Gladis Barchilon - Por el placer de contar

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"Por el Placer de Contar" de Gladis Barchilón, es una compilación de cuentos autónomos entre sí, pero sutilmente unidos por un matiz común: el estilo. Imposible dudar de que fueron cincelados por el mismo buril. La autora tiene la curiosa capacidad de estar dentro y fuera de los protagonistas. Los acompaña en su viaje interior y al mismo tiempo los contempla desde lejos. Una interesante galería de personajes y situaciones. Algunas humorísticas, otras irónicas y en ciertas ocasiones misteriosas pueblan las páginas de esta antología, integrada por veinticinco cuentos. La aparición de una mujer nacida en otro siglo, infidelidades de un marido puestas al descubierto, un atentado que se pudo prevenir, secretos revelados en el interior de un colchón, mensajes traídos a través del viento, una criatura rescatada de un naufragio, e intrusión en el alma de un mendigo, son sólo algunos de los temas que podemos encontrar en la recorrida por estas páginas. María Bárbara Hagopian, escritora argentina, nos invita a leerlas con la siguiente recomendación: «Amigo lector, la alfombra mágica se ha desplegado, súbete a ella y déjate conducir por Gladis Barchilón al maravilloso mundo de los cuentos, donde vivencias, anécdotas y fantasía toman vida. A través de su brillante pluma la escritora desdobla tiempos, anula horizontes y nos hace penetrar en otra dimensión, en una fusión de realidad y fantasía que nos invita a sumergirnos en su lectura. Cada una de las historias me ha deleitado, sorprendido y también emocionado. Ha llegado el momento de partir hacia aquel universo desconocido ¡Vamos!»

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»Perdone la insistencia, pero quiero bañarme. Aunque, si no está Vicenta no sé quién va a prepararme la tina con agua caliente…

-Yo la ayudaré. Por favor, acompáñeme, pero esta vez será en el cuarto de baño.

Y tomándola del brazo la condujo hacia la parte trasera de la casa.

Victoria quedó impresionada al entrar. No esperaba semejante transformación. El joven oprimió un botón y ella se encandiló con la iluminación. Le resultó notoriamente diferente que la habitual a gas.

En ese sitio había una serie de artefactos que ella no reconocía. Alex fue explicándole su uso. Frente a la bañera corrió una mampara y abrió la canilla.

-Ya no usamos tinas ni fuentones. El agua sale de aquí arriba, como si fuera una lluvia caliente. Usted podrá bañarse sola sin el auxilio de nadie. Esto se llama ducha. La dejaré funcionando.

Alex abrió el grifo y le explicó cómo cerrarlo al finalizar. Antes de retirarse, le preguntó si precisaba algo más. Ella movió la cabeza negativamente.

Victoria quedó largo rato mirando caer el agua a través del vapor. Experimentaba un fuerte temor, siempre se había bañado en su habitación, inmersa en una tina de hojalata que su criada iba llenando con agua caliente. Lo que tenía frente a sí era muy distinto. A pesar de que se sentía insegura, decidió ingresar en el cubículo, necesitaba sentir el contacto del agua sobre su cuerpo. Se desvistió parcialmente, sin despojarse de la enagua de algodón. Con cierta torpeza, se ubicó bajo la ducha.

¡Qué reconfortante sensación experimentó mientras enjabonaba su cuerpo! ¡Cuánto disfrutaba al lavar sus cabellos con los productos que Alex le había suministrado! ¡Qué efecto masajeador el del agua caliente deslizándose por su espalda! ¡Qué abundante y perfumada la espuma! No entendía nada de lo que le estaba sucediendo, pero en ese momento se sentía muy cómoda bajo la ‘ducha’, un término nuevo, que a partir de ese momento comenzaba a incorporar a su lenguaje.

Largo rato estuvo disfrutando del tibio golpeteo que producía el agua tibia al deslizarse sobre la piel y que nunca antes había experimentado. Cuando se sintió completamente renovada, decidió salir. Se secó con el toallón que Alex le había preparado, se colocó nuevamente la bata y se encaminó hacia el dormitorio. En el trayecto descubrió que él dormía plácidamente sobre el sofá.

Complacida, observó que en la pared todavía colgaba su última adquisición, un reloj de carrillón importado de Francia. Marcaba las tres y veinte.

Se introdujo en la cama, y después de cubrirse con una manta, se quedó dormida.

Cuando despertó, pensó que tal vez su vida había vuelto a la normalidad. Pero al salir de la habitación comprobó que lo sucedido el día anterior había sido real. Los cambios que se habían producido en su casa permanecían inalterables.

Alex ya no estaba durmiendo en el sofá.

El sol atravesaba los vidrios de los ventanales. Fue hacia la cocina. En la mesa encontró una esquela:

“Victoria:

Fui a trabajar, volveré a las dos de la tarde. Cerré con llave la puerta principal. En la calle hay muchos peligros. A mi regreso le explicaré. Le dejo pan, queso, frutas y verduras para que se sirva a gusto. Aguárdeme tranquila.

