Hablamos de diálogos, discusiones, genealogías, historia, presente, discurso, y toca no olvidar la plataforma donde todo esto se presenta. Los elementos “paralelos” de la exposición son también definitorios. Los colores, las tipografías utilizadas, los recursos técnicos... Todo lo físico, el display, los elementos que definen la navegabilidad en la exposición también conllevarán que se propicien, faciliten o imposibiliten un tipo de relaciones u otro. También la idiosincrasia del lugar de presentación, sea una institución o lo que sea, conformará una negociación con una idea de exposición u otra. En otro plano, la economía del país donde se presenta la exposición también afectará, así como la idea que allí se tenga de la cultura, si es una celebración, un apoyo educativo, un elemento secundario o un espacio para la propaganda.
Desde el detalle más minúsculo hasta la esfera más aparentemente alejada del hecho expositivo afectarán a cómo se define la exposición. En algunos casos será posible controlar los parámetros. En otros, tocará jugar con lo que hay y saber navegar lo mejor posible. Pero, al final, en el momento en que la exposición se presenta, aparecerán las líneas trazadas, se generarán momentos de comunicación y diálogo, y se pondrán en marcha las conjunciones y los elementos definidos previamente para buscar ese tono, ese tipo de contacto y relación que queremos entre lo presentado y nuestros usuarios, aceptando que en el momento en que la cosa esté en marcha será imposible controlar lo que a priori pensábamos que teníamos perfectamente definido.
05. LA EXPOSICIÓN, LOS EVENTOS, LOS TIEMPOS
En un contexto donde el valor simbólico tiene tanta o más importancia que el valor material en sí, la exposición se acerca a las posibilidades flexibles que ofrece el escapar de la objetualidad. Podríamos hablar de la exposición como un espacio donde se presentan algunos elementos, algunos objetos. Estaríamos hablando de una de las posibilidades. Pero la exposición es también tiempo. Un tiempo que viene determinado por el ritmo y la velocidad definidos tanto por la realidad política, económica y social en la que nos encontramos como por el propio desarrollo del contexto artístico en sí. En el momento de definición de la exposición es habitual trabajar con planos. Planos de salas, información sobre metros lineales de pared, sobre altura de los techos, sobre puertas y accesos. Elementos físicos que nos hablan de la caja, del contenedor. Olvidamos los momentos, la posibilidad de secuencias, de eventos.
Entender la exposición como tiempo significa tomar consciencia de que la exposición necesita definirse en presente pero también ser muy consciente de su pasado y su futuro. En el momento en que la exposición se aleja del presente continuo propio de la exposición clásica, en el momento en que empiezan a incorporarse elementos que definen un pasado y un futuro de la propia exposición, el dispositivo deja de ser algo ajeno al paso del tiempo para empezar a asumir las dudas de que lo visto no es algo perenne sino algo que también está en evolución y cambiando, abriéndose entonces la puerta a la fragilidad, a las vías erróneas, al desacierto, a las posibilidades múltiples y a la incapacidad de control de la situación.
La asunción de que el cambio constante es algo definitorio en el arte contemporáneo conlleva que todo sea cuestionable, también sus dispositivos de contacto. El arte está en proceso, entra en crisis constantemente, se relaciona con su alrededor para participar también de este. Las formas cambian, los fondos también. Que todo pueda generar una modificación en la apreciación obliga a replantear los modos de actuación al uso. Cuando Duchamp incorpora el ready made como posibilidad artística todo cambia. Cuando Hans Haacke presenta obras “vivas” todo cambia de nuevo. Cuando el accionismo vienés genera sus propias situaciones alrededor de una mística carnal todo se viene abajo. Con el Land art y su documentación otra relación con el tiempo de lo visto aparece. El happening y The Factory de Warhol acentúan la apreciación por el momento. Pero también con Dora García, y la creación y mantenimiento de ficciones en tiempo real, aparece un cambio definitorio. O con las nuevas normas institucionales y acciones dentro del espacio expositivo que define Tino Sehgal es necesario replantear el uso y formato del dispositivo de presentación artística.
La idea de trabajo en arte, con miradas más allá de la organización de base fordista, también conlleva que los pasos sean distintos a los que estábamos habituados. Podemos seguir haciendo distinción entre investigación, producción, presentación y distribución, pero las fronteras entre estas acciones son cada vez menos evidentes. Si la exposición era el espacio para la presentación, nos encontramos con algunos temas a discutir cuando presentación y producción ocupan el mismo lugar y momento. Cuando la distribución también se convierte en un elemento propio de algunos trabajos artísticos, la exposición necesita redefinirse para no ser el lugar final, sino un contexto de encuentro donde facilitar la continuidad de los trabajos artísticos en sí, así como de las discusiones, diálogos o transmisiones de información, emociones o contenidos que quieran desarrollarse.
Los tiempos estancos en la idea de trabajo en arte han dado paso a fluctuaciones, a movimientos zigzagueantes que se resisten a ser encasillados. La exposición no puede entonces ser, evidentemente, un lugar donde encasillar, un lugar donde marcar lo que es con una etiqueta que nos dice “lo que es”. Llega el momento de entender la exposición más allá de su definición como lugar de presentación. La exposición se convierte en un espacio de trabajo, en un tiempo de trabajo donde evolucionarán los contenidos y las formas. El entender la exposición como un marco a definir en cada ocasión nos ofrece la posibilidad de tratar con distintos modos de producción y definición artística. Y la figura de un visitante activo ha logrado que, de nuevo, todos los cambios que se vienen desarrollando durante las últimas décadas necesiten ser revisados por el motivo de que la acción y las decisiones cambian también de tiempo y lugar.
La incorporación del visitante a la exposición, también poniendo en duda lo que significa visitar una exposición, conlleva que los ritmos de definición y producción artística se alteren. La presencia del espectador llegaba cuando el trabajo artístico ya estaba realizado, pero ya hemos asimilado que el contacto puede realizarse en otros momentos. Artistas trabajando en sus obras se encuentran en directo con su público. El público puede abandonar una posición pasiva para entrar a definir, también, el material artístico. La exposición pasa de ser un lugar de presentación a ser el lugar de definición común, el lugar donde acontece. Un tiempo que no volverá a repetirse que es distinto de ese presente continuo de la exposición clásica.
Nos encontramos frente a un cambio de idea de lo que significa el trabajo artístico, también frente a una redefinición de los propios procesos de trabajo, así como frente a una reformulación de lo que significa la presentación artística y la idea de resultado. La exposición cambia ya que el contenido es distinto; toca adaptarse. También la voluntad de replantear la propia exposición como formato conlleva modificaciones en su definición, alterándose las funciones y la manera de entender el dispositivo expositivo en sí.
Pero existen otros elementos que obligan a adaptaciones de la exposición a una idea más vinculada al tiempo. Si el contenido habitual es distinto, si la idea de la exposición en sí se flexibiliza, también encontramos situaciones institucionales que potencian la exposición como un tiempo activo. La necesidad de la institución de modificar sus propios ritmos, sea para adaptarse al ritmo de trabajo que pide la globalización, sea para buscar más visitantes a sus exposiciones, obliga a replantear la exposición, a dotar de vida a un espacio mediante la acción en su tiempo. Las instituciones ya no pueden inaugurar un número de exposiciones determinado por año y pensar que su cometido ha sido realizado. La presión política, económica y social que vive la institución obliga a un ritmo más trepidante, a un contacto más continuado con sus usuarios y, por lo tanto, a un movimiento económico también más activo.
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