La forma como se lleva a cabo la eyaculación sugiere que hay estrategias creadas por el proceso evolutivo para participar con éxito en la competencia espermática. La eyaculación humana ocurre en una serie de tres a nueve pulsos o chorros, muy cercanos en el tiempo. Al tomar muestras de estos chorros, se observa que los compuestos químicos presentes en la primera mitad de la eyaculación sirven de protección contra los químicos de la segunda mitad y, también, posiblemente contra los químicos depositados en la parte final de la eyaculación de un macho que se anticipó. El chorro final o retaguardia contiene una sustancia espermicida y pegajosa, destinada a combatir el semen del macho que copule enseguida. Los investigadores sugieren que el exceso de esperma, al secarse, sirve para interferir y bloquear el semen de los machos que copulen enseguida. Pero todavía hay más: se ha encontrado que los espermatozoides defectuosos entrelazan sus colas y forman una barrera viva que impide el paso fácil a los espermatozoides de los otros machos.
Otra contraestrategia desarrollada por la evolución masculina es el aumento del tamaño del pene. Por un tiempo fue una curiosidad el hecho de que el pene humano fuera el más largo entre todos los primates. Y en grosor también vamos adelante en el mundo primate, con cerca de unos dos y medio centímetros de ventaja, mientras que en otros primates el grosor del pene es apenas comparable al de un lápiz. El pene erecto de un gorila, el mayor primate del mundo, mide tan solo tres centímetros, mientras que el de un orangután apenas supera al de su primo por un centímetro. En ambas especies animales las hembras han suprimido la hinchazón de la zona genital, inútil pues la hembra no puede atraer a otro macho que no sea el gran jefe del harén.
Hoy se cree que la longitud del pene es una característica adaptativa cuando hay competencia entre machos, pues el mayor tamaño hace que el esperma sea depositado más cerca de su meta, con menos barreras por delante. Asimismo, la eterna obsesión masculina por el tamaño del pene sugiere que debe guardar alguna relación subconsciente con la eficacia reproductiva. Steve Jones (2000) advierte con sensatez que esto debió ocurrir antes del invento de los pantalones. El enfoque biológico permite sospechar que la “envidia del pene” es un hecho real, pero lo siente el hombre, no la mujer, con mucha pena con el señor Sigmund Freud.
En más de un animal, el pene no es únicamente un tubo para introducir el esperma, sino una elaborada herramienta que sirve también para remover el semen de cualquier macho que se anticipe en el coito. Algunos tiburones machos poseen un pene bien peculiar, dotado de dos conductos, como las escopetas de doble cañón. Con uno le lanzan a la hembra un chorro de agua de mar a gran presión con el fin de desembarazarse de cualquier residuo de semen de machos rivales; con el otro introduce el esperma. Se especula, también, que el extremo distal del pene ha sido esculpido por la selección natural, con una función que puede inferirse de su arquitectura y su accionar. En efecto, el movimiento a manera de pistón durante el coito, ayudado por la forma bulbosa del glande, crea un efecto de bomba de succión —como el del artefacto usado por los plomeros para destapar conductos obstruidos—, con el fin de remover cualquier resto de semen coagulado perteneciente a los competidores sexuales (aporte de Pinker, el perspicaz, 1997). La figura 3.2 muestra a este estudioso de los universales humanos. La multitud de citas suyas que aparecen en este libro son un testimonio de su gran inteligencia y su aguda intuición.
Figura 3.2 Steven Pinker, perspicaz estudioso de los universales humanos
Asimismo, puede conjeturarse que la forma bulbosa y la textura esponjosa del glande podrían tener otra función: aumentar la velocidad de salida del semen y con ello “tirar el chorro más alto” que los competidores. Ocurre que, en los momentos de mayor penetración durante los movimientos copulatorios, el glande se apoya contra el extremo superior de la vagina, se comprime y hace que la uretra se cierre un poco, lo que se traduce en una mayor presión de salida del semen. Es lo mismo que sucede cuando apretamos con los dedos el extremo de una manguera con el fin de lanzar el chorro de agua a mayor distancia.
Los machos, con el fin de aumentar su eficacia reproductiva, tienen tres alternativas inmediatas: alargar el tiempo de copulación, copular con frecuencia o vigilar celosamente la pareja y así impedir que otros machos copulen con ella. Quizá por eso el apareo de los perros es exageradamente largo, para darles tiempo a los espermatozoides de llegar al óvulo, antes de que los competidores tengan su oportunidad de hacerlo.
Se sabe que en especies en que predomina la vigilancia del macho sobre su pareja, el tamaño de los testículos es menor, pero cuando la copulación frecuente es la estrategia preferida, los testículos son más grandes y los machos exhiben mayor agresividad. De aquí se deduce que el tamaño grande de los testículos esté asociado a competencia espermática, debido a que o bien la hembra copula con otros machos, o el macho copula con muchas hembras. Por eso alguien se atrevió a conjeturar que el tamaño de los testículos de una especie lleva la impronta de las aventuras sexuales de las hembras a través de los milenios. Meredith Small (1991) enuncia esta ley de compensación: mientras más posibilidades de infidelidad tenga la hembra, mayor cantidad de esperma produce el macho. Y de la existencia de la competencia espermática se infiere que la especie no es monogámica, o que su pasado evolutivo fue el de una especie poligámica, pues si una hembra se apareara solo con un macho, la lucha espermática no tendría ningún sentido.
Se sabe que una sola eyaculación del macaco puede contener miles de millones de espermatozoides, y que sus testículos son relativamente grandes. También se sabe que los macacos viven en grandes grupos y en medio de una enconada lucha sexual. Los gorilas de espalda plateada se distinguen entre los primates por poseer testículos muy pequeños en comparación con su voluminoso cuerpo. Por contraste, los chimpancés, mucho menos vigorosos que sus primos hermanos, poseen testículos que, en relación con el peso corporal, son dieciséis veces más grandes. Cuando la hembra del chimpancé está ovulando, puede llegar a copular hasta cincuenta veces al día con una docena de machos diferentes (Miller, 2001). En respuesta, los machos han evolucionado hasta llegar a poseer testículos de 64 gramos de peso, pero sus penes son muy pequeños. En este sentido, los humanos caemos en un punto intermedio entre nuestros dos parientes primates más cercanos. Somos un término medio entre el dominante gorila, dueño de un harén poco disputado, y el chimpancé, especie en que las hembras son mucho más promiscuas.
Se ha sugerido que los apareamientos múltiples con el mismo macho es una estrategia femenina para disminuir la capacidad espermática de sus parejas y, así, al monopolizar los apareamientos, lograr que el macho se dedique a las crías, porque el semen es abundante, pero no infinito. Con ese mismo fin pudo aparecer la “sincronía menstrual”, un fenómeno muy conocido y no explicado aún. Cuando varias mujeres conviven, sus ciclos menstruales tienden a sincronizarse. Entre las jovencitas que estudian y ocupan dormitorios comunitarios, al comenzar el año, sus ciclos menstruales están distribuidos al azar, pero al llegar a los alrededores de junio, la mayoría ya se ha sincronizado. Al ovular en sincronía, la mujer está revelando —se conjetura— una respuesta adaptativa antigua, la poligamia, pues la sincronía reduce las posibilidades de que un solo macho las fecunde a todas. El resultado es variabilidad genética. Y sabemos lo importante que es poner los huevos en distintas canastas.
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