en que intentamos seguir
las instrucciones.
Apegarnos al manual.
Que nadie diga
que no intentamos hacer bien las cosas,
pero llegamos tarde.
No había nada nuevo bajo el sol,
sólo colchones,
tambores,
estufas
y fierro viejo que vendan.
Todo era seminuevo
cuando llegamos:
nos dieron una vida
de medio uso.
Saldos
de instantes
que otros vivieron,

palabras
con las que otros
hablaron.
Silencios
que ya habían sido guardados,
piezas
de distintos rompecabezas,
calcetines extraviados,
monedas sin cara ni cruz,
animales extintos,
lenguas muertas.
reflujos de humedad
bajo el salitre del tiempo.
Llegamos tarde
a todo.
Todo ya en ruinas,
en raros escombros;
hasta los recién nacidos
nacían
arruinados,
envejecidos
prematuramente.
El mundo entero
convertido
en la atracción
arqueológica

de un turista
de otro
tiempo,
que captura imágenes
sin entender
que camina
sobre un eterno después;
que es un turista
en el peor de los destinos posibles:
la república democrática del futuro,
donde siempre,
siempre,
siempre,
llegamos tarde
a todo.
El mismo día que nací es hoy.
Moriré en este mismo instante luminoso y eterno.
En la noche del tiempo
tenemos un día de vida:
por la mañana despertamos,
estiramos los brazos,
vivimos,
amamos,
pero luego lloramos con el atardecer
y el corazón se pone entre las montañas.
Es hora de dormir.
Después del fin del mundo
algunos pensamos
que podríamos seguir
como si nada
hubiera pasado.
Aprendimos a disimular,
a callar ante los niños.
Usábamos
calendarios viejos
para contar los días
que se sucedían
como el eco
infinito
de los días
verdaderos.
Y los días
cada vez
eran
más
cortos
y el sol
cada vez
brillaba menos.
La misma noche
era también
menos obscura.
Nos volvimos grises sin el tiempo,
como antiguos dibujos animados,
desanimados.
Habíamos depositado
demasiadas expectativas
en el fin del mundo.
Pensamos
que vendría
a darle sentido a las cosas,
que sería mejor
que la Navidad
y el año nuevo
y el hanukkah
y el día de las madres.
Leímos
durante siglos
que los justos
serían reclamados
por el Cielo
y que los muertos
saldrían de sus tumbas
y que los demás
nos iríamos al Infierno
que, por lo visto,
era lo mismo
que quedarse aquí.
Después del fin,
todos juntos,
iguales,
irreparablemente
iguales.
El Cielo no cumplió su promesa
y los muertos tampoco salieron de sus tumbas,
salvo para que entraran nuevos muertos,
pero supimos guardar el secreto
y nuestro compromiso
por ocultar la verdad
nos obligó,
nos condenó,
nos redujo
a hablar
sin parar,
sin decir,
sin ver,
sin sentir,
sin escuchar
eternamente
nada.
Después del fin del mundo
algunos pensamos
que quizás
podría haber otro fin.
La esperanza
de un nuevo final
que terminara
con el mal sabor
que nos dejó el fin del mundo.
Aprendimos
a creer en otro final
al final
del eco de los días;
cuando deje de escucharse
ese murmullo de luces y sombras
y de órbitas desorbitadas
donde hacemos
el teatro.
Después del fin
el mundo
se volvió esa casa
en venta,
cuyo vendedor
oculta
la historia
de un crimen
espeluznante.
Afortunadamente
hay estudios,
investigaciones
muy serias
que afirman
que no siempre
necesariamente
los crímenes
suceden
dos veces
en el mismo sitio,
aunque
en este mundo
han sucedido
todos los crímenes.
Eco de los días verdaderos,
luz que se apaga,
recuerdos que se borran,
palabras
que dejan de decirse,
música
que se va
dejando
de escuchar,
danos esperanza,
no nos dejes
olvidar
que
todo
puede
acabar
otra
vez
y otra
vez
y otra
vez.
Danos
otra
oportunidad
para
decir
adiós.
El pájaro que canta frente al glaciar,
la gota que se inmola contra el vidrio,
el corazón que sigue latiendo
en las entrañas de un cadáver,
el árbol que danza frente al fuego,
el puño contra el muro,
la vida contra el tiempo,
la araña que desafía con su red al viento,
el violín que llora entre metales,
el avión que se entrega a la tormenta con las alas
abiertas,
la piedra frente a la bala,
la palabra frente al silencio,
el perro que le ladra al mar y al cielo,
el amante despechado
que decide seguir amando
a quien no lo ama,
la eterna rebelión contra lo inmenso,
la revolución imposible de las cosas sin peso,
la rabia sutil que convoca a la mosca
a perturbar el almuerzo.
La batalla perdida
que significan cada lluvia y cada beso.
A lo andado, Machado,
ya no habremos de volver.
Caminante, no hay camino,
se hace el abismo al caer.
La gente está cansada.
Cansada de hacer
lo que no le gusta.
Cansada de vivir
haciendo como que vive,
simulando que le interesa
lo que no soporta.
Cansada de esperar,
de fingir,
de sonreír con un rictus,
de emputarse con un mutis,
de lamentarse secretamente
y resignarse en público;
de no poder decir que no,
de quererlo todo
y de no poder nada.
Cansada
de sentir
que el tiempo
vale más
que el dinero
que le pagan
por estar cansada.
Cansada del aire
y de los días sin orillas,
y de la gente
que siempre
está cansada.
De la riqueza y la pobreza,
de la salud y la enfermedad
y de todos los sacramentos.
Cansada de respirar miedo,
y de sentir ese pegamento
espeso y blanco
arrastrándose por sus venas.
Harta de caminar
arrastrando las piernas
como a dos cadáveres
y de recorrer la misma ruta
una y otra vez
hasta crear un surco,
una pequeña arruga que marca
nuestro incipiente paso
por la piel del mundo.
La gente está cansada
de estar cansada,
de sentir los párpados
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