Donacio Cejas Acosta - El verano sin final

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Álex llega a París para pasar el mejor verano de su vida y lo que ocurra a partir de ese momento… ¡lo decides tú!
Amores de verano a orillas del Sena, un complot de blogueras extremistas, un robo por resolver en la Torre Eiffel, una diva del cine a la que rescatar, exnovios que regresan, travestis, música disco, una misteriosa fiesta de fantasmas o un tórrido encuentro en un cuarto oscuro…
Tú decides qué aventura vivirás, porque el protagonista de este libro eres tú, y cuando llegues al final… ¡puedes volver atrás y elegir otra historia totalmente distinta! Porque tu verano en París no tendrá un final… ¡tendrá muchos! Al final de cada capítulo, puedes decidir el camino que seguirá el protagonista eligiendo un número de página.
Novela LGBTI.

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Ave maría purísima hermana, acierta a gruñir Oli con los ojos entrecerrados ojalá café muchísimo... ¡tengo la gran resaca de Puerto Rico!

Habéis perdido la hora del desayuno del hostal así que buscáis una cafetería cercana y lo bastante parisina como para justificar el precio del café au lait y los croissants que devoras mientras Oli cuenta sus aventuras y desventuras por todo Paris la nuit y su intento infructuoso de seducir a un daddy con pinta de leñador en un bar de osos cerca del Pompidou.

Me dijo que le parecía demasiado joven, que a él le iban los tíos tíos y que yo no soy un tío tío, ¿tú te lo puedes creer? ¡Rechazada y humillada cual emperatriz Ferrer en La dama de rosa... ! ¡Ay, amiga! ¡Qué cruz!, ¡qué dislate...!

Le comentas por encima tu conversación con Maciek, guardando para ti un par de detalles fundamentales –como su entrada medio desnudo al cuarto y lo que pudiste ver al despiste mientras se secaba– que prefieres guardar para ti aunque hubieran hecho las delicias de Oli, tan proclive siempre a los delirios romanticones y a caer rendido ante la belleza masculina.

Tal vez le escribas más tarde, piensas.

Descansado y lleno de energía tras el desayuno, te sientes con ánimos para asaltar la más alta cumbre de la cultura, aquella que requerirá todas vuestras fuerzas para recorrer sus interminables pasillos: el Museo del Louvre.

Cuando te acercas a la célebre pirámide de cristal, reluciente y precisa como un diamante en medio de un pastel, sientes una profunda emoción estética que no te abandonará en toda la visita, de la Victoria de Samotracia hasta la Virgen de las Rocas . Bromeas con Oli acerca de la pertinencia de atravesar corriendo alguna de las galerías, como en aquella película de Godard donde salía Anna Karina tan guapa, ¿cómo se llamaba? ¿Bande à part?, pero no os atrevéis, por supuesto, no sea que los seguratas del museo confundan vuestro espontáneo homenaje a la nouvelle vague con simple gamberrismo adolescente y os echen a patadas antes de haber podido comprobar si la sonrisa de la Gioconda es tan misteriosa como dicen.

Rodeada de paparazzos como Anita Ekberg en La Dolce Vita , encuentras a la Gioconda bastante mona, más pequeña de lo que imaginabas, pero enigmática con su sonrisa etrusca; cuando consigues acercarte lo bastante abriéndote paso entre la patota turística, hay un instante fugaz, apenas un parpadeo en que te parece que esa sonrisa, si es que de sonrisa se trata, ha sido pintada para que tú la vieras.

Cumplida la visita, los rugidos en tu estómago no engañan; ha llegado la hora de la brasserie o del pequeño bistrot encantador, de gozar con ese entrante exquisito, ese plat du jour , esa tablita de queso a los postres todo regado con una copita del mejor vino, o del vino de la maison si el precio no acompaña al bolsillo, en fin, un lunchito parisino, para qué decir más.

Tras el spresso llega el momento de desplegar el mapa de la ciudad y como Napoleoncillos maricas, señalar cuál será vuestro próximo objetivo.

1-Si vais a la torre Eiffel pulsa aquí.

2- Si decides ir de compras a Galerías Lafayette pulsa aquí.

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