Su amigo

Alex”

Se sintió agradecida. Comió con apetito. Cuando terminó de almorzar, decidió que debía inspeccionar la casa. Quería saber qué estaba sucediendo, de qué se trataban todas esas transformaciones que habían alterado su vida. Necesitaba entender por qué se habían producido, y encontrar algún indicio sobre el paradero de Vicenta.

Afortunadamente, el cristalero de roble, que perteneciera a su madre, permanecía intacto.

La cocina le pareció muy extraña. No existían rastros de leña ni de carbón. Lucía impecable. De ella colgaba un mueble con tres puertas. Comenzó a inspeccionar el interior y encontró varias bolsas, cajas y frascos confeccionados en materiales desconocidos. Se detuvo en las etiquetas. En una, decía fideos; en otras, salsa de tomate, arroz, galletitas, no galletas, como las llamaban habitualmente. Algunas eran latas de anchoas, frascos de mermeladas y muchos otros productos desconocidos para ella.

Se acercó al artefacto blanco con luz del que el día anterior sacara la leche. (o había sacado). El compartimiento inferior estaba repleto de alimentos fríos. Los que tenían etiquetas rojas eran botellas con bebidas oscuras, las movió y formaron burbujas. Descubrió que había manteca, idéntica a la que solían elaborar habitualmente, pero envuelta en un papel plateado. En distintos sectores encontró carne, frutas, huevos y verduras. Curiosamente, halló un frasco con un producto amarillo en el que se leía la palabra mayonesa. La abrió y la probó con el dedo. Era sabrosa, aunque no tanto como la que solía elaborar Victoria batiendo vigorosamente los huevos con el aceite.

Cuando abrió la puerta superior, le golpeó la cara un inesperado golpe de frío. Había hielo adentro, similar a la escarcha que se forma en la vereda durante el invierno. Encontró apiladas muchas bolsas de alimentos con sus respectivas ilustraciones: arvejas, espinacas, y hasta una caja que contenía empanadas. De repente, vio un pollo sin sus plumas; estaba envuelto en una especie de papel cristal. Para mirarlo con más detenimiento, lo tomó entre sus manos. Era duro como una piedra y tan frío que lo devolvió a su lugar de inmediato.

Victoria no entendía lo que estaba sucediendo. ¡Su vida había dado un vuelco tan grande! En cuanto llegara Alex, le exigiría explicaciones.

Se sentía muy sola en medio de su propia casa, a la que poco reconocía. Recordó la tragedia vivida por sus padres en aquel viaje a Europa del cual no regresaron, y su congoja cuando un representante del gobierno francés le comunicó la noticia del fallecimiento de ambos en un terrible accidente.

Agradecía la fidelidad de Vicenta, quien la cuidó con desvelo, porque sin su presencia ignoraba cuál hubiese sido su destino.

Y ahora tampoco estaba ella. Su hogar ya no era su hogar. Su vida ya no era su vida. De la noche a la mañana todo había cambiado.

En un reconocimiento que hizo por las habitaciones, Victoria encontró un periódico y se instaló sobre un sofá que no existía antes, decidida a leerlo. Era muy extraño, nunca había escuchado ese nombre. En la portada decía: “CLARÍN”.

Muy sorprendida, vio que la página principal estaba ilustrada en colores, cosa inédita en un periódico. Leyó una noticia: “Misión Mundial. A puro corazón Argentina pasó a cuartos de final al vencer 1 a 0 a Suiza”. No entendía nada. En un recuadro grande se veía a un joven con el cabello muy corto, dibujos en uno de los brazos, la boca bien abierta (como si estuviera gritando) y las manos unidas formando con los dedos un corazón. Su nombre Di María. Seguía sin comprender una palabra acerca de lo que informaba esa noticia, hasta que reparó en el encabezamiento de la página.

“Buenos Aires miércoles 2 de julio de 2014.”

¿Qué significaba eso?

Mil ideas pasaron por su mente. Pensó que estaba soñando. Pensó que era una broma de mal gusto para perturbarla. Pensó en un error de imprenta. Pensó en todo eso y mucho más, pero también pensó en que la sucesión de hechos que venían desencadenándose en las últimas veinticuatro horas apuntaban a una alteración temporal.

Recordó las palabras de Alex acerca de que ella había dormido por un largo período. ¿Pero… cuán prolongado fue ese lapso? Cuando se lo dijo, creyó que había sido de uno o dos días. Pero, ante este cúmulo de pruebas, y según la fecha del periódico, le resultó fácil llegar a la conclusión de que había dormido durante ciento cuarenta y cuatro años.

Su buen juicio le decía que era imposible aceptar algo tan fuera de toda lógica. Sin embargo, los indicios resultaban más que claros. Había muchas cosas que no correspondían a su época. ¡Absolutamente incomprensibles!

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