Se trataba de alguien que hasta ese momento había sido pieza fundamental en mi viaje de crecimiento. Cuando conocí a mi psicólogo yo tenía veintitrés años, una amiga me lo aconsejó y, aunque la razón por la cual decidí visitarle carece de importancia en este momento, fue la excusa perfecta para empezar lo que ya anhelaba en mi interior. La búsqueda de progreso, de aprender y crecer empezaba a dejarse ver de forma clara, y sin sospechar que él se convertiría en la mano que me guiaría en las situaciones más complicadas de ciertos momentos puntuales de mi vida, comencé una terapia que sería el principio del viaje hacia la comprensión de mí misma.
Hacía ya tres meses de mi fracaso en las oposiciones cuando empezamos una nueva terapia, o mejor dicho, cuando continuamos con mi trabajo personal, necesitaba saber qué me estaba pasando, enfrentarme a ello y sobreponerme, pues el dolor me estaba matando. Cuando llegué a la consulta me senté en la sala de espera hasta que me llamara para poder entrar. Como era habitual, el silencio inundaba toda la estancia, envolviéndola en una paz dulce que te arropaba para calmar la intranquilidad. Como siempre, el entrar allí me inquietaba, el miedo me atrapaba y el estómago se encogía en un puño, mi mente daba vueltas a mil por hora y la sensación de pánico por las verdades que tendría que enfrentar me incitaban a abandonar. Daba igual las veces que hubiera trabajado con él, pues siempre me sentía como la primera vez, ya que sabía que todo saldría a la luz para ser curado. No tardó mucho en pedirme que entrara, y como era de esperar y debido a que el miedo me debilitaba, al caminar mis piernas temblaban. Me senté frente a él como solía hacer habitualmente, entonces me miró fijamente sin decir palabra, observando cada movimiento, cada gesto, mientras esperaba que yo le contara. Me sentía abatida, destrozada y fracasada, mi mirada era muy triste y mi cuerpo al completo reflejaba decaimiento. No sabía muy bien por dónde empezar, mi voz tenía dificultad para salir de la garganta y me era muy difícil mantener la cabeza erguida pues intentaba evitar su mirada, la cual me traspasaba como si de rayos X se tratara. Allí sentado en su sillón, sin perder ni un solo detalle de mi persona y con la serenidad que le caracteriza en su trabajo, me dijo con voz sosegada que levantara la cabeza, a la vez que me instó a contarle todo lo que me pasaba. Ese fue el comienzo de una labor que sin duda sería muy larga y dolorosa, ya que mi vida había estallado por todas partes.
Las primeras sesiones fueron muy duras, sobre todo aquellas en las que tuve que hacerme responsable de toda mi vida, aceptando mis errores y enfrentando a mi propio ego cara a cara. A veces tenía la sensación de que el pecho se me iba a partir en dos del dolor tan profundo que padecía, el desgarro interior era intenso, insoportable y debía aceptarlo tal cual, ya no podía huir, no valían las excusas, ni acciones ni personas para evitar el momento, ya no quería eludir más la verdad ni alargar la angustia para desembocar en una vida falsa, ya no quería seguir buscando motivos externos para sentirme mejor y ahogar lo que en verdad sucedía en las profundidades de mi ser. Hasta aquel momento mi objetivo había sido encontrar un «buen trabajo» frente a una sociedad materialista, pero entonces esta idea dejó de ser verídica, el espejo en el que me había estado reflejando hasta el momento se había roto en mil pedazos, quedando únicamente el marco vacío para no poder mirar imagen alguna en la que reflejarme. Al mismo tiempo, las relaciones sociales que se alejaban de la verdad dejaron de tener la importancia que hasta aquel momento les había otorgado. Salidas aquí y allá con el único propósito de llenar ese vacío interior tan desagradable, alargando el momento de volver a casa para no sentir el silencio insoportable que me obligaría a escucharme. Había llegado el momento de desenmascarar al ego que tanto daño me hacía, el que siempre está imaginando historias y creando problemas, aquel por el que no podemos ser dichosos y por el que somos arrastrados a vivir situaciones irreales que no nos llevarán a ninguna parte, tan solo al desasosiego. El que nos dice que no somos capaces de vivir solos y por el que buscamos algo que nos salve de la nada. Y así, de este modo, caeremos en trabajos que a la larga nos crearán infelicidad, relaciones sentimentales ilusorias, por lo tanto, vacías, o amistades construidas desde el más puro interés, acabando por protagonizar una película creada sencillamente para sobrevivir, pero nunca para ser nosotros mismos ni para ser dichosos. Nada de todo esto tenía ya cabida en mi vida, por lo que me solté de todo ello para dejarme caer al vacío, el cual provocaría una infinidad de emociones negativas que me invadirían día sí y día también, haciéndome sentir llena de angustia e inseguridad. Pero algo muy positivo había despertado en mí, una fuerza para luchar por no dejarme vencer por estas y evitar así ser empujada de nuevo lejos de mi verdad. Esta disputa interna era excesivamente dolorosa para sobrellevarla sin la ayuda de una mano que me guiara a través de ella, aunque también sería imprescindible tener voluntad y paciencia. En la pelea diaria por identificar mi yo real, se producía una lucha interna tan brutal que me quedaba sin aire para respirar. Sudaba y temblaba hasta que el aspecto de mi rostro cambiaba por completo dejando paso a la amargura en todo su esplendor, quedando totalmente debilitada, por lo que necesitaría un tiempo de recuperación una vez hubiese pasado este nubarrón. En ocasiones pedía por favor que cesara esa tortura que me estaba matando, pero el viaje hacia la verdad se había iniciado y ya no había marcha atrás, sobre todo porque yo ya no estaba dispuesta a vivir de otra forma que no fuera desde la autenticidad, aunque para ello tuviera que pasar por un camino oscuro y tortuoso, el cual, a pesar de no saber hacia dónde me llevaría, tenía la profunda certeza de que sería el apropiado.
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