—¿Qué dices a esto, querido? —preguntó mi esposa, mirándome directamente—. ¿Vas a ir?
—No sé qué decir. Tengo una lista de pacientes bastante larga en estos momentos.
—¡Bah! Anstruther se encargará de ellos. Se te ve un poco pálido últimamente. El cambio te sentará bien, y siempre te han interesado mucho los casos del señor Sherlock Holmes.
—Sería un desagradecido si no me interesaran, en vista de lo que he ganado con uno solo de ellos —respondí—. Pero si voy a ir, tendré que hacer el equipaje ahora mismo, porque solo me queda media hora.
Mi experiencia en la campaña de Afganistán me había convertido, por lo menos, en un viajero rápido y dispuesto. Mis necesidades eran pocas y sencillas, de modo que, en menos de la mitad del tiempo mencionado, ya estaba en un coche de alquiler con mi maleta, rodando en dirección a la estación de Paddington. Sherlock Holmes paseaba andén arriba y andén abajo, y su alta y sombría figura parecía aún más alta y sombría a causa de su largo capote gris de viaje y su ajustada gorra de paño.
—Ha sido usted verdaderamente amable al venir, Watson —dijo—. Para mí es considerablemente mejor tener al lado a alguien de quien fiarme por completo. La ayuda local o no vale para nada o está influida. Coja usted los dos asientos del rincón y yo sacaré los billetes.
Teníamos todo el compartimento para nosotros, si no contamos un inmenso montón de papeles que Holmes había traído consigo. Estuvo hojeándolos y leyéndolos, con intervalos dedicados a tomar notas y a meditar, hasta que dejamos atrás Reading. Entonces hizo de pronto con todos ellos una bola gigantesca y la tiró a la rejilla de los equipajes.
—¿Ha leído algo acerca del caso? —preguntó.
—Ni una palabra. No he leído un periódico en varios días.
—La prensa de Londres no ha publicado relatos muy completos. Acabo de repasar todos los periódicos recientes a fin de hacerme con los detalles. Por lo que he visto, parece tratarse de uno de esos casos sencillos que resultan extraordinariamente difíciles.
—Eso suena un poco a paradoja.
—Pero es una gran verdad. Lo que se sale de lo corriente constituye, casi siempre, una pista. Cuanto más anodino y vulgar es un crimen, más difícil resulta resolverlo. Sin embargo, en este caso parece haber pruebas de peso contra el hijo del asesinado.
—Entonces, ¿se trata de un asesinato?
—Bueno, eso se supone. Yo no aceptaré nada como seguro hasta que haya tenido ocasión de echar un vistazo en persona. Voy a explicarle en pocas palabras la situación, tal y como yo la he entendido.
»Boscombe Valley es un distrito rural de Herefordshire, situado no muy lejos de Ross. El mayor terrateniente de la zona es un tal John Turner, que hizo fortuna en Australia y regresó a su país natal hace algunos años. Una de las granjas de su propiedad, la de Hatherley, la tenía arrendada al señor Charles McCarthy, otro ex australiano. Los dos se habían conocido en las colonias, por lo que no tiene nada de raro que cuando vinieron a establecerse aquí procuraran estar lo más cerca posible uno del otro. Según parece, Turner era el más rico de los dos, así que McCarthy se convirtió en arrendatario suyo, pero al parecer seguían tratándose en términos de absoluta igualdad y se los veía mucho juntos. McCarthy tenía un hijo, un muchacho de dieciocho años, y Turner tenía una hija única de la misma edad, pero a ninguno de los dos les vivía la esposa. Parece que evitaban el trato con las familias inglesas de los alrededores y que llevaban una vida retirada, aunque los dos McCarthy eran aficionados al deporte y se los veía con frecuencia en las carreras de la zona. McCarthy tenía dos sirvientes: un hombre y una muchacha. Turner disponía de una servidumbre considerable, por lo menos media docena. Esto es todo lo que he podido averiguar sobre las familias. Pasemos ahora a los hechos.
