Martí Manen - Salir de la exposición

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El formato estrella de presentación de arte contemporáneo sigue siendo la exposición. Una exposición que sufre modificaciones constantes, que necesita adaptarse a las propuestas de los artistas, repensarse desde su uso, analizarse según sus posibles funciones y que, en definitiva, nos pide a gritos una reformulación.Salir de la exposición (si es que alguna vez habíamos entrado) es un acercamiento a las posibilidades de la exposición, un deseo, una mirada para compartir con la voluntad de repensar el modo como el arte se conecta con la sociedad.

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El bombazo que supuso el análisis y la observación por parte de Nicolas Bourriaud de unos artistas en particular y de su obra en los noventa, analizados bajo la exitosa definición de estética relacional, obligó a un replanteamiento en cuanto a la relación con los antiguos espectadores y actuales usuarios. La estética relacional, el etiquetar unas formas, conllevó que el contexto institucional necesitara replantear sus formas, ya que resultaba evidente que los formatos estancos dejaban demasiado material fuera de juego. La revisión teórica de la idea de evento y su valor simbólico en el marco del sistema capitalista también marca miradas y opciones de definición temporal de la exposición, sea la exposición marco de investigación, trabajo, proceso, presentación o distribución de una serie de momentos donde el contacto con el arte ocurre.

Siguiendo a Zygmunt Bauman, vivimos en un contexto donde cada momento tiene una vital importancia, donde tenemos que vivir las emociones una tras de otra para evitar una sensación de fracaso. Vivimos en una escalera donde cada peldaño tiene que ser más emocionante que el anterior, donde el consumo de estas emociones parece cada vez más organizado y ligado a un sistema político y económico. El trabajo en proceso incorpora toda esta secuencia de momentos, pero desde el proceso se puede entender que no todo es brillante, que la pausa es también un elemento necesario dentro de este devenir y que ser activo no se reduce a una suma constante de actividades, sino a la asunción de estas actividades y razonamientos, así como su análisis para lograr una creación en evolución, una prueba constante, una voluntad crítica y al mismo tiempo constructiva. La valoración del proceso de trabajo parte también de esta mirada secuencial a la realidad emocional, pero es también desde el propio proceso donde encontramos las herramientas para tratar la problemática. En un sistema donde destaca, por encima de todo, la necesidad de una suma constante de elementos, unos tras otros, es necesario definir herramientas que abran la posibilidad de una aproximación que facilite un posicionamiento crítico con lo que nos rodea. El propio proceso es también un acopio de elementos, pero no necesariamente una suma constante. Y la exposición, a través de su redefinición, puede convertirse en un tiempo y espacio para reformular la suma, para facilitar este posicionamiento crítico necesario.

06. // ROMPER EL RITMO.

A: RAW IDEAS

En toda exposición necesitas por lo menos un elemento que desorganice. Algo que desentone, que no sea correcto. Algo que genere preguntas sobre todo lo demás. Ese elemento de riesgo, esa propuesta menos clara, esa pequeña provocación. Lo mismo en un libro, supongo. Así que allá vamos.

Raw ideas. Este era el título de una exposición. Llegamos al título bastante pronto. Queríamos que nos sirviera como sistema para pensar, para organizarnos para poder definir muy libremente lo que habría dentro. Hablábamos con Job Ramos de los ficheros raw de las imágenes digitales, con capas de información que permiten que una imagen sea varias posibilidades de ella misma, que una imagen contenga opciones múltiples de realidad y cómo este tipo de ficheros eran algo así como una metáfora a investigar. No utilizábamos la palabra “metáfora”. También hablábamos sobre el comportamiento en la red, sobre cómo leemos a medias, saltamos a otros textos, abrimos una web de deportes, miramos un vídeo, tenemos el correo abierto esperando un pling que nos obligue a dejarlo todo para leer lo que sea que entre y dar respuesta inmediata. Y todo esto era el punto de partida de una exposición que cerraríamos en algunos meses. No demasiados meses.

La primera decisión fue olvidarse de los cromos. Olvidarse de los roles e intentar hacer algo que, en su proceso, fuera parecido al comportamiento en la red, así como que tuviera por base un tema imposible de responder fácilmente como es la relación entre el archivo, el arte y la realidad. Todo sabiendo que tocaba llegar a un resultado que sería una exposición física en un lugar que conocíamos bien, en una sala de dimensiones correctas (no excesivamente grande y suficientemente dócil como para poder mezclar cosas: Zero1), así como que publicaríamos un catálogo. Un proyecto a realizar juntos en todo su proceso. Las coordenadas estaban definidas, ahora tocaba pulsar el play y dejarse llevar.

