La octava maravilla
colección vindictas
novela y memoria
Vlady Kociancich
La octava maravilla
INTRODUCCIÓN
GABRIELA DAMIÁN MIRAVETE
PRÓLOGO
ADOLFO BIOY CASARES
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
México 2020
Contenido
Urgencia por la maravilla
Prólogo
1. Me sucedió
2. Me llamo Alberto Paradella
3. El título de abogado me llegaba con la certeza
4. Necesito hablar de Victoria
5. Conocí a Victoria en Argentinos Juniors
6. Yo me reí del amor a primera vista
7. Poco antes de recibirme empezaron las pesadillas
8.Del todo no me siento culpable
9. La desesperación estimula el ingenio
10. Si hubiera tenido más tiempo para reflexionar
11. Durante algunos años fui correctamente feliz
12. Estoy lista
13. Si se entiende a la felicidad
14. Escribía todos los días hábiles
15. Ayer también escribí
16. Las traducciones no alteraron el curso de mi vida
17. 23 de febrero de 1975
18. Si quiero ser honesto no puedo acusar a Victoria
19. La inteligencia es el arte de salir de situaciones difíciles
20. Aunque parezca sorprendente
21. El triunfo excedió con creces mis modestas aspiraciones
22. En tardes como ésta
23. A mí mismo me parece increíble
24. Ja en naewiyu Berlin
25. No recuerdo la fecha exacta en que empecé a viajar
26. Tenía que avanzar derechamente a tierra
27. Y Paco Stein habló
28. Un hombre cree ser hombre
29. Atenas, El cairo, Roma, Porto Alegre
30. Profundamente dormido crucé el atlántico
31. Esta mañana he visto la salida del sol
32. Siempre hay algo estimulante
33. Se oyó el tintineo de unas llaves
34. Aunque parezca extraño
35. Aturdido bajé en la puerta del hotel Kempinski
36. Cuando el chófer que tenía los ojos de mi padre me dejó
37. La lluvia hace que uno vea el mundo con ojos de miope
38. Un indio de gran tamaño
39. Al cabo de todos estos días
40. ¡Brillante!
41. Durante el momento en que tomé la decisión
42. Las exigencias del presente distraen
43. La chaqueta roja de la azafata
44. Estaba de pie, junto a la ventana
45. El único animal peligroso
46. Toda la noche he tenido pesadillas
47. Te lo dije
48. El ómnibus se detuvo en el puesto
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URGENCIA POR LA MARAVILLA
Podría pensarse que el impulso de escribir, esa necesidad de dar testimonio de lo experimentado en nuestro paso por el mundo, es uno solo: la urgencia de consignar en alguna parte las palabras claridosas oídas en la calle, la piedad con que la luz ilumina una esquina cualquiera y dora los rostros de quienes se han reunido en ella, el dolor de una pérdida a la que, milagrosamente, se ha sobrevivido. He visto esto, siento y pienso esto otro. Cuando las definiciones son insuficientes para describir la experiencia, nacen las historias, y la raza de los nerviosos escribe,1 hermanada por el arrebato de enunciar.
