Frío plano, de exactas dimensiones,
el siglo XX cabe en una cancha de tennis.
En mesitas de café-concierto,
entre pajillas, whisky-sowers y cigarrillos egipcios,
la mujer contemporánea
borda corpiños de seda negra.
En el paddock,
al compás de la música loca de un jazz-band,
las mujeres y los caballos se pasean.
Del brazo de Pablo de Rokha,
intervengo en el ritornello
mundial de las muchedumbres.
Ilustrando mis poemas
con perspectivas de paperchase,
con sweaters cuadriculados de sportman,
y humaredas de inquietantes locomotoras,
soy la Eva clásica del porvenir.
Astral y sensitiva, horado
en aviones románticos,
el azul de las golondrinas perdidas. (Winétt de Rokha 20-21)31
Esta mujer, entre otras actividades y labores, se carteaba con importantes artistas e intelectuales de la época, tal es el caso de la polémica que sostuvo con el escritor polaco Witold Gombrowicz el año 1946, pues diferían acerca de los temas que pueden ser tratados en la literatura, la relación que debe existir entre el pueblo y el arte y, más específicamente, acerca de métrica y ritmo en la poesía. Sus teorías estéticas que atacaban el arte puro y defendían el compromiso social del arte, se publicaron en un periódico argentino de la ciudad de Córdoba (existe la documentación acerca del intercambio epistolar). Se sabe también que Junto a Pablo de Rokha hizo posible la revista Multitud cuyas consignas eran, entre otras similares: “Por el pan, la paz y la libertad del mundo”, o bien “Revista del pueblo y la alta cultura”. Allí colaboraron escritores de la talla de Rosamel Del Valle, Ricardo Latcham, Juan Godoy, Enrique Gómez-Correa y Teófilo Cid. Su importante y sólida obra poética está recién empezando a conocerse y difundirse, y valiosa es en este sentido la labor de Javier Bello, quien realizara una excelente y completa edición crítica de su obra (Winétt De Rokha, El valle pierde su atmósfera (2008). En este volumen se reúnen diversos estudios críticos acerca de la obra de la autora (Soledad Falabella, Juan G. Gelpí, Ángeles Mateo del Pino, Jorge Monteleone, Eliana Ortega y Adriana Valdés). Mencionable es también la lectura crítica que se ha realizado históricamente de la autora por Juan de Luigi, Luis Merino Reyes, Artigas Milans Martínez, Julio Molina Müller, Juan Villegas, Heddy Navarro Harris, Alejandro Lavquén y Francisco Véjar, añadiendo la existencia de una tesis escrita por Gemma San Román Arcedillo, dedicada a uno de sus poemarios: «La crisis de la sociedad burguesa y la autonomía artística: Vanguardismo de Cantoral. Poemas 1925-1936 de Winett de Rokha».
Nacida tres años después, también en Santiago, destaca la poeta Olga Acevedo (1895-1970), quien viviera alrededor de diez años en Punta Arenas donde frecuentó la Sociedad Literaria de Gabriela Mistral, a quien siempre declaró admirar. Acevedo estuvo vinculada con la Gran Jerarquía Blanca de la India, además fue partidaria de los republicanos españoles y militante del partido comunista chileno. Posee una vasta producción poética, de gran fuerza y singularidad que se inicia con la publicación de Los cantos de la montaña en 1927, extensa obra en prosa y verso. Más adelante vienen Siete palabras de una canción ausente 1929 [Firmado Zaida Suráh], El árbol sólo, 1933, La rosa en el hemisferio, 1937, La Violeta y su vértigo, 1942; luego de estos cuatro poemarios obtiene el Premio Municipal de Literatura en 1949 por Donde crece el zafiro, poemario del que Ricardo Latcham, se supone que en un gesto laudatorio, escribió: “En general, Olga Acevedo ha representado, entre nosotros, una actitud depurada, constante, saludable en lo que entraña de ejemplar para otras mujeres, encadenadas por el sexo, la pasión irracional y los tópicos amorosos; aunque estos solo representen una ficción o un artilugio imaginativo” (La Nación 07-04, 1948). A su vez, Naín Nómez valora su creación y escribe en la Antología crítica de la poesía chilena que:
