Juárez - visiones desde el presente
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¿qué piensan las generaciones comparativamente jóvenes?
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En agosto del mismo año llegué a Oaxaca. Los liberales, aunque perseguidos, trabajaban con actividad para restablecer el orden legal, y como para ello los autorizaba la ley, pues existía un decreto que expidió el Congreso general, a moción mía y de mis demás compañeros de la diputación de Oaxaca, reprobando el motín verificado en este estado y desconociendo a las autoridades establecidas por los revoltosos, no vacilé en ayudar del modo que me fue posible a los que trabajaban por el cumplimiento de la ley, que ha sido siempre mi espada y mi escudo.
No se malinterprete la cita, pues no con evocar ese párrafo quiero denostar los justos reclamos que demandan los que han tomado las calles de hoy, sino al contrario, quizá sirvan esas palabra de hace más de cien años para precisamente subrayar la ineptitud y falta de gobernabilidad de los mismos gobernantes, sin excluir la responsabilidad correspondiente a los gobernados. Baste agregar que las palabras citadas anteceden la explicación que escribió el propio Juárez en torno a su interinato como gobernador y así encontrar la solución al problema de aquel entonces.
Bien ha escrito Enrique Florescano que “la Constitución de 1857 y las reformas de Juárez proponían como principios inalienables de la nación la integridad del territorio, la soberanía del Estado y los derechos individuales” y, para evitar confusiones de conciencia entre los mexicanos de hoy, habría que añadir un luminoso párrafo de Luis González y González:
La década de México comprendida entre los años de 1867 y 1876 contó con un equipo de civilizadores y patriotas pequeño pero extremadamente grande por su entusiasmo y su inteligencia; con un programa de acción múltiple, lúcido, preciso y vigoroso, y con un clima nacional adverso a las prosperidades democrática, liberal, científica y nacionalista. Con todo, se plantaron entonces las semillas de la modernización y el nacionalismo, y algunas dieron brotes que el régimen subsiguiente, favorecido por el clima internacional, hizo crecer.
Recitamos de memoria pequeñas cápsulas de sabiduría popular, de autoría anónima, que pretenden resumir con facilidad lo que en realidad demanda esfuerzos para saberse a ciencia cierta, pero quizá sea así como funcionan los cultivos de conciencia. Decimos “lo que el viento a Juárez” para ilustrar que alguien o nosotros mismos nos mantenemos incólumes, sin detenernos en la ponderación de que, en realidad, la resistencia con la que se aferró Juárez a sus ideales para defender la soberanía e independencia nacionales y modernizar a México con sus Leyes de Reforma no fue fácil. Hay quien todavía acude a la frase “¿dónde crees que se viste Juárez?” para fardar la elegancia de alguna prenda, que parecería insólita sobre nuestros cuerpos normalmente vistos en fachas, sin detenerse a considerar que el uniforme adoptado por Juárez, “su eterno frac, su cuello y su sombrero altos, de los cuales no se separó ni en el desierto, correspondían a su nueva mentalidad, a sus nuevas costumbres”, como bien lo escribió Fernando Benítez, pues agrega que “en la medida en que Benito Juárez, un hombre de leyes, se identificaba con su profesión, con las doctrinas y los métodos occidentales del partido liberal, en esa medida perdía los rasgos de su cultura original” y, por ende, concluye Benítez, “Juárez optó por cortar el cordón umbilical que lo ataba a la edad de la piedra pulimentada y prefirió dejarnos el retrato del hombre que había aspirado a ser toda su vida: el retrato del forjador de la República, del estadista moderno, del revolucionario occidental”. Mucho tendríamos que aprender entonces los mexicanos de hoy en día, a 200 años del natalicio del Benemérito, tanto por confundir como juarismo la exageración hipócrita del huipil como por negar equivocadamente la propia nacionalidad al portar las mismas corbatas que se anudan en otros centros financieros de Occidente. Son, por ende, confusiones de conciencia nacional las que suponen justificar derrotas, achicarse en escarnios internacionales o fallar penaltis en el futbol con el injustificado pretexto que confunde “la honrada medianía” con la mediocridad y la falta de empeño; y pecan de confusión de conciencia los mexicanos que creen justificar la cultura de arrebatarlo todo o enderezar entuertos por cualquier vía chueca, con la equivocada idea de que las tropas al mando de Juárez y sus generales liberales derrotaron al ejército francés de pura casualidad o por mera circunstancia fortuita.
