Giacomo Roncagliolo - Ámok

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Seleccionada como una de las finalistas del Premio Clarín de Novela 2017 (Argentina), "
Ámok" narra los desencuentros de X, un joven cuyo pasado parece desdibujarse mientras su presente se torna delirante en las filas de la misteriosa secta criminal a la que se ha unido tras dejarlo todo.Marta, Perales y Óscar serán sus secuaces de fiesta y aventuras –¿o sus captores?–, y brillarán con especial estridencia en medio de la vorágine de personajes violentos, apetitos desaforados y deseos secretos que rodeará al protagonista en su búsqueda de certezas sobre su pasado y actualidad.Una novela desconcertante y frenética, con velocímetros al límite.

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–Por eso mismo. ¿Por qué hay tanta gente dispuesta a hacer algo así?

Nía movía la cabeza de un lado a otro, ridiculizaba mi escasa agudeza. Hablaba con los ojos casi cerrados en un gesto clásico de cada una de sus borracheras.

–¿Disposición? Tampoco creo que se trate de una disposición. Entiende que hay todo un conjunto de factores que arrastra a las personas hasta ese punto. Un punto sin retorno, el momento en el que dan ese último paso y cruzan el abismo. Y esos factores son demasiados. No vale la pena preguntarse por qué lo hacen.

–A mí me parece interesante.

–A ti todo te parece interesante.

Eso era cierto, sobre todo en esas últimas semanas.

–¿Para ti qué es lo que interesa? –le dije.

–Lo que interesa es el método –dijo ella con arrogancia–. Y claro, lo que todo el mundo quiere saber: quién.

–O quiénes. Yo he calculado que deben ser al menos tres personas.

–O solo una.

Nía no se esforzaba en darme la contra. Eso lo sabía. Su beligerancia era involuntaria, tan parte de ella como el timbre áspero de su voz o el azul pálido de sus ojos. Pero incluso cuando pudiésemos estar de acuerdo, ella no solía concederme ningún mérito. El sarcasmo minucioso, esa tierna prepotencia, eran parte de una pantomima que ya no me intimidaba. Aunque a veces hiriera uno o dos de mis puntos sensibles, con el tiempo me había acostumbrado.

–Es imposible que sea solo una persona. Además el otro día dejaron un mensaje: «somos los ámok».

–Y eso no prueba nada –siguió ella–. El loco ese pudo escribirlo solo para despistar. Incluso pudo ser otra persona, alguien que llegó después y escribió eso solo para divertirse, para ver su travesura en las noticias.

–A ver, ¿y cómo explicas que en una sola noche hayan aparecido tres cuerpos en ciudades distintas?

–Eso es curioso, pero no hace que mi teoría sea imposible.

Hoy que recuerdo este episodio, me conmueve pensar en lo felices que todavía parecíamos. No era la primera vez que ocupábamos toda la noche en intentar descifrar un misterio. Quién mató al último presidente, por qué se canceló el Mundial de Fútbol de hace treinta años, qué roedor había ocasionado la plaga de principios de siglo. Las alternativas eran tantas como las excusas que ambos poníamos para no indagar en cuestiones más personales. Y es que pocas veces hablábamos sobre nosotros, no queríamos hacernos daño.

–Explícame de nuevo tu teoría –le dije.

–Está bien. Aquí va: el tipo es grande, ochenta kilos por lo menos. Va por los finales de sus treintas, o al menos tiene los años suficientes para que los traumas que tuvo de niño hayan pasado a ser un trastorno psicopatológico severo.

Nía era una farsante maravillosa.

–¡Nía, por favor! ¿De qué me estás hablando?

–Bebé.

–¿Qué?

–Déjame seguir. El tipo tiene cerca de cuarenta y es fuerte y grande como un toro, eso es todo. Preguntarse por qué lo hace no viene al caso, como ya te expliqué, sino el cómo. Ahora, lo normal sería pensar que el crimen ocurrió en el mismo lugar en el que se encontraron los cuerpos.

–Eso es lo que digo.

–¿Pero por qué?

–¿Por qué?

–Sí, ¿por qué?

–Porque es obvio.

–¡Obvio para ti! ¿Acaso no pudo repartir los cuerpos después, en ciudades distintas? Sería una forma bastante sencilla de despistar al teniente…

–Santino.

–Al teniente Santino. ¡Qué tipo! Por lo poco que he visto no podría parecer más estúpido.

