Ni tan intachable el Benito intocable, ni tan inmaculados los persignados que lo condenan...
Con todo, creo pertenecer a una generación de mexicanos que ha heredado una límpida conciencia nacional, que incluye una sólida identidad y sentido de pertenencia, es decir una generación que no llega aún al medio siglo de vida y que tiene un fiel retrato de quién fue Benito Juárez. Creo que no son pocos los mexicanos de mi generación que han logrado transmitir a sus hijos, si bien no el mismo jolgorio cívico y populista, populachero y de telenovela que nos tocó en el Año de Juárez de nuestra propia infancia, sí un honesto sentimiento de admiración e, incluso, de gratitud no sólo por encarar la descarada invasión de nuestro territorio, sino por ejecutar las leyes que nos indujeron con carta cabal al concierto moderno del mundo. Creo vivir en un México que, aunque asediado por múltiples confusiones y descalabros, mantiene inamovible la raíz de su conciencia nacional; es decir, en general, la vida y obra de Benito Juárez no ha caído aún en el oprobioso olvido o en la obviedad engañosa. Hay suficiente conciencia como para augurar que no se vislumbra ni el derrocamiento de su efigie tan socorrida en la monumentalia mexicana ni su desaparición de las monedas y billetes de uso corriente. Aunque vivimos en un México cada vez más inoculado por la insana propensión a utilizar vocablos en inglés, no veo posible que caigamos en la pronunciación de Who are Ez? o demás banalidades irrespetuosas. A pesar de que las escuelas e incluso los nuevos gobernantes se han alejado de todo rito cívico, juegos florales de loas a los próceres, recreaciones de la batalla del Cinco de Mayo, desfiles con lluvias de confeti y arcos triunfales, no veo que caduque ni la validez ni el interés por la Historia Patria, las biografías del pretérito y sus protagonistas, las circunstancias del pasado y la historia de nuestra de historia. En ese sentido, la historiografía de elevada calidad que ahora tenemos a la vista ya no suscribe ciegamente el culto al pasado por el pasado mismo o para justificar un presente efímero o fugaz, sino que abona a un conocimiento más amplio —de hecho, al parecer ilimitado— sobre los muchos laberintos de nuestro ayer: ahora importa indagar, escribir y publicar para que sea leído todo lo relativo a quienes no tenían voz en el pasado, todo aquello que se obviaba en las historias de afán monumental y glorioso.
Es muy probable que a doscientos años de su nacimiento los mexicanos de hoy, y en particular los que aún no llegamos al medio siglo de vida, contemplemos a Benito Pablo Juárez García con el semblante, tez y callada mirada con los que quedó retratado en las escasas fotografías en sepia que se conservan de él y ya no como el monumental icono de siete metros de estatura, piel de bronce o de mármol intocable e inalcanzable que tanto fardan sus estatuas. Creo que vivimos en un México más propenso a leer la biografía de nuestra conciencia, la vida y obra de Benito Juárez, con muchas preguntas y desengaños de por medio y ya no solamente la memorización de fechas por obligación o para ser calificados en la escuela. Consta que la discusión, herencia o crítica en torno a la cultura liberal que enarbolara Benito Juárez y los hombres de su generación, así como los ideales y políticas que ejecutaron desde el poder, no han perdido un ápice de su interés y vigencia. Consta que el recorrido por ese pretérito resulta tan impredecible como cualquier aventura hacia el futuro y, por lo visto, igual que cualquier posible conclusión en torno a nuestro enrevesado presente. Con todo, consta que ante los ojos del México de hoy se filtra como una inesperada neblina lo que conocemos como conciencia nacional y que bien puede nombrarse Benito Juárez, así al defender nociones de nuestro territorio o reprobar el creciente imperio de los delincuentes, el siniestro ciclo vicioso de narcotraficantes o políticos corruptos; así al exhortar una vez más a la urgente necesidad de brindar educación e igualdad de oportunidades a todos los niños, salud pública a todos los ciudadanos y tantos otros renglones que demanda la gran nación que conformamos, el mosaico país de variadas formas y fórmulas, el mural policultural y multifacético, de sísmico equilibrio, difícil pero siempre ocurrente concierto, polifonía y solistas, trópico y desierto, llano y montaña, lengua española y mil otros idiomas, dialectos, climas, sabores, ritmos y colores... tal como lo supo Benito Juárez... tal como parece eso que llamamos conciencia.
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