conformidad con que miramos las ajenas, si queremos ser menos desgraciados».
Es decir, que para ser feliz y vivir en paz es importante tomarse las cosas de manera más calmada, sin exagerar, sin problematizar demasiado.
Uno de los principios fundamentales de una vida plena y feliz es no dramatizar y vivir más tranquilo sin darle demasiada trascendencia a los acontecimientos de la vida. Por eso Epícteto recomendaba tener fuerza emocional, fortaleza de carácter para hacer frente a los contratiempos en la justa proporción y medida.
Esto es justamente lo que debemos aprender a hacer... No exagerar, no perder el control, no desesperarnos y magnificar.
Es posible ver las cosas de otra manera, hacer una lectura diferente de las cosas y educarnos para enfrentar los conflictos de manera más equilibrada. Es fundamental tomar las riendas de nuestras emociones.
Yo tengo mala suerte
Cuántas veces atribuimos a la mala suerte nuestra propia negligencia y abandono, me pregunto. Cuántas veces llamamos mala suerte a situaciones que nosotros mismos creamos. Por eso es tan importante entender que en la mayoría de los casos NO nos cae encima la mala suerte, sino que nosotros mismos la construimos, y que por lo tanto, podemos salir de ese lado negativo de la mala suerte para vivir en el lado positivo de la vida, llamémosla buena suerte; «esa buena suerte» que se construye a conciencia, planificando, organizando, pensando lógicamente para hacer las cosas bien.
De eso se trata la buena/mala suerte, de hacer bien, de medir consecuencias, de ver la forma de hacer las cosas para que nos salgan bien.
Hacernos responsables de nuestra vida, tanto de lo bueno como de lo malo es un paso primordial para madurar.
¿Seguro que es «mala suerte»?
Recuerdo que un amigo tenía un mes para mudarse del lugar en donde vivía. Cada vez que lo veía le preguntaba cómo iba con la organización de la mudanza, los paquetes, cajas, embalaje, y el respondía, «ya lo haré… ya lo haré, no hay prisa». A medida que pasaba el tiempo le recomendaba que fuera embalando electrodomésticos y cosas frágiles para protegerlas cuando las subieran y bajaran del camión y las dispusieran en la nueva casa.
El 31 de agosto debía pasar el camión de mudanzas para recoger todo y la noche anterior me llamó para que lo ayudara «un poco», según sus palabras.
Cuando llegué a su hogar, no había hecho nada, ni un solo paquete. NADA. Me quedé con él hasta la madrugada haciendo cajas, ordenando aquí y allá. Sin embargo no nos alcanzaba el tiempo para organizarlo todo. Efectivamente, a las 7 de la mañana apareció la gente de la mudanza y ni siquiera la mitad de sus pertenencias estaban listas para cargarse. La ropa se puso desordenada en canastos y bolsas, los cd’s, películas, medicamentos, todo iba mezclado en bolsas. La cama y el sillón debieron desmontarlos en aquel momento para poder meterlos en el camión, la nevera, lavadora y horno, al no ir envueltos en cartón y cinta terminaron con marcas y daños de otro tipo. Toda esta desorganización hizo que una tarea que debía hacerse en tres horas se hiciera en siete. Al finalizar toda la movida, me dijo: «qué mala suerte tengo, se me rompieron cosas y el trabajo me costó el doble».
Creencias irracionales
Me gustaría explicarles este tema de acuerdo con la definición de Albert Ellis: «No son los acontecimientos (A) los que nos producen los estados emocionales (C), sino la manera de interpretarlos (B). No es A quien genera C, sino B. Por lo tanto, si somos capaces de cambiar nuestros esquemas mentales (D) seremos capaces de generar nuevos estados emocionales (E) menos dolorosos y más acordes con la realidad, por tanto, más racionales y realistas».
De este modo, Ellis concibió una serie de creencias irracionales y las reunió en once ideas irracionales básicas:
Es imprescindible ser amado y aprobado por cuantos me rodean.No sólo es hiperexigente y extenuante sino que es imposible. No existe un ser humano que sea aprobado o querido por «todos». Este deseo y necesidad de agradar a todo el mundo produce un comportamiento inseguro y temeroso.No está mal el desear caer bien y ser amado, pero no debe transformarse en una necesidad. No es lógico esperar que todos nos quieran.Si bien es agradable sentirse amado y aprobado no debe convertirse en condición para nuestra felicidad.
Para ser valioso debo conseguir todo lo que me propongo. Si soy una persona valiosa, tengo que ser siempre competente, suficiente y capaz.El ser humano tiene muchísimas cualidades por las que puede considerarse valioso. Esta valía no depende del éxito o de demostrar «superpoderes».Es importante poder hacer cosas sin que la meta final sea el éxito. Nadie está exento de cometer equivocaciones.
Hay personas viles y malignas que deben ser castigadas por su maldad.En lugar de pensar así, sería más coherente y beneficioso pensar que los humanos somos seres con muchas limitaciones y que la mayoría de las veces actuamos de manera automática e inconsciente sin una «maldad consciente» o adrede.Practicar la empatía es la mejor actitud.
Es horrible y catastrófico que las cosas no salgan o no sean como yo deseo o quiero.No hay razón para pensar que las cosas deberían suceder como uno las desea. Cuando las cosas no salen o se producen como las esperamos se puede trabajar para cambiarlas, pero no morir en el intento o frustrarse.Debemos aprender a convivir con aquello que nos desagrada.
La desgracia humana se origina por causas externas, y la gente tiene poca capacidad o ninguna para controlar sus penas y perturbaciones.Cuando experimentamos una emoción dolorosa, es importante reconocer que somos los creadores de dicha emoción y, por lo tanto, tenemos el mismo poder para cambiarla.Al observar de forma objetiva las emociones se pueden descubrir los pensamientos ilógicos que están asociados con esas emociones.
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