Desmayarse, atreverse, estar furioso,
Cuando me paro a contemplar mi estado,
Versos de amor, conceptos esparcidos,
Noche, fabricadora de embelecos,
¡Oh quién te amara, dulce vida mía,
Un soneto me manda hacer Violante,
Amor, no se engañaba el que decía
Es la mujer del hombre lo más bueno,
Juan de Arguijo (1567-1623)
Castiga el cielo a Tántalo inhumano,
En segura pobreza vive Eumelo
Bernardo de Balbuena (1568-1627)
Perdido ando, señora, entre la gente
Francisco de Medrano (1570-1607)
Quien te dice que ausencia causa olvido
Antonio Mira de Amescua (1574-1644)
Blando hechizo de amor, dulce veneno,
Francisco de Borja (1577-1658)
Detente, aguarda, presumida Rosa,
Entre envidias del campo generosa,
Luis Martín de la Plaza (1577-1635)
Reina desotras flores, fresca rosa,
Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645)
¡Ay, Floralba! Soñé que te... ¿Direlo?
Tú, que la paz del mar, ¡oh navegante!,
Buscas en Roma a Roma, ¡oh peregrino!,
Es hielo abrasador, es fuego helado,
Osar, temer, amar y aborrecerse,
A fugitivas sombras doy abrazos;
Érase un hombre a una nariz pegado,
Cerrar podrá mis ojos la postrera
Miré los muros de la patria mía,
Ya formidable y espantoso suena
Francisco López de Zárate (1580-1658)
Quien ama y a su Amor no está presente,
Esta a quien ya se le atrevió el arado,
Tirso de Molina (1581-1648)
Todo es temor, amor, todo es recelos,
Luis Carrillo y Sotomayor (1582-1610)
Amor, déjame; Amor, queden perdidos
Juan de Tassis y Peralta –Conde de Villamediana– (1582-1622)
Cansado de mí mismo, y más cansado
Silencio, en tu sepulcro deposito
Felipe Godínez (1582-1659)
Hombre, empréstito breve de la vida,
Francisco de Rioja (1583-1659)
Lánguida flor de Venus, que ascondida
Pedro Soto de Rojas (1584-1658)
Si quiebras, tiempo, los peñascos duros,
Antonio Hurtado de Mendoza (1586-1644)
Amable soledad, muda alegría
María de Zayas y Sotomayor (1590-1661)
Que muera yo, Liseo, por tus ojos,
Pedro de Quirós (1590-1667)
Ruiseñor amoroso cuyo llanto
Jerónimo Cáncer y Velasco (siglo xvi-1655)
Esa mustia beldad, que enamorado
Pedro Calderón de la Barca (1600-1681)
¿Qué género de ardor es el que llego
Éstas que fueron pompa y alegría
Gabriel Bocángel (1603-1658)
Tu obstinado cadáver nos advierte
Yo cantaré de amor tan dulcemente
Jacinto Polo de Medina (1603-1676)
Si en verde oriente, ya luz encarnada
Pedro Castro y Anaya (1610-1644)
La rosa en los cristales de una fuente
Francisco de Trillo y Figueroa (1620-1680)
Dichoso aquel a quien la amarga muerte
Juan de Ovando y Santaren (1624-1706)
En guardapiés rosado ayer salías
Pedro de Solís y Valenzuela (1624-1711)
En una que verdor derrama-Rama,
Agustín de Salazar y Torres (1642-1675)
Este ejemplo feliz de la hermosura
Rosa del prado, estrella nacarada,
Francisco Álvarez de Velasco y Zorrilla (1647-1708)
Si toda vida es una muerte viva,
Leonor de la Cueva y Silva (¿?-1650)
Basta, Amor, el rigor con que me has muerto;
Siempre guerra me dais, terribles celos;
Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695)
Rosa divina que en gentil cultura
Al que ingrato me deja, busco amante;
Detente, sombra de mi bien esquivo,
Miró Celia una rosa que en el prado
Este que ves, engaño colorido
¿En perseguirme, mundo, qué interesas?
Yo no puedo tenerte ni dejarte,
Sitio de amor con grand artillería
me veo en torno e poder inmenso,
e jamás cesan de noche e de día,
nin el ánimo mío está suspenso
de sus combates con tanta porfía
que ya me sobra, maguer me defenso.
Pues, ¿qué farás?, ¡o triste vida mía!,
ca non lo alcanzo por mucho que pienso.
La corpórea fuerza de Sansón,
nin de David el grand amor divino,
el seso nin saber de Salamón,
nin Hércules se falla tanto digno
que resistir podiesen tal prisión;
así que a defensar me fallo indigno.
Íñigo López de Mendoza –Marqués de Santillana– (1398-1458)
Quien dice que la ausencia causa olvido
merece ser de todos olvidado.
El verdadero y firme enamorado
está, cuando está ausente, más perdido.
Aviva la memoria su sentido;
la soledad levanta su cuidado;
hallarse de su bien tan apartado
hace su desear más encendido.
No sanan las heridas en él dadas,
aunque cese el mirar que las causó,
si quedan en el alma confirmadas,
que si uno está con muchas cuchilladas,
porque huya de quien lo acuchilló
no por eso serán mejor curadas.
Juan Boscán (1474-1542)
Dulce soñar y dulce congojarme,
cuando estaba soñando que soñaba;
dulce gozar con lo que me engañaba,
si un poco más durara el engañarme.
Dulce no estar en mí, que figurarme
podía cuanto bien yo deseaba;
dulce placer, aunque me importunaba,
que alguna vez llegaba a despertarme.
¡Oh sueño, cuánto más leve y sabroso
me fueras, si vinieras tan pesado,
que asentaras en mí con más reposo!
Durmiendo, en fin, fui bienaventurado;
y es justo en la mentira ser dichoso
quien siempre en la verdad fue desdichado.
Juan Boscán (1474-1542)
Si las penas que dais son verdaderas,
como lo sabe bien el alma mía,
¿por qué no me acaban? Y sería
sin ellas el morir muy más de veras;
y si por dicha son tan lisonjeras,
y quieren retoçar con mi alegría,
decid, ¿por qué me matan cada día
de muerte de dolor de mil maneras?
Mostradme este secreto ya, señora,
sepa yo por vos, pues por vos muero,
si lo que padezco es muerte o vida;
porque, siendo vos la matadora,
mayor gloria de pena ya no quiero
que poder alegar tal homicida.
Cristóbal de Castillejo (1492-1550)
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