— ¿Puedes abrazarme?—pidió Emily.
Daniel la miró, y ella reconoció la mirada de adoración en sus ojos. Había echado tanto de menos esa mirada, y sin embargo parecía que las seis semanas llejos de ella la habían fortalecido más. Emily nunca había sido vista de esa manera, y eso hizo que su corazón saltara un latido.
Ella se puso de pie, tomando la mano de Daniel, y lo llevó al sofá. Juntos se sumergieron en él, el toque del terciopelo verde que le recordaba a Emily de inmediato el momento en que hicieron el amor aquí, junto a la chimenea. Mientras Daniel la abrazaba, ella se sintió tan contenta como esa noche, escuchando los latidos de su corazón, respirando su aroma. No había otro lugar donde ella quisiera estar ahora mismo que aquí, con Daniel, su Daniel.
—Te extrañé—escuchó a Daniel decir—. Demasiado.
De alguna manera, con ellos acurrucados en esta posición, sin contacto visual, Emily encontró más fácil discutir sus sentimientos—. Si me extrañaste tanto, podrías haber llamado.
—No pude.
— ¿Por qué no?
Escuchó el suspiro de Daniel.
—Era tan intenso lo que estaba pasando allí que no podía soportar la idea de que te rindieras conmigo. Si te hubiera llamado, habrías confirmado mis peores temores, ¿sabes? La única forma de superar toda esta prueba fue aferrándome a la esperanza de que aún estarías aquí para mí cuando volviera.
Emily tragó. Le dolió oírle hablar así, pero su honestidad fue muy bienvenida. Ella sabía que todo esto había sido increíblemente difícil para él y que tendría que ser paciente. Pero al mismo tiempo, ella también había pasado por una prueba. Seis largas semanas sin noticias, esperando y preguntándose qué podría pasar cuando Daniel regresara, o si regresaría. Ni siquiera se le había ocurrido que él traería a su hija a casa con él. Ahora tenía que empezar a imaginar de qué manera sus vidas y su relación cambiarían, ahora que tenían una hija que cuidar. Ambos estaban parados en un terreno nuevo e inestable.
—Suena como si no tuvieras mucha fe en mí—dijo Emily en voz baja.
Daniel se quedó callado. Entonces su mano comenzó a acariciar su cabello—. Lo sé—dijo—. Debería haber confiado más en ti.
Emily suspiró profundamente. Por ahora eso era todo lo que necesitaba escuchar; la afirmación de que fue su falta de confianza en ella lo que había convertido una situación difícil en algo mucho más difícil de lo que debía ser.
— ¿Cómo era?—Emily preguntó, curiosa, pero también en un intento de hacer que Daniel se abriera, para ayudarlo a no sufrir en silencio—. Tu estadía en Tennessee, quiero decir.
Daniel respiró hondo—. Me quedé en un motel. Visitaba a Chantelle todos los días, sólo para tratar de protegerla, sólo para ser una cara cálida y amistosa. Vivían con el tío de Sheila. Literalmente no había nada allí para un niño. —Su voz se tensó—. Chantelle se mantenía alejada. Había aprendido a no molestar a ninguno de los dos.
El corazón de Emily se apretó—. ¿Los vio Chantelle consumiendo drogas?
—No lo creo—fue la respuesta de Daniel—. Sheila está viviendo una vida de completo desorden, pero no es un monstruo. Se preocupa por Chantelle, me doy cuenta. Pero no lo suficiente para ir a rehabilitación.
— ¿Intentaste que se fuera?
Emily oyó a Daniel aspirar aire entre sus dientes.
—Todos los días—dijo cansado—. Dije que yo pagaría. Le dije que les encontraría un lugar para que no tuvieran que vivir más con el tío. —En la voz de Daniel, Emily escuchó su corazón roto, su desesperanza por el estado miserable de la vida de su hija. Sonaba insoportable—. Pero no puedes forzar a alguien a cambiar si no está preparado. Eventualmente, Sheila aceptó que Chantelle estaría mejor conmigo.
— ¿Por qué no te dijo que estaba embarazada?—preguntó Emily.
Daniel se rió con tristeza—. Ella pensó que yo sería un mal padre.
