Terry Brooks - El primer rey de Shannara

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El primer rey de Shannara: краткое содержание, описание и аннотация

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Descubre los orígenes del mundo de Shannara Tras la Primera Guerra de las Razas, los druidas de Paranor consagraron sus vidas al estudio de las antiguas ciencias, pero Bremen y sus pupilos continuaron practicando las artes arcanas. Como castigo, Bremen es expulsado de las tierras de los druidas. En el exilio, advierte que una terrible amenaza se cierne sobre las Tierras del Norte, donde unas fuerzas oscuras comandadas por un antiguo druida avanzan hacia el sur con el fin de someter a las gentes de las Cuatro Tierras. Tras infiltrarse en sus filas para estudiar al enemigo y conocer sus poderes, Bremen descubrirá que solo el arma más poderosa de las Cuatro Tierras podrá acabar con Brona, el malvado Señor de los Brujos, y para dar con ella, necesitará la ayuda de todas las razas."No sé cuántos libros de Terry Brooks he leído (y releído) en mi vida. Su obra fue una parte importantísima de mi juventud." Patrick Rothfuss"Confirma por qué Terry Brooks está en lo más alto del mundo de la fantasía." Philip Pullman"Shannara es uno de mis mundos ficticios favoritos y cada vez crece más. No hago más que buscar excusas para volver a él." Karen Russell, autora de
Tierra de Caimanes

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Se dirigieron directamente hacia Bremen y Kinson sin fijarse en Mareth. Mientras ellos se acercaban, ella se alzó por enésima vez y se quedó de pie, esperando.

Tay fue el primero en darse cuenta de que estaba allí; se volvió al percibir un movimiento inesperado por el rabillo del ojo.

—Mareth —dijo en voz baja.

Risca lo miró y gruñó.

—Me ha pedido acompañarnos —anunció Bremen, directo al grano—. Afirma que nos puede ser de utilidad.

Risca volvió a gruñir y se alejó de la muchacha.

—Es una niña —musitó.

—Ha perdido el favor de Athabasca por tratar de estudiar magia —observó Tay mientras se volvía para contemplarla. La sonrisa que lucía en aquel rostro élfico se ensanchó—. Es una joven prometedora y me gusta la determinación que muestra. Athabasca no la asusta ni una pizca.

Bremen lo miró.

—¿Es de confianza?

Tay se echó a reír.

—Mira que es rara esta pregunta. ¿De confianza para quién? ¿Para hacer qué? Hay quien dice que nadie es de confianza excepto tú y yo, y yo solo puedo poner la mano en el fuego por mí. —Hizo una pausa y ladeó la cabeza hacia Kinson—. Buenos días, fronterizo. Me llamo Tay Trefenwyd.

El elfo le dio un apretón de manos a Kinson y, acto seguido, Risca también se introdujo. Bremen les pidió disculpas por haberse olvidado de hacer las presentaciones. El fronterizo respondió que ya estaba acostumbrado a eso y se encogió de hombros de manera significativa.

—Bueno, veamos, la muchacha. —Tay recondujo la conversación hasta el punto de partida—. Me gusta, pero Risca tiene razón. Es muy joven. No sé si quiero pasarme el rato cuidando de ella.

Bremen frunció los labios finos.

—No parece creer que tengáis que hacerlo. Afirma que sabe usar la magia.

Esta vez, Risca resopló.

—Es una aprendiz. Hace menos de tres estaciones que llegó a Paranor. ¿Cómo puede saber algo sobre el uso de la magia?

Bremen le echó un vistazo a Kinson y vio que el fronterizo ya lo había resuelto.

—Es poco probable que sepa algo, ¿verdad? —le dijo este a Risca—. Bien, pues votad. ¿Nos va a acompañar o no?

—No —respondió Risca de inmediato.

Kinson se encogió de hombros y sacudió la cabeza para mostrar su acuerdo.

—¿Tay? —preguntó Bremen al elfo.

Tay Trefenwyd suspiró a regañadientes.

—No.

Bremen dedicó un rato para tomar en consideración las respuestas y luego asintió.

—De acuerdo, aunque todos habéis votado en contra, creo que debería acompañarnos. —El resto se quedó mirándolo de hito en hito. Su rostro curtido se arrugó debido a una sonrisa repentina—. ¡Deberíais ser capaces de verlo! Muy bien pues, dejad que os lo explique. Por un lado, hay algo sobre la petición que me intriga y que no os he mencionado antes. Quiere estudiar conmigo, aprender cosas sobre la magia. Está dispuesta a aceptar casi cualquier condición con tal de conseguirlo. Está bastante ansiosa y, aunque no ha suplicado ni implorado, he visto la desesperación reflejada en su mirada.

—Bremen… —empezó Risca.

—Por el otro —continuó el druida, y con gestos pidió al enano que hiciera silencio—, afirma que posee magia innata y creo que tal vez nos dice la verdad. En tal caso, nos haría bien descubrir su naturaleza y emplearla bien. Al fin y al cabo, solo estaremos nosotros cuatro si no viene.

