Eleanor Rigby - Desvestir al ángel

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Dicen que no hay mayor ciego que el que no quiere ver…Pero si ser la segundona de dos hijas tiene algún aspecto positivo, Mio aún no se lo ha visto, y ganas para descubrirlo no le faltan. Sin embargo, ni vivir bajo la sombra de Aiko Sandoval, ni sufrir los favoritismos de sus padres, es comparable a llevar toda la vida enamorada del hombre que suspira por su hermana. Debería haberse dado por vencida sabiendo que no tiene posibilidades, pero un nuevo puesto en el bufete de abogados en el que trabaja se presenta como la perfecta oportunidad de llamar su atención; aunque no lo haga de la manera más… ¿cómo diría?, políticamente correcta. Se dice que Caleb Leighton se refugia en el trabajo para proteger su corazón roto: el amor de su vida ha anunciado su inminente matrimonio, y con nada más ni nada mejor que con su peor enemigo. Lo último que necesita en esas condiciones, es contratar a una mujer alocada que podría poner patas arriba su negocio, lo único que ahora le importa. Pero él también tiene sus debilidades… y razones secretas por las que quiere tenerla cerca. Lamentablemente, no tarda en arrepentirse cuando una serie de rumores propiciados por ella le ponen en una situación comprometida. ¿Aprovecharán la retahíla de mentiras que circulan por el bufete para decir sus verdades, o dejarán pasar la oportunidad?

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Aiko presionó los labios en una línea.

—Trabajaré desde casa, dedicándome a los casos que me quedan. Quería llegar a este tema para hablaros a todos de una decisión que he tomado sobre mi despacho —anunció, estirándose—. Ya que va a estar libre por unos cuantos meses, he pensado que...

—¡Aiko! —exclamó la madre, con los ojos clavados en su escote—. ¿Qué es eso que tienes ahí? ¿Es un anillo de compromiso?

Mio levantó la cabeza de golpe y se fijó en que, efectivamente, del cuello de Aiko pendía un colgante con un anillo. Era lo bastante largo para ocultarlo entre los pechos, pero en un mal movimiento se había escapado de su encierro. Ella corrió a cubrirlo con la mano. Era tarde.

—Me ofende, mamá —habló Marc, aburrido sobre su plato de comida—. No se me ocurriría pedir la mano de Aiko con un anillo como ese. El de compromiso lo tiene escondido en un cajón.

Aiko apretó los puños visiblemente y le lanzó una mirada rabiosa al rubio.

—Y estaba guardada en un cajón por un motivo...

—¡¿Es verdad?! —exclamó Aiko I—. ¡¿Te vas a casar con Marc?!

Caleb se atragantó con el agua que estaba bebiendo, iniciando un ataque de tos que fue doblemente peligroso por la mirada de odio que le dirigió a Marc. Este abrazó el respaldo con actitud chulesca. Raúl escupió el trozo de carne que se había metido en la boca... Y empezaron las preguntas.

—¿Es una broma? —carraspeó Caleb.

—Sé que los hombres como tú celebráis la fiesta de los inocentes todos los días, pero aún no estamos a uno de abril —respondió Marc.

—¿No es un poco pronto? —opinó Raúl—. No hacen ni dos años.

—¡Y son muchos los preparativos que hay que llevar a cabo! —continuó Aiko I—. Con tu salud, es peligroso que te pongas a organizar un evento semejante... Pero ¡oh, Dios mío! ¿Cómo te lo pidió? ¿Aiko?

Aiko no dejaba de mirar a Mio con ganas de echarse a llorar, y Mio, que estaba lo suficientemente apegada a su hermana para haberse tragado tres conciertos de Pablo Alborán sin gustarle un pelo, sintió en sus carnes la frustración que expresó.

—No os he invitado para hablar de mi boda. Por algo no me he puesto el anillo y lo llevaba escondido entre las tetas. ¡Ni siquiera para hablar de mí! Me parece increíble que no le podáis dedicar un solo día a ella... ¡Un puto día! —gritó, señalándola—. Se acaba de graduar y...

—Por supuesto. Y estamos muy orgullosos. Nos alegramos mucho por ti, corazón. —Aiko I miró a su hija menor con ojos tiernos—. Pero era algo que sabíamos que iba a ocurrir. Algún día tenías que aprobar.

Aiko se levantó de golpe. Su tenedor cayó al suelo; Marc se agachó y lo recogió con amabilidad. Mio asistía al espectáculo horrorizada, con un nudo en la garganta. Su hermana no se enfadaba nunca, pero cuando lo hacía… El riesgo de derrumbamiento era tal que había que bajar al búnker.

—¿Es en serio?

—Kiko, cariño. No te pongas así... Con lo delicada que eres no te vienen bien estos disgustos, y...

