Margaret Cheney - Nikola Tesla

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La primera biografía que se publica en español sobre uno de los personajes más influyentes de la ciencia contemporánea. Un relato completo de la vida y la obra de Tesla en el entorno de la revolución industrial.
Hoy pocos recuerdan a Nikola Tesla, pero gracias a él se enciende la bombilla del techo cuando pulsamos un interruptor. Fue el descubridor del campo magnético rotatorio, la base de la corriente alterna que hoy ilumina el mundo; pero también el padre de tecnologías visionarias en su época como la robótica, la informática o las armas teledirigidas. Nikola Tesla es el paradigma del inventor genial, la mente creativa sin perspicacia para los negocios, y su vida es la historia de un fogonazo de luz que iluminó a todos los que lo rodearon, para apagarse de forma triste… y resurgir hoy, con el homenaje y el recuerdo de los científicos modernos que reconocen a Tesla como «el padre de la tecnología moderna».

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Sus aficiones de hombre cultivado le llevaban a realizar frecuentes viajes a Europa para adquirir obras de arte, en lo que tenía mejor ojo que otros advenedizos que acaparaban tesoros artísticos del Viejo Continente sin ton ni son. Como pilar de la confesión episcopaliana que era, muchas tardes abandonaba su despacho de Wall Street y se pasaba una hora, acompañado por su organista preferido, cantando himnos bajo los cabrios de la iglesia episcopaliana de St. George.

Atosigado por cuestiones como la guerra de tarifas entre compañías ferroviarias o las huelgas que ponían en peligro sus inversiones rodantes, Morgan agradecía cualquier oportunidad de escaparse de la oficina. Cuando viajaba por Estados Unidos, lo hacía a bordo de un “principesco vagón” de cien mil dólares, que enganchaba al tren que elegía en cada ocasión. Los otros convoyes, más humildes, se detenían para dejarlo pasar.

Como Edison, también era famoso por sus frases lapidarias. Una que Tesla nunca olvidaría, y con razón, decía: “Un hombre siempre hace las cosas guiado por dos motivos: uno bueno, y otro, que es el verdadero”.

El terremoto financiero de 1884 ocasionó un clima tal de incertidumbre que cientos de miles de pequeños accionistas se arruinaron. Buscando un clavo ardiendo al que agarrarse, más que al Gobierno, los empresarios de la época volvieron los ojos a la poderosa casa Morgan, en el preciso momento en que el financiero pensaba que la conflictividad laboral y la guerra de tarifas desencadenada por la rápida expansión del ferrocarril podían dar al traste con los planes que había puesto en marcha para mantener el control sobre su emporio económico.

Para entonces, todo el mundo daba por sentado que el inmenso desarrollo del ferrocarril respondía a intereses meramente especulativos y que muchas de esas compañías irían a la quiebra. Sólo quedaba, pues, el camino de las fusiones. Pero Morgan no era un hombre fácil de convencer, ni que tomase decisiones a la ligera. Mientras sus competidores sudaban tinta, él se daba una vuelta por algunos balnearios europeos adquiriendo obras de arte.

Mediado el verano del mismo año en que Tesla había llegado a tierras americanas, los placenteros viajes de Morgan le habían llevado a recalar en Inglaterra, donde recibió nuevas y descorazonadoras informaciones sobre el “desastre del ferrocarril” y el pánico que se había adueñado del país. Tomó, por fin, la determinación de regresar y poner su privilegiada inteligencia al servicio de la nación.

La solución de Morgan consistió sencillamente en convocar a todos los empresarios enfrentados a una conferencia de paz que se celebró a bordo del Corsair. [12]El barco se pasó todo un día surcando a lo largo y a lo ancho la bahía y el East River, con Morgan ejerciendo de anfitrión de los barones de la industria allí reunidos. No hubo que lamentar enfrentamientos personales: se trataba de un conflicto limitado a los intereses oligárquicos de un puñado de magnates del petróleo, del acero y de los ferrocarriles. Antes de que la noche se les hubiese echado encima, Morgan había “recompuesto” los intereses de unos y otros con notable maestría, de modo que, a través de fusiones realizadas con cabeza, la “competencia desleal” quedó reducida al mínimo. En eso radicaba la verdadera grandeza de Morgan, en una visión que no tardaría mucho en aplicar al novedoso y prometedor campo de la electricidad.