Emily no podía imaginar la clase de hombre que Daniel debió haber sido una vez para hacer que alguien pensara tal cosa. Para ella, Daniel sería el padre perfecto. Ella sabía que había tenido una mala racha de chico, unos pocos años de juventud rebelde, pero estaba segura de que esa no podía ser la verdadera razón por la que Sheila le había ocultado su embarazo, o por la que mantenía en secreto la existencia de su hija. Era una excusa, una mentira pronunciada por un consumidor de drogas que apartaba la culpa de sus propios fracasos.
—No crees eso, ¿verdad?—Emily preguntó.
Sintió que la mano de Daniel comenzaba a acariciar su cabeza de nuevo—. No sé cómo me habría comportado hace seis años cuando ella nació. O incluso cuando Sheila estaba embarazada. No era exactamente del tipo comprometido. Podría haber huido.
Emily se movió para estar de frente a Daniel, y le envolvió los brazos alrededor de su cuello—. No, no lo habrías hecho—le imploró—. Te habrías convertido en el padre de esa niña, como lo estás haciendo ahora. Hubieras sido un buen hombre, hubieras hecho lo correcto.
Daniel la besó suavemente—. Gracias por decir eso—dijo, aunque su tono traicionó su incertidumbre.
Emily se acurrucó de nuevo en él, apretándose un poco más. Ella no quería verlo así, con dolor, lleno de dudas. Parecía nervioso, pensó Emily, y se preguntó si estaba luchando con el reajuste de estar en casa, de ser padre de repente. Daniel debió haber estado tan concentrado en Chantelle que se había olvidado de prestar atención a sus propias emociones, y sólo ahora, en la cálida, acogedora y segura cochera, pudo darse a sí mismo el espacio para sentir.
—Estoy aquí para ti—dijo ella, acariciando suavemente su pecho con su mano—. Siempre.
Daniel suspiró profundamente—. Gracias. Es todo lo que puedo decir.
Emily sabía que venía de su corazón. Gracias era suficiente para ella por ahora. Ella se hundió contra él y escuchó el sonido de su respiración ralentizándose mientras él caía en un sueño. Poco después, sintió que el sueño también la inundaba.
*
Se despertaron abruptamente por el sonido de Chantelle agitándose en la cama en la habitación de al lado. Emily y Daniel saltaron del sofá, desorientados por el repentino brillo de la habitación. En la chimenea, las brasas aún ardían.
Un momento después, la puerta del dormitorio se abrió un poco.
— ¿Chantelle?—Daniel dijo—. Puedes salir. No seas tímida.
La puerta se abrió lentamente por completo. Chantelle estaba allí de pie, usando una de las camisas grandes de Daniel, su cabello rubio enredado en su cara. Aunque no compartía el pelo oscuro de Daniel ni su piel de olivo, su parecido era irrefutable. Especialmente sus ojos. Ambos tenían el mismo tono de azules lirio, penetrantes.
—Buenos días—dijo Emily, dándose cuenta de lo rígida que estaba por las pocas horas de sueño que ella y Daniel habían tenido en el sofá—. ¿Quieres que te haga el desayuno?
Chantelle se rascó la barbilla y miró tímidamente a Daniel. Él asintió con la cabeza, enseñándole que estaba bien usar su voz aquí, que no le gritarían o le llamarían una molestia en este lugar.
—Ajá—dijo Chantelle con voz tímida.
— ¿Qué te gusta?—Emily preguntó—. Podría hacer panqueques, tostadas, huevos. ¿O prefieres cereal?
Los ojos de Chantelle se abrieron de par en par con asombro y Emily se dio cuenta con una punzada dolorosa de que probablemente nunca antes le habían dado una opción. Quizás ni siquiera le habían dado el desayuno.
—Quiero panqueques—dijo Emily—. ¿Y tú, Chantelle?
—Panqueques—repitió.
—Oye, ¿sabes qué?—Emily añadió—. Podríamos ir a la casa grande y desayunar allí. Tengo arándanos en mi nevera para poder ponerlos en los panqueques. ¿Qué opinas, Chantelle? ¿Te gustaría ver la casa grande?
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