Al día siguiente, me desperté muy temprano, quería ir a la Torre Eiffel y a Notre Dame ese mismo día. Un amigo español que había conocido durante mis días con las chicas me había indicado todo lo que tenía que hacer, lo cual, como me había enseñado, tenía todo muy bien anotado en una agenda, que para él era fundamental. Arranqué a las 8 de la mañana a desayunar; y con mapa de trenes y subtes, comencé el trayecto. Con mis auriculares a todo volumen, escuchando “Y si te quedás ¿qué?”, de Santiago Cruz, llegué muy contenta. Intentando sacarme una foto con la Torre de fondo, me acerqué a una rubia para pedirle ayuda y casi me infarto cuando descubrí que era Paz, una amiga de la infancia, que por motivos de la vida había dejado de ver, pero con quien siempre tuve una hermosa amistad. Decidimos seguir el viaje juntas, dado que ella también estaba sola por ahí. No le había copado la ciudad tanto como a mí, el idioma le costaba mucho, así que era una buena opción acompañarnos.
Subimos hasta el nivel más alto, la vista que nos dio era imponente. De ahí decidimos seguir haciendo las visitas caminando, para poder conocer mejor todas las calles. ¡¡¡Caminamos como veinticinco cuadras hasta Notre Dame, y pasamos primero por los jardines de Luxemburgo!!!… Ahí recordé que Paz era una de las personas que más me hace reír en esta vida… entró corriendo y saltando como una loca porque… ¡¡¡¡¡la entrada era GRATIS!!!!! Todavía me acuerdo y me río. Cuando llegamos a la Iglesia, estábamos agotadas. La caminata había sido larguísima, así que de pasada nos tomamos un café en Le Panis , justo frente de la plaza.
La Catedral es uno de los edificios más señeros y antiguos de cuantos se construyeron en estilo gótico, dedicada a la Virgen María, rodeada de las aguas del Sena… eso es lo que se dice, pero verla es inigualable. Estar en una construcción terminada en 1345, con sus diferentes historias y todo su equipamiento fue, para mí, una sensación inolvidable. Siempre me gustó la historia, me encanta empaparme de esas cosas. Igual, al margen, con la chispa de Paz que casi deja los pulmones en el camino subiendo al campanario entre las gárgolas, son imágenes que estarán en mi memoria siempre. La visita la terminamos a eso de las 6 de la tarde, y yo quería ir ese mismo día a ver las catacumbas. Teníamos que apurarnos porque el último turno era a las 8, y no nos quedaba muy cerca.
En París, es habitual viajar con unos señores que van en bici y te llevan atrás. Decidí que yo pagaría el costo, pero iríamos ambas en uno. Veinticinco euros me habían dicho que salía. Allí nos embarcamos, y el señor nos llevó recorriendo todos los lugares que hay que conocer. Pasamos por Ratatouille y por el rincón del Sena dedicado a los candados de enamorados. Paz, romántica como es, bajó feliz a poner el nombre de su amor en un candado, y me incitó a mí a que haga lo mismo… a quién iba poner yo era un misterio, dado que mi corazón estaba cerrado para el amor. Decidí hacerle caso y dejarme llevar un poco, escribí LULI Y NINO con un gran corazón, y me fui riéndome de las ocurrencias de mi amiga.
Cuando llegamos a las catacumbas, el divino del bicicletero, que no sé cómo logramos llegar vivas sin infartos en el medio de la velocidad a la que nos llevaba y los finitos que les hacía a todos los autos que nos íbamos cruzando, me cobró veinticinco euros…por cada una. En fin, así es cuando uno no sabe turistear mucho, pero bueno. Entramos a las catacumbas riéndonos al respecto, y nos quedamos heladas por lo que estábamos viendo. Son una especie de túneles debajo de la tierra, que se construyeron en 1786 para combatir las enfermedades y epidemias de la época. La parte que se puede ver es el 0,5 por ciento de todo su tamaño. Es un cementerio lleno de cuerpos, con historias extravagantes de todo lo que pasaba en esa época. Muy impresionable para ver. ¡¡Hay, en teoría, 6 millones de esqueletos humanos!!
