La experiencia de salvación la conoce quien se da cuenta que no tiene posibilidades por sí mismo. Por eso aceptar que no podemos, es parte del poder que Dios quiere enseñarnos. Quien acepta su impotencia total, absoluta, encuentra la mayor victoria, descubre su poder, que no es suyo, pero sí le es dado. Se lo da aquel que no lo dejará caer. Aquel que no nos dejará caer, porque ha puesto sus ojos en nosotros que confiamos en su misericordia, intervendrá en nuestra vida. La acción permanente y poderosa de Dios no será de la manera que nosotros pensamos, sino de la manera correcta y perfecta para cada uno. No entendemos a Dios, su amor es tan infinito, que no lo entendemos. Sus caminos no son nuestros caminos, que generalmente buscan una solución demasiado mundana e inmediata a nuestros problemas. Quiero decir que no nos damos cuenta de que nuestro mayor problema es espiritual. Queremos que las cosas cambien, sin hacernos cargo de que nosotros también tenemos que cambiar. La intervención de Dios, la pensamos externa a nosotros, como que él debería hacer algo, un milagro para ayudarnos, y no vemos que el cambio comienza por uno mismo.
Dejarlo ser y decir te amo, no es una filosofía oriental que busca la estabilidad emocional. Si bien esta puede resultar de este camino, lo que proponemos es la oración contemplativa que acepta la realidad, pero mirando la realidad suprema. Dios es la realidad suprema que con su belleza nos invita a aceptar su amor. La salvación viene no de una filosofía, sino de recibir a Dios como señor y fuente de todo bien. Así en la oración contemplativa aprendemos a recibir el don.
Capítulo 6. Modelos, programas y paradigmas
En la práctica de la oración contemplativa vamos despertando a un nuevo orden de ser y existir distinto a lo que veníamos viviendo. El Reino de Cristo que está cerca de nosotros y el Padre quiere dárnoslo.
“No temas pequeño rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el reino” (Lc 12,32)
Que Dios quiera, no significa que vaya a avasallar nuestra libertad. También nosotros tenemos que abrir la puerta.
Es como si estuviéramos encerrados en una habitación llena de nuestros juicios y etiquetas. Creemos que vemos el mundo, pero solo vemos nuestras propias ideas. Hay una puerta y del otro lado la realidad del amor de Dios. Él ha estado ahí siempre, pero nosotros no podíamos verlo porque nuestros pensamientos y emociones no nos dejan abrir la puerta. Por la oración contemplativa ahora vemos una puerta. Al soltar y confiar la abrimos.
Pero no es fácil asimilar que lo que vemos y sentimos nos tiene encerrados. Por eso nos detendremos en este punto un momento. Vamos a desarrollar un poco más que lo que no nos deja ver la realidad, son nuestros modelos, programas y paradigmas.
Tantas experiencias vividas, tantos juicios y etiquetas que fuimos aprendiendo, fueron labrando en nosotros un modelo con el que vemos el mundo. Ese modelo son nuestros propios paradigmas que están en nosotros y vienen de nuestra cultura y educación.
Cuando un misionero de Alemania llegó por primera vez a la Argentina fue a una parroquia de Santiago del Estero, donde estaban velando a un difunto. Era un recién llegado que no hablaba el idioma y una señora, para hacerlo entrar en confianza, le acercó un mate. Él lo agarró y ante el asombro de todos, empezó a rociar al difunto haciendo la señal de la cruz con la bombilla del mate.
Para este misionero lo que le estaban ofreciendo era un calderillo e hisopo que se usa en la bendición. No vio un mate, sino que vio lo que su paradigma cultural le indicaba. Lo que había aprendido. Todas las culturas tienen sus paradigmas. Modelos de comunicación, modelos de comportamiento. Modelos que los hacen ver las cosas de una u otra forma. En algunas culturas se recibe al visitante ofreciéndole lo mejor de la casa. Si este no lo acepta, el anfitrión lo toma como un desprecio. En otras, simplemente, lo toman como que no gusta algo sin molestarse en lo más mínimo. En algunas culturas un aro en la nariz resulta agradable, en otras no. En algunas las mujeres se tapan el rostro con velos y en otras usan poca ropa.