Sin embargo, hay una clase particular de nerviosos (y nerviosas) cuyo impulso quizá sea éste en un inicio, pero cuya urgencia es oblicua, está sutilmente desplazada hacia otraparte: es el arrebato de consignar la extrañeza, lo insondable, lo misterioso, de enunciar eso que Julio Cortázar describió como el sentimiento de lo fantástico: “esas llamadas coincidencias en que de golpe nuestra inteligencia y nuestra sensibilidad tienen la impresión de que las leyes, a que obedecemos habitualmente, no se cumplen del todo o se están cumpliendo de una manera parcial, o están dando su lugar a una excepción”. Cortázar afirmaba que había personas más capaces que otras de identificar esa sensación, esos “pequeños paréntesis de la realidad” que se abren en cualquier momento y circunstancia cotidiana: “consiste sobre todo en el hecho de que las pautas de la lógica, de la causalidad del tiempo, del espacio, todo lo que nuestra inteligencia acepta desde Aristóteles como inamovible, seguro y tranquilizador se ve bruscamente sacudido, como conmovido, por una especie de viento interior, que los desplaza y que los hace cambiar”. 2
Vlady Kociancich (Buenos Aires, 1941) es una autora de esta naturaleza, interesada en explorar las grietas que de vez en cuando se abren como abismos diminutos en la realidad tangible y son percibidos por quienes están alerta a las señales. Como una buena parte de sus colegas del cono sur, siempre sintió una inclinación natural hacia el cuento fantástico: “No se me ocurrían por ejemplo cuentos psicológicos, intimistas o descripción de estados de ánimo, porque me aburrían soberanamente, y tampoco el realista porque en realidad me parecía que estaba ligado justamente al periodismo, a los hechos inmediatos, esa especie de pornografía de la realidad inmediata no me gustaba”. 3En esa manía recurrente con que el sistema literario valida a sus autoras, se le asocia siempre con Jorge Luis Borges y Bioy Casares, de quienes fue discípula y amiga; pero, si bien comparte con ellos ciertas afinidades como lectora y autora, Kociancich tiene una genealogía aparte; y lo más importante: posee un acercamiento propio a lo fantástico. Reconoce a Joseph Conrad como el autor que escribió las historias que a ella le habría gustado inventar, y en general, a otros héroes de la literatura anglosajona que “tenían lo que me parecía le faltaba a la literatura española y la literatura argentina: el vuelo de las grandes aventuras, el individuo enfrentado a conflictos que por momentos parecían reales de tanta fuerza”, como H. G. Wells o Thomas Hardy. En sus amores también figuran Shakespeare, Lampedusa, los cuentos de Julio Cortázar y la original escritora P. D. James, de cuya obra policiaca se ha alimentado gratamente.
En las historias de Vlady Kociancich coexisten elementos de este crisol de influencias, sólo que tamizados por la experiencia de la autora, una mujer porteña que comenzó su carrera literaria en los años 70 del siglo xx, y que trabajó durante años en una lujosa revista de viajes. Es, de hecho, el viaje lo que posibilita esa dislocación fantástica que hace única toda la obra de Kociancich, y el tema principal de La octava maravilla. En ella, el desesperante Alberto Paradella ve su propia vida pasar sin intervenir demasiado, hasta que las circunstancias, poco a poco, lo obligan a viajar y a escribir, y en ese trance, a ser testigo del misterioso tejido que une el tiempo y el espacio, la realidad y el sueño, un punto geográfico y otro. La novela, que tiene la textura, el golpe y el asombro final de un cuento fantástico, es una mezcla inusual de diálogos porteños plenos de ingenio y gracia, los apuntes minuciosos, paisajísticos, de una crónica de viaje, una carta de amor a la magia del cine; y una prosa delicada, precisa como un bordado en que la tela de la realidad va cubriéndose con los coloridos hilos de una ruptura fantástica que se observa a sí misma: “una construcción lógica, posible pero prodigiosa, una aventura de la imaginación filosófica, una historia de amor, de amistad, de traiciones, una busca infinita”, así la describió Bioy Casares en el prólogo.
Quizá desconcierta un poco el hecho de que en esta, su primera novela publicada, la mirada de Vlady Kociancich sea poco crítica hacia la forma en que se relacionan sus personajes masculinos y femeninos, considerando que fue publicada en plena efervescencia de los movimientos feministas (1982), algo que, sin embargo, se intuye en la libertad con que sus personajes femeninos toman ciertas decisiones. A pesar de esto, el contexto suele cargar las tintas y es posible distinguir, a través de los ojos de su protagonista, algunos prejuicios comunes en la literatura escrita por varones. Conviene recordar que esta suerte de camuflaje (“escribe como un hombre”, ¿cuántos años esta frase se disfrazó de halago?) ha permitido la sobrevivencia de la obra de varias autoras; pues era así como obtenían la admiración de ciertos lectores y colegas cuya opinión acreditaba y posibilitaba que otros le concedieran el beneficio de la duda, leyeran su obra y se percataran de sus cualidades.
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