Creo que durante años se privilegiaron en México, entre historiadores y en las sobremesas de las familias llamadas de buenas conciencias, un ciego culto a los héroes y una filiación irrestricta a la liturgia cívica, de bombo y platillo, desfiles y discursos. Con el tiempo, los mexicanos que aún no llegamos al medio siglo de edad creo que profesamos una filiación histórica más crítica, y por ende quizá más honesta. Jorge Luis Borges escribió en alguno de sus perfectos párrafos que solamente quien lograba desvestir del heroísmo impuesto a los hombres de carne y hueso podría entonces descubrir la verdadera esencia de lo heroico, y a lo largo de sus muchos luminosos ensayos y enseñanzas Luis González pugnó por la debida ponderación de la llamada historia de bronce: bajar a los próceres a la verdadera estatura con la que caminaron por este mundo y, una vez vistos de carne y hueso, reconocer entonces la verdadera dimensión de su grandeza entre pares. Así lo entendió también el novelista ejemplar que fue Jorge Ibargüengoitia, cuya muerte accidental quizá nos privó de una sabrosa novela en torno a la figura de Juárez del ánimo y talante con la que escribió Los pasos de López en torno a la del cura Hidalgo. De igual manera, no puedo dejar sin evocar los lúcidos libros sobre nuestro pretérito sin oropeles que firmara José Fuentes Mares y, por lo mismo, mencionar que no pocos mexicanos de hoy hemos sabido digerir las glorias y desgracias de nuestra historia con una serenidad que no necesita recurrir al civismo obligatorio, a las verdades romantizadas en versos o a las mentiras acomodadas según los climas dictados por el poder público en turno.
Creo que así como podemos hoy, a dos siglos de su natalicio, celebrar las numerosas grandezas de Benito Juárez, también podemos mirar por el rasero crítico de lo mucho que ahora sabemos, lo que antes ni se hablaba —más allá del Hemiciclo en mármol, la maquillada fisonomía que presenta en los modernos billetes o la memorización de los himnos que nos hacían marchar en la primaria. Así como se mantiene intocable la gratitud de conciencia ante la defensa del territorio contra el invasor napoleónico, así también no es posible obviar ahora párrafos que ponen en tela de juicio la leyenda inmaculada de Juárez. En tanto se aclaren las ínfulas e intenciones que tanto encono desataron entre los aspirantes a la Presidencia de la República en las elecciones de 2006 y ante los repetidos fervores por honrar y glorificar la figura legendaria de Benito Juárez, creo recordar que en 1871 el llamado Benemérito realizó maniobras dudosas con la Cámara de Diputados para reformar el sistema electoral en su provecho, minó las prácticas electorales para propiciar su reelección y derramó un cochinero que le garantizó la permanencia en el poder. Creo recordar algunos de los versos que le lanzó Ireneo Paz en su contra, que decían más o menos así:
¿Por qué si acaso fuiste tan patriota / estás comprando votos de a peseta? / ¿Para qué admites esa inmunda treta / de dar dinero al que en tu nombre vota? / No te conmueve, di, la bancarrota / ni el hambre que tu pueblo tanto aprieta? / Si no te enmiendas, yo sin ser profeta / te digo que saldrás a la picota. / Sí, san Benito, sigue ya otra ruta; / no te muestres, amigo, tan pirata, / mira que ya la gente no es tan bruta.
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