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EL ALMA DEL MAR
Página de créditos
El alma del mar
V.1: mayo de 2020
Título original: RisingTideFallingStar
© Philip Hoare, 2017
© de la traducción, Joan Eloi Roca, 2018
© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2020
Todos los derechos reservados, incluido el derecho de reproducción total o parcial en cualquier forma.
Publicado originalmente en Reino Unido en inglés en 2018 por Little, Brown, un sello de Little, Brown Book Group.
Ilustraciones de inicio de capítulo e imagen de cubierta: Joe Lyward
Diseño de cubierta: Taller de los Libros
Corrección: Francisco Solano
Publicado por Ático de los Libros
C/ Aragó, 287, 2.º 1.ª
08009 Barcelona
info@aticodeloslibros.com
www.aticodeloslibros.com
ISBN: 978-84-18217-11-1
THEMA: DNL
Conversión a ebook: Taller de los Libros
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.
Portada
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Sobre este libro
Dedicatoria
pleamar
élmirahacialaorilla
pesaresestelaresdeojosinmortales
algoasombroso
lagentedelmar
ceroytodojunto
bajounmarverde
elbellomarinero
stellamaris
elmarquecesóderugir
Agradecimientos
Bibliografía de la edición
Imágenes
Sobre el autor
El alma del mar
Una exploración del hechizo del mar y del arte
Del autor de Leviatán o la ballena y El mar interior, llega un maravilloso retrato compuesto por las sutiles, hermosas, inspiradoras y enloquecedoras maneras en que el ser humano se ha relacionado con el planeta del agua.
En el deslumbrante cierre de su trilogía sobre el mar, Hoare parte de nuevo en un viaje en busca de las historias humanas y animales del mar, desde las personas empujadas a la desesperación, a ballenas, gaviotas y espíritus de las aguas: esta es una odisea personal y literaria que nos llevará desde los suburbios de Londres hasta las costas europeas y del Atlántico.
Desfilan por sus páginas William Shakespeare, Henry David Thoreau, Wilfred Owen, Jack London, Herman Melville, Elizabeth Barrett Browning, Virginia Woolf, Percy Bysshe Shelley, Mary Shelley, lord Byron, el almirante Nelson, David Bowie, Stanley Kubrick y muchos otros poetas y artistas, escritores modernistas y héroes famosos o desconocidos, todos ellos relacionados con el mar, a veces de manera fatal y hermosa.
Del autor de Leviatán o la ballena
«Mitad historia cultural y mitad vibrante narración de su relación con el mar. [...] Philip Hoare ha escrito un libro maravilloso que es una delicia leer.»
The Sunday Times
«Hoare escribe sobre Shelley, Byron y Elizabeth Barrett Browning. [...] Poetas del mar en manos de un poeta del mar.»
The Literary Review
«Una historia idiosincrática de marineros, aventureros y artistas que evoca la majestuosidad del horizonte marino. [...] Es una obra maestra que se eleva al nivel de poesía sublime.»
The Times
«Rara vez he leído un libro que me haya hablado tan directa e íntimamente a mí.»
The Guardian
«Un libro extraño y maravilloso.»
Robert Macfarlane
Para Pat
«El mar; por todas partes, el mar; y nadie lo observa».
Dany Laferrière
No hace mucho, pero hace un tiempo, abrí el viejo armario de mi dormitorio; al fondo, entre montones de disquetes y los ajados lomos de las enciclopedias de mi infancia, encontré un cuaderno. Era del anticuado tamaño imperial, con una tela azul en el lomo, cubierta de papel brillante y el canto delicadamente moteado, como el huevo de un mirlo. Provenía de la fábrica de cables donde mi padre trabajó toda su vida. Dentro, sobre las sutiles marcas de sus páginas rayadas, destinadas a notas sobre amperios y resistencias eléctricas, había textos y dibujos de cuando yo tenía quince años.
En cada página izquierda había una imagen, pintada con brillantes témperas: una ciudad futurista, con líneas de estilo art déco, ágiles figuras extraídas de alguna epopeya espacial o del ballet ruso, imágenes fantásticas que atesoraba mi cabeza adolescente. A mitad del cuaderno, pinté algo que había visto de verdad: una ballena asesina saltando del agua, impregnada de un pintaúñas transparente para imitar su piel blanca y negra, como si emergiera del mar, no de una piscina de cemento en un safari park suburbano.
En las páginas de la derecha había versos y prosa, aquello que no podía decir en voz alta. Al contemplar este desfile de anhelos cuarenta años después, me di cuenta de que mi yo de quince años había cartografiado sobre las pálidas rayas azules del cuaderno lo que sería su vida. Como si ya la hubiera vivido hacia atrás. Todo cuanto aconteció después estaba anotado en ese cuaderno azul que sostenía en las rodillas mientras veía la televisión en nuestro salón, a la espera de lo que vendría a continuación.
El viento aullaba contra mi ventana como un animal salvaje, una bestia rugiente que exigía su alimento. La casa resistía el embate de una lluvia casi horizontal que amenazaba con encontrar hasta la última grieta de las paredes. El aire estaba colmado de agua, traída directamente de la orilla. Entre los árboles caídos y las acometidas de las olas, parecía que el mar —a pesar de estar a más de kilómetro y medio— intentaba alcanzarme en la oscuridad. Los periódicos, la televisión y las páginas web nos advertían que no debíamos caminar cerca de la orilla, como si el mero hecho de acercarnos fuera peligroso y sus tentáculos pudieran agarrarnos y arrastrarnos a sus profundidades.
Entre bramidos y aullidos, vociferante y mutable, retirándose para recobrar el aliento antes del siguiente asalto, la tormenta seguía azotándonos sin que pudiéramos hacer nada para evitarlo. El temperamento del mundo se había vuelto turbulento, el viento barría los océanos con una furia tropical. Si alguna vez nos sentimos culpables, fue entonces.
Al menos la ira del mar es visible. El viento es un monstruo invisible. No oyes el viento, oyes lo que deja atrás. Se define por lo que encuentra en su camino: árboles, edificios, olas… Quizá por eso se apodera de la imaginación de forma tan turbadora. Parece que se oye la rotación del planeta: el sonido de un mundo que se ha salido de su eje. ¿Por qué se nos castiga? ¿Qué hemos hecho mal? En el siglo xvii, durante los huracanes caribeños, los sacerdotes españoles arrojaban crucifijos a las olas o alzaban la hostia al viento, temerosos de que su pecaminoso rebaño hubiera disgustado a Dios.
Ese invierno, una tormenta tras otra asoló el sur de Inglaterra. Desgarrador y restallante, parecía que el viento no cesaba nunca. Tumbado en mi cama, sentía su volumen y sus ráfagas azotando cuanto había a mi alrededor, cambiando de dirección a placer, como un vehículo enloquecido, fuera de control.
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