—No estamos tan desesperados como para… —insistió Risca.

—Ah, pero sí que lo estamos, Risca —lo cortó Bremen—. Sin lugar a dudas. Somos cuatro contra el Señor de los Brujos, los cazadores alados, los acólitos salidos del averno y la totalidad de la nación troll. ¿Se podría estar más desesperado? Nadie aquí en Paranor se ha ofrecido a ayudarnos. Solo Mareth. No me inclino demasiado a rechazar a alguien de plano a estas alturas.

—Antes has dicho que hay algo que no te ha contado —señaló Kinson—. Eso no inspira la confianza que buscas, precisamente.

—Todos guardamos secretos, Kinson —lo reprendió Bremen con tacto—. No hay nada extraño en eso. Mareth apenas me conoce. ¿Por qué debería confiármelo todo en el transcurso de nuestra primera conversación? Está siendo precavida, sin más.

—No me gusta —declaró Risca, hosco. Se recostó el garrote pesado contra el enorme muslo—. Quizá disponga de magia y puede que tenga el talento necesario para usarla, pero eso no cambia que casi no sabemos nada de ella. En especial, desconocemos si podemos confiar en ella, y no me gusta correr ese tipo de riesgos cuando mi vida está en juego, Bremen.

—Bien, creo que deberíamos darle el beneficio de la duda —replicó Tay, con buen humor—. Ya tendremos tiempo de tomar una decisión antes de que surja la oportunidad de poner a prueba su valentía. Con todo, ya hay cosas que podemos decir a su favor. Sabemos que eligió ser aprendiz de los druidas; ese hecho de por sí dice mucho de ella. Y es curandera, Risca. Puede que necesitemos sus habilidades.

—Dejad que venga —coincidió Kinson de mala gana—. De todos modos, Bremen ya se ha decidido.

Risca frunció el ceño con aire sombrío. Se puso derecho, tan ancho como era.

—Pues puede que se haya decidido, pero no lo habrá hecho por mí. —Se volvió hacia el anciano y se quedó mirándolo de hito en hito, sin mediar palabra, durante un rato. Tay y Kinson esperaron, expectantes. Con todo, Bremen no ofreció nada más. Se limitó a quedarse allí, de pie, en silencio.

Al final, fue Risca quien cedió. Sacudió la cabeza, se encogió de hombros y giró sobre los talones.

—Eres el líder, Bremen. Que nos acompañe si quieres. Pero no esperes que le limpie los mocos.

—Tranquilo, me aseguraré de hacérselo saber —le notificó Bremen mientras le guiñaba el ojo a Kinson. Acto seguido, le hizo señas a la muchacha para que se uniera a ellos.

***

Partieron al cabo de poco, una compañía de cinco miembros: Bremen la encabezaba, Risca y Tay lo flanqueaban, Kinson iba un paso por detrás y Mareth iba en la retaguardia. Ahora el sol estaba alto, coronaba los Dientes del Dragón por el este e iluminaba el valle densamente arbolado. El cielo era radiante y azul, sin rastro de nubes. La compañía se dirigió hacia el sur, avanzaron por sendas y caminos sinuosos y poco transitados, cruzaron arroyos anchos y sosegados y se metieron por estribaciones cubiertas de matorrales que los sacaron de los bosques y los condujeron hasta el desfiladero de Kennon. Al mediodía ya salían del valle y entraban en el desfiladero; el aire se tornó cortante y gélido. Al volver la vista atrás, vieron los muros sólidos de Paranor; la Fortaleza de los druidas se erigía alta, por encima del promontorio rocoso entre la foresta vetusta. La luz intensa del sol le otorgaba a la piedra un aspecto plano e implacable en medio de una capa de árboles, como un eje en el centro de una rueda inmensa. Se volvieron para observarla, uno tras otro, cada uno perdido en sus pensamientos, mientras recordaban eventos pasados y años transcurridos. Mareth fue la única que no mostró ningún tipo de interés, mantuvo la mirada hacia delante a propósito; su pequeño rostro parecía una máscara inexpresiva.

Entonces, se adentraron en el desfiladero de Kennon, cuyas paredes escarpadas se alzaban sobre sus cabezas, como grandes losas partidas por los lentos hachazos del tiempo, y perdieron Paranor de vista.

Solo Bremen sabía hacia dónde se dirigían y se guardó la información para sí hasta que acamparon esa misma noche por encima del río Mermidon. Tan pronto como abandonaron sanos y salvos el desfiladero, se adentró de nuevo en el refugio que les ofrecía los bosques que había debajo. Kinson le había preguntado un momento que se había quedado a solas con el anciano, y Risca lo había hecho ante el resto, pero Bremen había optado por no responderles. Solo él conocía sus razones y se mantuvo en sus trece, sin ofrecer ninguna explicación a sus compañeros. Nadie trató de protestar ante esa decisión.

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