Muchas fotos de la red, muchas horas de buscar cosas sin saber qué buscábamos. Tampoco nos interesaba demasiado saberlo. Algunos puntos de partida, lugares a abandonar olvidando que allí empezó todo. Nos gustaba una pieza de Walid Raad sobre vigilancia en una playa. Nos interesaba el papel de aquel soldado que controlaba las cámaras en esa playa y enfocaba la puesta de sol cuando llegaba la hora, prescindiendo de si había trapicheos entre espías. El gesto de mirar a otro lado sin saber muy bien el motivo, sin poder justificarlo. El convertir una mirada perdida en una narración, el dejar de ver para contar todo lo que está pasando. También nos interesaba Kristofer Paetau haciendo el animal en muchas de sus obras y jugándosela a nivel de prestigio. Cosas rápidas, sin demasiado sentido. Pero su trabajo “picturepeople” nos llevaba a muchas ideas interesantes. La misma velocidad de la red para generar un archivo personal y al mismo tiempo anónimo. Conceptos que busca en la red y algunas fotos que encuentra. Y ya está, a partir de aquí tú mismo.

Pensamos: “Bien, queremos tener estas dos piezas, ¿verdad? Pues adelante”. Gestionar los préstamos y producciones y ya está. Y después escapamos. Gerhard Richter era importante, pero no queríamos a Richter en la exposición. Queríamos miradas a su atlas, queríamos otras aproximaciones subjetivas, así que nos fuimos a preguntar a personas que hubieran estado en contacto con el atlas. En plan también muy directo. Dar la vuelta a un archivo, no tener el archivo pero lecturas próximas no necesariamente legitimadas.

Al mismo tiempo hablábamos todo el rato de que no queríamos componer algo mediante “objetos” y ya está, deseábamos realmente incorporar el impasse, la búsqueda, las pérdidas y el empezar algo y dejarlo a medias. Era importante escapar. Escapar de los códigos del arte para irse a otros lugares, para encontrar otra información directa, otras palabras, otros métodos. Hablábamos también sobre varios textos, sobre personas que escribían desde los márgenes, sobre visiones historicistas, visiones técnicas, lecturas poéticas, la necesidad de las posiciones políticas y saltábamos a comentar imágenes de motocross. Encargamos varios textos a partir de nuestras conversaciones.

Entre las cosas que comentábamos estaba la necesidad de ir a buscar un lugar que facilitara la definición del comportamiento en la red. Peligrosamente nos centrábamos en lugares como Silicon Valley, alrededores de Seattle, la parte norte de la Costa Oeste. Pero hicimos entonces un gesto de red y empezamos a buscar los resultados en lo físico de otras localizaciones. En el lugar equivocado, en el piso de al lado. Y Nueva York nos pareció bien. Allí quedamos. Con algunos encuentros preparados, con tiempos para buscar otros, pensando que de un lugar iríamos a otro. Y sí. En el piso de los -entonces- chicos de Vimeo hablamos con ellos de lo que significaba “hacer” vídeo en la red. Eran muy jóvenes. Con un piano de media cola. Con una Playstation en cada habitación. Gafas. Todo bastante cool. Pero muy jóvenes para entender realmente lo que significa lo cool. Su tranquilidad decía bastante. El piano de media cola no lo tocaba nadie, evidentemente. Simplemente estaba bien. “Esta es mi habitación.” “Esta es la suya.” “Aquí también jugamos a la play.” Al mismo tiempo, lo tenían clarísimo. Sabían qué actitud, cuál era su campo, qué tocaba hacer, cómo tenían que jugar con la red, qué les podía interesar, qué querían que fuera Vimeo. Estaban en su casa. Camisetas de colores. No muy lejos, las oficinas de Fotolog. En un momento determinado parecía que la cosa se definiría entre Fotolog y Facebook, superándose Myspace por una cuestión estética. Aquí, en Fotolog, ya no estábamos en casa de alguien. Oficinas en Manhattan. También en Manhattan, pero oficinas. Justo les habían llegado las cajas del libro que habían sacado con Thames & Hudson. “Tomad, llevaros unos cuantos.” Pensando en la maleta y el peso y los libros que se dejan en los hoteles. “Un par está bien, gracias.” Aquí hablamos de negocio, de marca, de idea, de ilusión. Empezamos a tener más miedo. Saltaban de las protestas estudiantiles en América Latina y lo bueno que es Fotolog para ellos a cómo venden la información a Converse. De hablar de grupos con gustos parecidos a la potencia de la imagen. De compartir y de los beneficios. Treinta millones de usuarios. Y parece que han perdido.

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