Estos paradigmas, pueden cambiar. Las personas pueden ver las cosas de otra manera. Un cacique de una comunidad originaria, cuando veía llegar a su territorio una camioneta de alta gama pensaba que era alguien que iba a robar. Con el tiempo conoció personas generosas y desinteresadas que venían a ayudar en esas camionetas. Entonces cambio su paradigma. Al ver estas camionetas, pensaba que tal vez era alguien que venía a ayudar.
En el caso del misionero alemán, cuando luego de lo sucedido le explicaron qué era el mate, pudo diferenciarlo del elemento que se usa para bendecir e incluso pudo aprender a tomar mate. Los paradigmas cambian cuando aprendemos que lo que pensamos que es algo, no lo es. Pero aprender que lo que pensamos es falso es mucho más fácil que aprender que lo que sentimos es falso. Falso significa que no corresponde con la realidad. Un pensamiento verdadero de uno falso se diferencia en que uno corresponde a algo que existe en la realidad y el otro no. Pensar en algo y descubrir que el pensamiento es falso es gracias a nuestra capacidad inteligente. Pero con las emociones, es muy distinto. Nuestra capacidad inteligente puede ver que lo que siente es falso, pero igual nuestras emociones nos dominan. Si uno siente que el avión que viaja se va a caer, es una emoción falsa. El tema es que esta emoción nos puede dominar tanto, que no nos deje subir a un avión. Así tenemos muchos paradigmas emocionales que nos gobiernan. Nos quitan la paz. Nos preocupan he inquietan. Creemos que nos preocupa la realidad, pero el problema no está afuera sino en nosotros. Por eso estuvimos hablando de las etiquetas y juicios que nuestras experiencias produjeron. El conjunto de estos los llamaremos paradigmas. Un paradigma es la forma con la que vemos algo. Una metáfora podría ser la de unos anteojos. Si tenemos anteojos negros, vemos las cosas negras. Si son azules, vemos las cosas azules. Se ve la realidad, no estamos hablando que estamos locos e inventamos las cosas. Pero se las ve por medio de un anteojo de color. Este anteojo es lo que llamamos paradigma. Y este paradigma se construye a través de nuestras experiencias. La mayoría de las personas creen que ven las cosas como son, porque siempre han llevado puesto sus anteojos. Dios ve la verdad, nosotros vemos las cosas de determinada forma. Esta forma está impresa en nosotros como un modelo que nos hace ver desde el modelo. Un modelo interno con el que vemos algo de modo que nos hace experimentar ese algo, no de modo puro, como es, sino con el color de nuestros anteojos. Alguien nos puede enseñar otra manera de ver. De niños nuestros padres nos fueron enseñando una manera de ver. Y la aprendimos rápidamente. Incluso en esta etapa era más fácil que ellos mismos nos enseñen una nueva manera de ver y que esta cambie nuestra manera de sentir. Con el tiempo esto fue formando nuestros anteojos. Todavía tenemos la capacidad de cambiar nuestra mirada. Con las ideas y conceptos, es más fácil. Podemos aprender nuevas formas de pensar de manera instantánea. Tenemos la capacidad inteligente de llegar a las verdades y así cambiar nuestra manera de pensar. Pero esta capacidad, no puede cambiar nuestra manera de sentir tan fácilmente. Un pensamiento falso, puede cambiarse. Pero si nos dicen que lo que sentimos es falso, es decir, no corresponde a la realidad, no por eso nuestras emociones cambiarán. Las emociones que fuimos aprendiendo fueron construyendo una manera de sentir. Y transformar nuestra mirada emocional es un proceso.
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