—A la mierda —murmuró por lo bajo—. Tienes razón, no me vienen bien estos disgustos. Pero no soy yo la persona de la que te debes preocupar, porque la que peor lo pasa aquí siempre es tu hija menor. Se acabó... Bueno, antes voy a decir para lo que os he reunido: he decidido que Mio va a ocupar mi sitio en Leighton Abogados. Mi despacho y todas mis competencias. Y si cuando vuelva lo ha hecho bien, cosa que no dudo, le daré uno a ella. Una placa con su nombre en la puerta… Si tú lo quieres, claro —añadió, girándose hacia Mio.

No le dio tiempo a mirarla con cara de «¿cómo dices que dijiste?». Aiko fue más rápida que nadie disculpándose y abandonando la mesa, y dígase de paso... Dejándola con dolor de cabeza y los nervios a flor de piel. ¿Qué había sido eso? Aiko nunca antes enfrentó a su familia, básicamente porque no solía darse cuenta de lo que sucedía. Mio tuvo que espetárselo una vez, no hacía mucho tiempo, para que abriera los ojos. No imaginaba que ocurriría algo así, y por eso no sabía si sentirse halagada, o entristecerse, o mosquearse... A fin de cuentas, si lo que esperaba era que le prestasen más atención, no lo había conseguido. Todo lo contrario. Marc y Caleb casi se empujaron para ir tras ella, igual que su padre y su madre, dejándola sola en la mesa.

Mio se quedó allí en medio con cara de haberse tragado un ajo, dividida entre el «gracias por intentar que alguien me quiera un poco» y el «te mataré por hacer que me odien más». Nadie quería mosquear a Aiko, y si ella era la culpable de su enfado, quedaría totalmente justificado que su madre la mirase por encima del hombro y le soltara un: «estarás contenta». Que no lo hizo, pero casi.

Entre tanto malestar, dilema y desesperación, Mio no dejaba de repetir para sus adentros lo que Aiko había prometido. Tres meses trabajando con Caleb en el desapacho de al lado, demostrando su valía como abogada... El vello se le ponía de punta solo de pensarlo, pero no era emoción. Es decir, claro que le ilusionaba. Sin embargo, le daba miedo. Le aterrorizaba. ¿Y si la liaba? Dios, ella tenía a cagarla sistemáticamente, sobre todo cuando Caleb andaba cerca. Aunque no corrían ningún riesgo físico, ¿no? En un bufete de abogados, la posibilidad de acabar prendida en llamas era muy limitada. Seguro que tenían alarma de incendios y auxiliares de sobra para culparlos en caso de ocurrir un accidente.

Mio suspiró y se tapó la cara con las manos. Trabajar donde y como Aiko, era una buena noticia porque eso la acercaba… a Aiko. Y a Caleb, que eran las dos personas que más quería del mundo entero. Pero conllevaba una gran responsabilidad y no se veía lográndolo. Tampoco podía estar cerca de Caleb, aunque lo deseara con todas sus fuerzas. Se moría de ganas de decirle que lamentaba que Aiko hubiese elegido a otro. Solo le quedaba un consuelo, y era que nada de lo que pudiera ocurrir en Leighton Abogados podría equipararse a aquel patético almuerzo, en el que fue desplazada una vez más. Y lo que le dolía de veras no era cómo la despreciaban, sino ver a Caleb cambiando de postura en la silla, sin saber cómo enfrentar a Marc. Odiándolo porque no lo podía derrotar.

Dios, quería tanto a su hermana…

Viendo que nadie aparecía, se levantó con los tobillos flojos y se internó en el salón. Oyó las voces de sus padres discutir acerca de Aiko, y vio a Marc cruzar el pasillo para meterse en una habitación. Le hizo una señal para apuntar dónde estaba su hermana. Mio la siguió con el corazón encogido.

Ciertamente, Kiko no tenía el cuerpo para trotes. Era difícil, muy difícil alterarla, y ella lo había conseguido.

«¿Para qué aceptas ninguna invitación? Mira lo que has hecho. El ridículo, y ahora joder a tu hermana».

«Pero era comida gratis...». Sí, comida gratis. Y una irritación gratuita, también. Ah… y que una minúscula parte de su ser sospechaba que Caleb estaría allí. Aprovechaba cualquier excusa para estar con Aiko, y esa era una buena.

Intentó que los celos no la consumieran al suponer que los dos estaban detrás de la puerta cerrada. Levantó el puño para tocar...

—...entiendo, pero no puede ser —oyó decir a Caleb.

—¿Y por qué no? —protestó Aiko.

Mio podía imaginar su cara perfectamente. Aparte de lo obvio, que es que era perfecta, tendría el ceño fruncido y las manos en las caderas.

—Me parece muy bien que seas el genio y figura del bufete, pero no vas a decirme a quién puedo y a quién no puedo meter en mi oficina.

—Ni genio ni figura. Solo debes consultarme algunas cosas, y no hacer y deshacer a destajo.

—Entonces dime cuál es tu problema con que Mio ponga su culo en mi asiento y lo discutiremos, porque así no vamos a llegar a ninguna parte.

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