–Yo creo que es un buen hombre.

–¿Y eso de qué sirve?

–Busca la justicia.

–La justicia. ¿No me dijiste que los sospechosos hicieron una denuncia por tortura?

–Sí, pero eso no tuvo nada que ver con Santino. Fueron sus suboficiales.

–¿Quién está a cargo? ¿Él o sus suboficiales?

–Ya, lo que quieras. Pero hay algo que todavía no encaja. ¿Qué pasa con la distancia entre los cuerpos? Uno apareció a casi trescientos kilómetros de los otros. Y se supone que todos murieron entre las tres y las cinco de la mañana. Estarías diciendo que el tipo recorrió esa distancia no solo en una noche, sino en dos horas.

El récord, ahora lo sabía, estaba muy por encima.

–Es posible. Habría que ser un capo al volante, pero es posible.

–¿Un capo como yo? ¿Eso dices?

–Pero si tú eres un bebé.

–Mira, dejemos algo claro. Puede que hace años que no maneje, pero en mis tiempos yo era el mejor.

–¿Sí?

–Sí que sí.

–Ven. Ya, dame un beso.

El caso no dejó de oscurecerse. Los únicos dos sospechosos, esos que Santino había presentado como prueba de un avance indiscutible, fueron liberados, absueltos luego de las denuncias por tortura. Sus identidades, por supuesto, nunca fueron reveladas. Y Santino pagaba el precio. Los reporteros lo acorralaban con inacabables preguntas llenas de insolencia, avivados cada vez por ese risueño periodista del bigote que jamás perdía oportunidad de figurar ante las cámaras. Santino intentaba responder siempre, ajeno a cualquier hostilidad. Pero la opinión pública, igual, no hacía otra cosa que culparlo. Uno hasta podría haber pensado que si el teniente, en un sacrificio absurdo, hubiese decidido entregarse a cambio y ser juzgado y encarcelado por los crímenes de los Ámok, todos habrían dado el asunto por concluido y se hubiesen ido a casa satisfechos.

Yo en cambio me aferraba al caso convencido de que tarde o temprano Santino daría con los culpables. Y aunque estaba de su lado, podía también admitir que, llegado el día, presenciar el fin de aquellas noticias me apenaría. Hasta llegué a preguntarme qué elegiría yo, puestos en una balanza: la resolución del misterio, el develamiento de los culpables y sus motivos; o una continuación perpetua de los hechos, las pistas falsas, las hipótesis. El juego al que los televidentes habíamos sido sometidos.

6

Cuando Óscar me dijo que la tienda era una pizzería, que aquel era el trabajo corriente del que hablaba, a mi cabeza no tardaron en venir las imágenes de mi primer sueño aquí. Aquel nombre huidizo tiene un eco siniestro que todavía resuena en mi mente. Como una llave o el secreto fundamental de estas vacaciones.

Ahora soy el chico de las entregas. Resulta que los Ámok no tenemos los bolsillos llenos. El pago por las partidas es alto pero existe un orden: depende de los puntos hechos y se cobra cada cuatro meses. Solo entonces puedes dedicarte exclusivamente a ser Ámok, o incluso abandonar las partidas, largarte a donde sea. Aunque claro, eso sería como volver al principio.

Mi tarea es sencilla: manejar una moto, tener mucha paciencia (para prenderla se necesita tal cantidad de patadas que a veces se parece más a una mula vieja que a un vehículo de ocho caballos de fuerza). A los novatos como yo nos toca recibir con humildad el sueldo y las propinas, ser un humano corriente con un trabajo corriente hasta que el fin de la temporada llegue.

Pienso en Perales y se me ocurre que él todavía no ha alcanzado los cuatro meses. De lo contrario, no estaría trabajando.

Ahora mismo somos seis en la tienda: Perales, yo y otras cuatro personas que nada saben de nuestras incursiones nocturnas. Llevan vidas anodinas, de riesgos calculados. Tienen valentía suficiente para levantarse en la mañana pero no para mirar y retar al espejo.

Harold sale de su oficina.

–¿No les ha pasado que tienen esos días en que despiertan con ganas de hacer cada cosa divinamente bien? Se duchan y enjuagan cada parte sin apuro, se afeitan hasta el último pelo, dan vuelta a los pasadores con fuerza, la lengüeta bien estirada. ¿No les ha pasado?

–Todos los días son así para mí –dice Roberto.

–Y para mí –dice Vicky.

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