—Agentes Wise y DeMarco —dijo Kate, mostrando su placa.
—Sheriff Bannerman —dijo el viejo policía—. Encantado de que hayan llegado hasta aquí. Este caso nos ha desconcertado en verdad.
—¿Le importaría llevarnos adentro y darnos los detalles? —preguntó Kate.
—Por supuesto.
Bannerman las condujo por los anchos escalones hasta un porche decorado de manera minimalista. Dentro, la casa tenía el mismo estilo, lo que hacía que la residencia ya de por sí amplia se viera más grande. La puerta principal se abría a un vestíbulo revestido con baldosas que conducía a un ancho salón, y a una curvilínea escalera que terminaba en el segundo piso. Bannerman las guió por el pasillo y a la derecha. Ingresaron a una espaciosa sala de estar, cuya pared opuesta estaba ocupada por una biblioteca tan sencilla como enorme. La sala de estar contenía también un elegante sofá y un piano.
—El despacho de la víctima está justo por aquí —dijo Bannerman, conduciéndolas a traves de la sala de estar bacia un área revestida de la misma manera que el vestíbulo. Un sencillo escritorio estaba pegado de la pared opuesta. A la derecha, una ventana se abría a un jardín en rotonda. Un florero con ramas de la planta de algodón se hallaba colocado en una esquina. Lucía sencillo y era claramente falso, pero encajaba muy bien en la habitación.
—El cuerpo fue descubierto ante su escritorio, en esta misma silla —dijo Bannerman. Hizo un gesto dirigido a una silla de escritorio muy sencilla. El tipo de sencilla que suele ostentar una etiqueta con un precio exorbitante. El solo verla hizo que Kate sintiera la comodidad en su espalda.
—La víctima era Karen Hopkins, lugareña durante la mayor parte de su vida, creo. Estaba trabajando cuando la asesinaron. El correo-e que nunca terminó estaba todavía en la pantalla cuando su marido descubrió el cuerpo.
—Los reportes dicen que no había señales de que hayan forzado la entrada, ¿es eso correcto? —preguntó DeMarco.
—Es correcto. De hecho, el marido nos dijo que todas las puertas estaban cerradas cuando él llegó a casa.
—Así que el asesino cerró antes de marcharse —dijo Kate—. No es inusual. Sería una forma infalible de despistar a los investigadores. Con todo… tuvo que entrar de alguna manera.
—La Sra. Hopkins es la segunda víctima. Hace cinco días, hubo otra. Una mujer como de la misma edad, asesinada en su casa mientras su marido estaba en el trabajo. Marjorie Hix.
—Usted dijo que Karen Hopkins estaba trabajando cuando fue asesinada —dijo Kate—. ¿Sabe qué era lo que hacía?
—De acuerdo a su esposo, no era en realidad un trabajo. Era solo una actividad complementaria para ganar algo extra de dinero y acelerar el retiro. Mercadeo en línea o algo así.
Kate y DeMarco se tomaron un momento para examinar la oficina. DeMarco revisó la papelera junto al escritorio y los folios de papel en la pequeña bandeja en el borde del mismo. Kate recorrió el piso buscando posibles fragmentos, hasta quedar parada una vez más junto al florero de falsas ramas de algodón. Casi instintivamente, estiró la mano y tocó la suave cabeza de uno de los tallos. Justo como imaginó, era falso pero su suavidad era casi calmante. Notó que varios de los tallos estaban rotos antes de volver su atención al escritorio.
Bannerman mantuvo una respetuosa distancia, paseándose entre el límite de la sala de estar y la ventana, mirando hacia el jardín que se hallaba fuera de la oficina.
Karen notó de inmediato que el escritorio miraba hacia la pared. No era demasiado inusual; tenía entendido que para la gente con problemas de atención era una excelente forma de mejorar su concentración. También sabía que ello significaba que probablemente nunca supo lo que venía hasta que sucedió.
Sus sospechas se volvieron automáticamente hacia el marido. Quienquiera que la mató había entrado a la casa silenciosamente y hecho muy poco ruido.
Eso, o ya estaba aquí y ella no sospechaba nada.