Entretanto, Tesla, cuya reputación como ingeniero iba en aumento, había recibido de un grupo de inversores la oferta de crear una empresa que llevase su nombre. No se lo pensó dos veces: todo el mundo se daría cuenta de la trascendencia del descubrimiento de la corriente alterna, un hallazgo que, según él, liberaría al género humano de innumerables ataduras. Por desgracia, sus socios tenían ideas mucho más modestas y prácticas en la cabeza: comenzaba a emerger un enorme mercado, que reclamaba lámparas de arco más avanzadas para la iluminación de calles y fábricas. Ése era su objetivo primordial.

Se constituyó, pues, la Tesla Electric Light Company, con sede en Rahway, Nueva Jersey, y una sucursal en Nueva York. Entre los implicados en el proyecto estaba James D. Carmen, fiel aliado de Tesla entre bambalinas durante veinte años o más. Tanto Carmen como Joseph H. Hoadley trabajaron como ejecutivos de algunas de las empresas de Tesla.

En el primer laboratorio que tuvo en Grand Street, el serbio desarrolló la lámpara de arco de Tesla, más sencilla, eficiente, segura y económica que las de uso corriente entonces. [13]Patentó su invento, y las primeras de aquellas lámparas alumbraron las calles de Rahway. [14]

Habían acordado que su salario consistiría en acciones de la empresa. Pero las formas estadounidenses de hacer negocio le depararían una nueva y desagradable sorpresa. De la noche a la mañana, se vio de patitas en la calle, con unos preciosos valores impresos que, para su desgracia, debido al poco tiempo que la empresa llevaba en funcionamiento y a las sucesivas crisis económicas, apenas tenían valor.

Tesla abandonaba la escena por tercera vez.

El declive económico se convirtió en depresión, y ya no encontró trabajo como ingeniero. Desde la primavera de 1886 hasta el año siguiente, pasó por uno de los periodos más sombríos de su vida. Como un obrero más de las cuadrillas que deambulaban por las calles de Nueva York, apenas conseguía llegar al día siguiente. Más tarde, sólo en raras ocasiones se referiría a la experiencia de aquella terrible temporada.

Algo había avanzado, cuando menos. Sus innovaciones en la lámpara de arco le convirtieron en titular de siete patentes, además de obtener otras concesiones relacionadas con la iluminación. Merece la pena detenerse en dos de tales licencias: [15]ambas guardan relación con la pérdida del magnetismo que experimenta el hierro cuando se ve sometido a temperaturas superiores a los 750 grados centígrados, lo que permite la conversión directa del calor en energía mecánica o eléctrica. Como tantas otras patentes suyas, tampoco éstas encontraron una aplicación práctica de forma inmediata y cayeron en el olvido. En las últimas décadas del siglo XX se volvió a prestar especial atención a este proceso, sin que, hasta el momento, nadie haya mencionado que fue uno de los muchos hallazgos de Tesla.

Cuatro años habían transcurrido desde que descubriera el campo magnético rotatorio y construyese su primer motor de corriente alterna en Estrasburgo, y comenzaba a preguntarse si la hierba verde y el dorado sueño americano seguirían dándole la espalda. Dolido por los desengaños en cadena, se preguntaba si sus años de estudio no habrían sido una pérdida de tiempo.

Pero el destino le tenía reservado un giro inesperado. Tras haber oído hablar de su motor de inducción, el jefe del taller donde languidecía el inventor le presentó a A. K. Brown, director de la Western Union Telegraph Company, quien no sólo estaba al tanto de lo que representaba la corriente alterna, sino que mostraba un interés personal en las nuevas perspectivas que ofrecía esta solución.

Allí donde Edison había sido incapaz de aprehender una revolución ya en ciernes o, para ser más exactos, había intuido que supondría el toque de difuntos para su proyecto de electrificación con corriente continua, Brown optó decididamente por el futuro. Respaldó la creación de una nueva empresa que también llevaría el nombre del inventor, la Tesla Electric Company, con el objetivo primordial de desarrollar el sistema de corriente alterna ideado por el serbio en un parque de Budapest, allá por 1882. [16]

1 Matthew Josephson, Edison, Nueva York, McGraw-Hill Book Co., 1959.

2 Ibid.

3 O’Neill, Genius, p. 60.

4 Tesla, “Inventions”, p. 51.

5 Ibid., p. 54.

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