José Kentenich - Lunes por la tarde 20

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Un viajero se detiene ante una antigua catedral, la observa, de su maletín saca un martillo y comienza a dar golpecitos a cada piedra. ¿qué pretende? Está verificando si son auténticas. Es el hombre de este siglo, dice el sacerdote José Kentenich. Es una generación que cuestiona la veracidad de las piedras de las viejas catedrales. Y uno de esos monumentos cuestionados es el encuentro amoroso entre el varón y la mujer que funda familia y es cimiento de la sociedad.¿Se puede amar hoy y para siempre? Ese tipo de preguntas plantearon un grupo de matrimonios que se reunían con el padre Kentenich todos los días lunes por la tarde, en Milwaukee, Estados Unidos, durante la primera mitad de la década del 60. Esas conversaciones están recopiladas en más de 20 tomos. Ahora, Editorial Schoenstatt ha traducido uno de ellos, correspondiente a 1961.En estas páginas, el autor asume el tema de la sexualidad en la relación entre un hombre y una mujer unidos por el Sacramento del matrimonio en la perspectiva del Evangelio. Aún más, señala esa vida en común como un hermoso camino de santidad. Los comentarios y aplicaciones de la enseñanza de San Pablo son especialmente valiosos y contundentes. En este libro, mejor dicho en estas «reuniones de lunes por la tarde», el amor conyugal es enaltecido de una manera sorprendente. Por ejemplo dice: «Les repito que no hay otro amor humano que genere una biunidad tan profunda como lo hace el amor conyugal. ¿Por qué? Porque presupone y entraña una de biunidad corporal, psicológica y espiritual. De ahí que también podamos afirmar que no existe otro amor terreno que sea un reflejo tan fiel del Amor Divino intra trinitario como el amor conyugal». Y cómo son «reuniones de lunes por la tarde» tienen el tono de un coloquio donde se se suman situaciones humanas e históricas. Ese tono se ha conservado en la traducción.

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En el comentario que le hicieron al obispo Pecci subyace una actitud de fondo común en muchos ambientes católicos, aún vigente en nuestros días. En general se tiene la sensación de que lo más importante es que el hombre no se case, que hay que conservar el estado virginal, un estilo de vida virginal. Lo otro es simplemente debilidad. Es lógico, el hombre busca poseer algo...una mujer, por ejemplo. Ello constituye en el fondo una concesión a la debilidad humana, pero en realidad no debería ser así. El que busca la santidad se decide por la virginidad, y se hace sacerdote o monja o algo semejante. El que se casa pierde la oportunidad. Podrá ir al cielo, es cierto, estará allí en un rincón...pero no en la cercanía de Dios, debajo del manto de María Santísima. No, ese privilegio no es para los casados...

Quiero avanzar un poco más. Estoy cargando un poco las tintas, pero esta visión de las cosas es real dentro del catolicismo. La idea que le da sustento es la siguiente: Si nosotros, los casados -no como laicos sino formalmente como casados- queremos ser santos. ¿Qué debemos hacer? Tenemos que imitar a los religiosos, y no hay otra alternativa válida. Se nos propone así una espiritualidad conventual. Y cuanto más imitemos la espiritualidad conventual, tanto más seguro será que vayamos al cielo.

* Desprecio del mundo

Esta concepción trata de manera similar al mundo. No sólo le estorba el matrimonio como tal sino incluso el mundo entero. Fíjense que los religiosos deberían rechazar el mundo, pero no lo hacen así. Pero ellos deberían hacerlo. ¿Qué queda para nosotros, los casados? Vivimos en el mundo —ya es un vergüenza que debamos vivir en él- y se nos propone por un lado apartar de nosotros ese mundo y por el otro incursionar un poco en la vida conventual.

De ahí la tremenda inseguridad ¿Dónde? Entre los laicos. A ello se agrega el auge de las invenciones de la técnica y la industria modernas. Hoy los bienes terrenales se producen en serie y el mundo se hace más y más fascinante para el hombre. Si nosotros ciframos nuestra gloria y grandeza en despreciar el mundo...Entonces, serán los otros, los no católicos, quienes emprendan las grandes conquistas. ¿Y nosotros? Allí, sentados en algún rincón. Los otros realizarán los descubrimientos y sabrán aprovecharlos para alcanzar un alto desarrollo industrial. ¿Y nosotros? Allí, postergados en algún rincón. ¿Cómo es posible...?

* Replanteamiento del valor de las cosas temporales

Entre los católicos de todo el mundo está despuntando un nuevo sentimiento ante la vida. Es el sentimiento vital de la humanidad actual que ha comenzado a cundir también por las filas católicas.

La conclusión es que debemos colocar más en primer plano las cosas terrenales. E indicarle al laico caminos para asumir, utilizar y valorar las cosas terrenas y cómo llegar a la santidad a través de ellas.