De nuevo, todos los indicios apuntaban al marido. Pero era una calle ciega: basándose en todo lo que sabían, el marido tenía una sólida coartada. Ella podía verificarla pero la historia le decía que no solía haber fisuras en las coartadas laborales.
Antes de enunciar tal cosa a DeMarco o Bannerman, puso un pie en la sala de estar. Para pasar a la oficina, uno tenía que pasar por la sala de estar. El piso estaba cubierto con una muy hermosa alfombra oriental. El sofá parecía que raramente era usado y el piano lucía como una antigüedad —de la clase que nunca era tocado pero que era agradable de ver.
En las paredes había un surtido de libros, muchos de los cuales le parecieron que nunca habían sido abiertos… solo eran libros de mesa de café que se veían bonitos en los estantes. Casi al final del estante más alejado vio libros que lucían en cambio gastados y usados: algunos clásicos, unas pocas novelas de suspenso en tapa blanda, y varios libros de cocina.
Buscó algo extraño o fuera de lugar pero no encontró nada. DeMarco entró también a la sala de estar. Frunció el ceño y se encogió de hombros.
—¿Ideas? —preguntó Kate.
—Creo que necesitamos hablar con el marido. Incluso con tan sólida coartada, quizás pueda desvelar algún pequeño dato.
Bannerman estaba parado en la entrada de la sala de estar, con los brazos cruzados mientras las miraba. —Lo hemos interrogado, por supuesto. Su coartada es a prueba de balas. Al menos nueve personas en su trabajo lo vieron y hablaron con él mientras su esposa era asesinada. Pero también declaró que estaba dispuesto a contestar cualquier pregunta que tengamos.
—¿Dónde se está quedando? —preguntó Kate.
—En casa de su hermana, como a cinco kilómetros de aquí.
—Sheriff, ¿tiene un archivo de la primera víctima?
—Lo tengo. Puedo hacer que alguien le envíe por correo-e una copia si gusta.
—Eso sería grandioso.
Bannerman tenía tanta edad como experiencia. Sabía que las agentes habían terminado su escrutinio de la residencia Hopkins. Sin que se lo dijeran, se giró para encaminarse a la puerta principal con Kate y DeMarco detrás de él.
Al caminar hasta sus autos, agradeciendo a Bannerman por reunirse con ellas, el sol finalmente había alcanzado su sitio de permanencia en el cielo. Eran poco más de las ocho de la mañana y Kate sentía que el caso ya estaba casi en movimiento.
Esperaba que fuese un buen presagio.
Por supuesto, cuando se subieron al auto y notó que unas nubes grises venían flotando, intentó ignorarlas.
Bannerman había llamado para avisarle al marido que el FBI venía a hablar con él. Cuando Kate y DeMarco llegaron a la casa de su hermana diez minutos después, Gerald Hopkins estaba sentado en el porche con una taza de café. Al subir los escalones, Kate vio que el hombre estaba agotado. Sabía cómo se veía la pena, y nadie se veía bien con ella. Pero cuando la fatiga formaba parte de la ecuación, era mucho peor.
—Gracias por aceptar hablar con nosotras, Sr. Hopkins —dijo Kate.
—Por supuesto. Cualquier cosa que pueda hacer para encontrar al que hizo esto.
Su voz sonaba ronca y débil. Kate imaginó que había pasado buena parte de los últimos dos días llorando, sollozando, y quizás incluso gritando. Y durmiendo muy poco entretanto. Contemplaba su taza de café, sus ojos pardos parecían a punto de cerrarse en cualquier instante. Kate pensó que de no haber estado envuelto en tan horrendo pesar, Gerald Hopkins sería probablemente un hombre apuesto.
—¿Está su hermana? —preguntó DeMarco.
—Sí. Está adentro, encargándose de los… arreglos —hizo una pausa, inhaló con fuerza para luchar con lo que Kate supuso eran unas ganas de llorar, y luego tembló un poco. Sorbió un poco de café y prosiguió—. Ella ha sido increíble. Manejando todo, enfrentando las cosas por mí. Manteniendo alejados a los entremetidos de esta ciudad.
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