Ya agotadas con todo nuestro recorrido, decidimos ir a mi hotel, en donde Paz se quedaría también para compartir gastos; y, al día siguiente, nos iríamos a conocer el Palacio de Versalles, otro lugar que me habían dicho que no podía perderme. Nos cambiamos, y nos fuimos a comer al Yeeels, un lugar que nos habían dicho que tenía mucha onda. Así era, la pasamos increíblemente bien. Al final, nos volvimos muy cansadas a dormir. Esa noche dormí muy inquieta, me desperté transpirada en varias ocasiones, y con Nino, permanentemente en mi cabeza. No entendía qué me pasaba, yo que consideraba que ya era una historia superada, pero no. ¿Habría sido el bendito chiste del candado? No entendía por qué estaba así.
A la mañana siguiente, medio malhumorada por la bendita noche que había pasado, emprendimos la ida al Palacio de Versalles . El viaje arrancó complicado; sacamos el pasaje de tren, que no entendíamos cómo era, y nos teníamos que bajar a la siguiente estación para hacer conexión con otra línea que nos llevaría. Como nos dijeron, a la siguiente estación nos bajamos del tren, y cuando pasamos el ticket por el molinete…. ¡Todas luces coloradas empezaron a sonar sin parar y nada se abría! De repente, aparece un señor oficial del tren y nos explica que habíamos sacado mal el pasaje, que el que teníamos era para adentro de París, y estábamos en las afueras… la multa que debíamos pagar era de treinta euros cada una… mi cara un poema. Paz me dijo:
—¿Qué dice este salame?
—Que tenemos que pagar treinta euros de multa cada una porque sacamos mal el pasaje, que salía exactamente lo mismo que este, pero estamos en las afueras de París y el que tenemos es solo para andar por ahí.
—¿¿¿QUÉ??? ¡¿ESTE FRANCHUTE ESTÁ LOCO?! ¡YO NO PIENSO PAGAR ESO DE MULTA!
Yo me agarré un ataque de risa inolvidable. Estaba en verdad indignada, pero nuestra equivocación la íbamos a tener que pagar. Sin que yo me diera cuenta, le empezó a decir al “franchute” que ella no pensaba pagar nada; y cuando el señor le dijo que, si no pagábamos, nos iba a llevar detenidas y nos iba a salir bastante más caro, la convencí de que paguemos y seguimos nuestro recorrido con el pasaje que correspondía. En ese viaje, que duraba un poco más de una hora, empecé a notar que realmente me sentía muy inquieta, no sabía qué iba a suceder, pero estaba segura de que algo me esperaba. Como me había dicho Lali en mi viaje a Grecia, yo soy una persona muy intuitiva que, en general, quiero tapar lo que me pasa y así me va… me había jurado hacerle caso a mi intuición que, al final, a los golpes, me había demostrado que siempre tenía razón.
Llegamos después del tren, el colectivo y una caminata al Palacio. Ya la entrada me puso la piel de gallina. Ahí aprendí que su construcción fue ordenada por Luis XIV. Tiene 3 palacios, jardines y un parque que roban el aliento. El jardín es clasicista, ordenado y racionalizado. Tiene distintas esculturas y fuentes magníficas. Se hace cada vez más silvestre cuando uno se va alejando del Palacio. Estar ahí te hace sentir en esa época. Los cuartos, las paredes, los caminos, los pasillos te llevan a soñar que uno vive ahí.
En esos pensamientos caminábamos mi amiga y yo, cuando alguien me tapó los ojos. Solo ese contacto de piel me hizo saber quién era, su perfume, su textura. Mi corazón empezó a latir tan desenfrenadamente que pensé que se me iba a salir del cuerpo. Las mariposas de mi estómago creo que las sentían hasta las personas que estaban circulando a mi alrededor. El tiempo se me detuvo, y mi sonrisa era indisimulable…
—NINO
—Qué rápido que me reconoce señorita, pensé que había logrado olvidarse de mí.
—¿Cómo supiste que estaba acá?
—Sus amigos de mi hotel están muy bien informados. Era complicado que no le den la información cuando la solicita… ¿el engreído del jefazo era?
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