Repasen la literatura actual y constatarán más y más esta tendencia. Hay un hecho curioso que se repite a lo largo de los milenios: Dios guía muchas veces a su Iglesia valiéndose de corrientes adversas a ella. De ahí que tales corrientes tengan siempre su ventaja. Si la Iglesia existiese como un ente aislado y volcado sobre sí mismo, no se podrían dar muchos progresos en ella.

Comprueben un poco si nuestra espiritualidad laical no es en líneas generales copia de la espiritualidad de los religiosos, lo que constituye un contrasentido. La vocación de los religiosos conventuales es apartarse lo más posible de las cosas temporales. Pero nosotros, los laicos, estamos llamados a ir hacia el mundo, a meternos en él. Necesariamente tenemos que ver con las cosas terrenales. En nuestra calidad de laicos no hemos sido creados para rehuirlas. Más aun, hay que volver a aprender a amarlas. Sí, amarlas. Incluso al dinero, los bienes materiales, la belleza de la naturaleza humana, el arte y la ciencia. Precisamente porque tenemos que tratar con ellos. En este sentido existe hoy en la Iglesia un peculiar y fuerte movimiento de revalorización como nunca antes se había registrado en su historia.

Elaborar una espiritualidad netamente laical

Proponemos entonces una espiritualidad específicamente laical. ¿Cómo es esa espiritualidad que debo cultivar como laico?

Tomemos un ejemplo. Tengo una hija que es religiosa, o bien un hijo que es sacerdote o religioso. ¿Habré de estar siempre mirando con el rabillo del ojo lo que ella o él hacen para imitarlo? No; " Yo cultivo una espiritualidad laical y eso con orgullo y tú puedes tener y vivir tu propia espiritualidad de religioso."

Vean ustedes esto se siente actualmente: Si el laico no aprende esta actitud, entonces el catolicismo ya puede ir haciendo el equipaje... ¿Qué quiero decirles? Que los religiosos ya no están para abordar el mundo, sino que somos nosotros los que debemos ir hacia él y asumirlo. Si no amamos correctamente al mundo y no les enseñamos a los demás a aprovecharlo correctamente, ¿qué consecuencias le acarreará esa falencia al catolicismo? La consigna urgente es, pues ¡apostolado de los laicos!

Seguramente muchos acogerán con gusto esta exhortación y responderán: ¿Apostolado laical? ¡Excelente, cuenten conmigo! ¿Qué suele pedírsele a los laicos en este sentido? Comulgar con mayor frecuencia, venerar a María Santísima... Sí, claro, todo esto está bien, pero no llega a lo central del asunto. Demostremos a través de nuestro ser como se puede amar al mundo, especialmente todas las nuevas conquistas en el área de la técnica y de la economía, para así a través de ellas alcanzar a Dios. ¿Se dan cuenta la gran misión que ello entraña?

Espiritualidad laical y vida familiar

Lo mismo vale para el matrimonio. Distingamos nuevamente entre matrimonio considerado formalmente como matrimonio y la familia considerada formalmente como tal.

Fíjense lo que suele ocurrir en la familia. A menudo encontramos personas religiosas que se dicen: " ¡Cuántos disgustos hay que enfrentar en la familia! ¡Cuántas cosas desagradables que nos quitan tiempo para orar! Por eso, ¡basta de familia! Haré lo estrictamente necesario por ella y punto. ¿Acaso no estoy para salvar mi alma?"

También se da el caso de mujeres que tienen la tendencia a irse lejos de casa, una fuerte inclinación a pronunciar discursos y participar en cuanta labor organizativa se les presente. ¿Y en qué estado están sus hogares? ¡Dios nos libre! Polvo sobre los muebles, la ropa sin lavar y el esposo sometido a un tratamiento de ayuno... ¿Qué está esperando sus comidas favoritas? ¡Pues que ahora aprenda a mortificarse! ¿Y los niños? Ya no tengo tiempo para mis hijos; tengo que dictar conferencias; tengo que organizar cosas fuera de casa...

¿Se dan cuenta de lo que quiero decirles? Mi descripción es un tanto drástica, ¿verdad? No pretendo decir que en todos lados sea así ¡pero cuantas personas hay que se comportan aun peor en su matrimonio!

Piensen en el esposo que repite: Yo, yo soy el hombre de la casa; el que lleva los pantalones. Soy el que trae la plata a casa; así que basta de reclamos...Me debo a mis tareas en la Iglesia y el Estado...

* El principal apostolado del padre y de la madre de familia

Sí, todo esto es verdad. Tenemos tales compromisos. Pero una de las tareas más esenciales es la de estar presente en mi casa con mi familia. Vale decir que debo colaborar con mi esposa en la educación de los hijos. No digamos entonces que estamos cansados, y que " los mocosos" nos dejen en paz. Es caer en una actitud extrema. Uno de los cónyuges quiere estar todo el día trabajando afuera. Tiene su cuota de razón; por eso es difícil hallar el justo equilibrio. Ahora bien, no pasemos por alto el siguiente razonamiento: Según el orden objetivo del ser, yo tengo que estar a la cabeza de una familia, por lo tanto mi apostolado central será velar por mi familia.

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