»El 3 de junio —es decir, el lunes pasado—, McCarthy salió de su casa de Hatherley a eso de la tres de la tarde, y fue caminando hasta el estanque de Boscombe, una especie de laguito formado por un ensanchamiento del arroyo que corre por el valle de Boscombe. Por la mañana había estado en Ross con su criado y le había dicho que tenía que darse prisa porque a las tres tenía una cita importante. Una cita de la que no regresó vivo.
»Desde la casa de Hatherley hasta el estanque de Boscombe hay como un cuarto de milla, y dos personas le vieron pasar por ese terreno. Una fue una anciana, cuyo nombre no se menciona, y la otra fue William Crowder, un guarda de caza que está al servicio del señor Turner. Los dos testigos aseguran que el señor McCarthy iba caminando solo. El guarda añade que a los pocos minutos de haber visto pasar al señor McCarthy vio pasar a su hijo en la misma dirección, con una escopeta bajo el brazo. En su opinión, el padre todavía estaba al alcance de la vista y el hijo iba siguiéndolo. No volvió a pensar en el asunto hasta que por la tarde se enteró de la tragedia que había ocurrido.
»Hubo alguien más que vio a los dos McCarthy después de que William Crowder, el guarda, los perdiera de vista. El estanque de Boscombe está rodeado de espesos bosques, con solo un pequeño reborde de hierba y juncos alrededor. Una muchacha de catorce años, Patience Moran, hija del guardés del pabellón de Boscombe Valley, se encontraba en uno de los bosques cogiendo flores. Declaró que, mientras estaba allí, vio en el borde del bosque y cerca del estanque al señor McCarthy y su hijo, que parecían estar discutiendo acaloradamente. Oyó al mayor de los McCarthy dirigirle a su hijo palabras muy fuertes, y vio a este levantar la mano como para pegar a su padre. La violencia de la escena la asustó tanto que echó a correr, y cuando llegó a su casa le contó a su madre que había visto a los dos McCarthy discutiendo junto al estanque de Boscombe y que tenía miedo de que fueran a pelearse. Apenas había terminado de hablar cuando el joven McCarthy llegó corriendo al pabellón, diciendo que había encontrado a su padre muerto en el bosque, y pidiendo ayuda al guardés. Venía muy excitado, sin escopeta ni sombrero, y vieron que traía la mano y la manga derechas manchadas de sangre fresca. Fueron con él y encontraron el cadáver del padre, tendido sobre la hierba junto al estanque. Le habían aplastado la cabeza a golpes con algún arma pesada y roma. Eran heridas que podrían perfectamente haberse infligido con la culata de la escopeta del hijo, que se encontró tirada en la hierba a pocos pasos del cuerpo. Dadas las circunstancias, el joven fue detenido inmediatamente, el martes la investigación dio como resultado un veredicto de “homicidio intencionado”, y el miércoles compareció ante los magistrados de Ross, que han remitido el caso a la próxima sesión del tribunal. Estos son los hechos principales del caso, según se desprende de la investigación judicial y el informe policial.
—El caso no podría presentarse peor para el joven —comenté—. Pocas veces se han dado tantas pruebas circunstanciales que acusasen con tanta insistencia al criminal.
—Las pruebas circunstanciales son muy engañosas —respondió Holmes, pensativo—. Puede parecer que indican claramente una cosa, pero si cambias un poquito tu punto de vista, puedes encontrarte con que indican, con igual claridad, algo completamente diferente. Sin embargo, hay que confesar que el caso se presenta muy mal para el joven, y es muy posible que verdaderamente sea culpable. Sin embargo, existen varias personas en la zona, y entre ellas la señorita Turner, la hija del terrateniente, que creen en su inocencia y que han contratado a Lestrade, al que usted recordará de cuando intervino en el Estudio en escarlata, para que investigue el caso en beneficio suyo. Lestrade se encuentra perdido y me ha pasado el caso a mí, y esta es la razón de que dos caballeros de edad mediana vuelen en este momento hacia el oeste, a cincuenta millas por hora, en lugar de digerir tranquilamente su desayuno en casa.
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