En síntesis, se trata de una de las grandes poetas chilenas de comienzos de siglo, tanto por sus transformaciones estéticas como por su compromiso poético y social. […] Su mayor mérito consiste en que siendo una poeta que se inicia en los últimos años del siglo XIX, logra posteriormente sintonizar con las vanguardias, especialmente el surrealismo, para desarrollar una obra de imágenes impactantes y emocionalidad delirante que explora diversas formas y tonos de ruptura”. (Nómez 135)
Por su parte, Eugenia Brito define su poesía como vigorosa y múltiple, señalando que “en ella se combinan resabios modernistas con imágenes provenientes de las corrientes más vanguardistas” (58). A modo de ejemplo, en el poemario Los himnos (prologado por Tomás Lago) retoma la utilización de la prosa como soporte para sus textos poéticos, tal como lo hiciera en los años veinte, e incluso numera sus versos o estrofas, como puede leerse en estos ocho primeros fragmentos de los veinte que conforman el “Himno 2”:
1. Grande oleaje, a la hora de los musgos, apaga tú también los faros delirantes.
2. Retira de mí esos símbolos con que me acoges y devoras en silencio.
3. A los densos naufragios del espanto, sigue el carro de llamas con que me arrollas y me escudas.
4. He ahí las cálidas vertientes, los largos sueños abismados, su amapola nocturna, suspensa como un centinela.
5. Algo cae en los vidrios de la angustia y un ala rota se deshace por sus aguas.
6. Yo camino en el aire, con las manos tendidas al silencio como una sonámbula.
7. Con qué hechizo me llamas? ¿Con qué cábalas me resucitas y me alumbras?
8. Ay, es la hora del tiempo sin retorno, cuando todo perece y se desliza por las piedras como un agua callada. (Olga Acevedo, 13)
Me parece fundamental también leer e investigar el trabajo de María Monvel, (1899-1936, cuyo nombre de pila es Tilda Brito Letelier) nacida en Iquique, que al llegar a establecerse en Santiago contrae matrimonio con el crítico literario y periodista Armando Donoso. Mujer de gran cultura, trabajó en diarios y revistas, fue traductora de sonetos de Shakespeare y de la obra de Paul Gerald. Entre sus publicaciones están los poemarios Fue así (1922), Remanso del ensueño (1923), Poesías (1927), Sus mejores poemas (1934) y Últimos poemas (1937). Gabriela Mistral afirmó en su oportunidad que Monvel fue: “La mejor poetisa de Chile, pero más que eso: una de las grandes poetisas de América, próxima a Alfonsina [Storni] por la riqueza del temperamento, a Juana [De Ibarbourou] por su espontaneidad” (citado en http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-3709.html). Su poesía ha sido caracterizada, especialmente, por la aguda y certera expresividad emocional a través de un lenguaje, aparentemente simple, transparente. En la antología La mujer en la poesía chilena de María Urzúa y Ximena Adriasola se señala que “lanza tremendas verdades en idioma nuevo”, a través de un lenguaje “fluido, sin retorcimientos ni gritos” (85), y Eugenia Brito la define como la poeta del amor, señalando que sus versos son “admirables por su levedad, su ritmo y concisión” (88). Una muestra de su pluma; de su libro Sus mejores poemas, selección hecha por la propia autora y publicado por Nascimento en 1934:
Copa de cristal pulido,
bebo, bebo y no me embriago,
con sabor a corazón
y sabor divino a labios.
Bacante soy de una orgía
deliciosa y no me exalto.
Ruedan abiertas las rosas
sobre mi corpiño intacto,
y yo bebo y bebo más
el licor que sabe a labios.
Maravilloso licor
del que yo he bebido tanto,
sin que se alteren mis venas,
sin que en mi mente haga estragos.
Centellea como dos
ojos negros en mi vaso,
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