Isabel Sterling - Estas brujas no arden

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HANNAH ES UNA BRUJA, PERO NO DE LAS QUE TE IMAGINAS…
En su vida hay pocos «hocus pocus», y mucho evitar a la chica que le rompió el corazón y vender chucherías en una tienda de artículos mágicos.
Cuando un rito de magia negra arruina la fiesta de fin de año de su colegio, Hannah y su fastidiosa ex, Veronica, temen lo peor: hay una bruja de sangre en el pueblo y quiere destruirlas.
Su aquelarre no parece creerles, así que las chicas deberán formar el equipo menos pensado si desean salvar sus vidas y las de todos a quienes aman.
Pero en la mítica Salem tus poderes deben permanecer ocultos.
SI NO QUIERES QUE EL MUNDO ARDA.

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Una guerra se desata en mi interior y me deja congelada en mi lugar. Evan es un Reg. Sus acciones no deberían importarme. Las palabras de lady Ariana resuenan en mi mente: No es nuestra responsabilidad salvarlos de sí mismos . Si Evan quiere sacrificar otro animal y arriesgarse a sufrir las consecuencias de esa clase de magia, es asunto suyo.

Pero aun así…

Para cuando vuelvo a mirar a la caja, Cal está escaneando cuidadosamente el primer artículo de Evan. Cristales y velas, la mayoría negros. Evan no está junto al mostrador, probablemente esté buscando algo más. Echo un vistazo al pasillo de hierbas, pero es como si hubiera desaparecido. Tampoco está en el de libros. Giro para ayudar a Cal en la caja y choco contra alguien.

–Mierda. Lo siento. –Levanto la vista. Evan. Lleva viales de sanguinaria y cicuta. De pronto siento muchas menos ganas de disculparme–. ¿Qué haces?

Se endurece ante mi mirada y su expresión se vuelve cautelosa.

–No es asunto tuyo –sentencia y me esquiva para acercarse a la caja, en donde Lauren ha aparecido para ayudar a Cal. Me lanza una mirada al escanear las últimas compras de Evan, pero no logro saber si es que está molesta por su colección de provisiones o por mis terribles habilidades en la atención al cliente.

Con ella, realmente podría ser cualquiera de las dos opciones.

Evan paga y se dirige a la puerta. Cuando se acerca, me interpongo en su camino.

–¿Qué será esta vez? –pregunto, con las manos cerradas en puños–. ¿Otro mapache? ¿O irás tras algo más grande?

–No sé de qué estás hablando –responde, sosteniéndome la mirada como si estuviera desafiándome a acusarlo otra vez–. Quítate de mi camino.

–¿O qué harás?

–O tú serás la siguiente. –Los ojos de Evan destellan de ira. Pasa ofendido junto a mí, su brazo golpea mi hombro, atraviesa la puerta un segundo después y la campanilla produce un sonido discordante en mis oídos.

–¿Qué fue eso? –pregunta Cal, que salió de detrás del mostrador cuando Lauren regresó a su oficina–. ¿Estás bien?

Asiento, demasiado ocupada luchando contra el iracundo palpitar de la magia en mis venas como para hablar. Evan no puede amenazarme y alejarse sintiéndose presuntuoso. Es un Reg . Por más poder que pueda sentir, por más adrenalina que tenga por el ritual (y dada su reacción, estoy casi segura de que fue él), no es nada comparado con lo que yo puedo hacer. Menos que nada.

Dile a Lauren que me tomaré mi descanso anuncio Ya regreso Habitantes - фото 21

–Dile a Lauren que me tomaré mi descanso –anuncio–. Ya regreso.

Habitantes locales y turistas se entremezclan por las estrechas aceras cuando salgo de la tienda. Diviso el blanco reluciente de la camisa de Evan cuando da vuelta a la esquina y me apresuro a seguirlo, zigzagueando entre los peatones con una catarata de disculpas a mi paso.

Una banda de estudiantes de educación media bloquea la acera y bajo a la calle para sobrepasarlos rápidamente. Un automóvil hace sonar la bocina detrás de mí, me sobresalto, regreso a la acera y caigo dentro del grupo de niños de sexto año.

–¡Oye!

–¡Ten cuidado, fenómeno!

–¡Quítate del camino, perdedora!

¿Cuándo se volvieron tan groseros los preadolescentes? Yo estaba aterrada de los mayores cuando tenía su edad. Considero hacerlos tropezar con una grieta en la acera, pero hago la idea a un lado. Los Elementales no interfieren con la vida de los Regs; solo las Bujas de Sangre lo hacen. Además, lady Ariana me desollaría viva si descubriera rastros de magia en un lugar con tan tanta presencia de Regs. No dejaré que mi entrenamiento se retrase ni un segundo más, en especial por causa de unos niños impertinentes.

Más adelante, Evan cruza la intersección en dirección al Museo de Brujas (el que tiene esas escalofriantes figuras de cera que explican los juicios a las brujas) y yo me apresuro tras él. Pensándolo dos veces, tal vez los preadolescentes siempre han sido pequeños bastardos. Abigail Williams no llegaba a los once años cuando puso a todo un pueblo de cabeza.

Gracias a Dios, el semáforo está en rojo cuando cubro la intersección a toda velocidad. Ignoro a las personas que me miran mal y alcanzo a Evan antes de que atraviese a la pequeña multitud que forma fila en la boletería.

–Evan, espera. –Evan salta, sorprendido, y se aleja de mi contacto. La bolsa del Caldero cuelga de su mano cuando gira para enfrentarme.

–¿Qué quieres?

–Tú… –Tomo una gran bocanada de aire, con mi pecho agitado. Definitivamente no soy una corredora. Apoyo las manos en mis muslos y me doblo en dos, algo que arruina por completo la imagen feroz que planeaba transmitir–. Tú no puedes amenazarme y alejarte como si nada –digo cuando finalmente recupero el aliento.

–Como sea. –Evan pone sus ojos en blanco, hace caso omiso de mí.

–Hablo en serio –chillo–. No puedes lanzar maldiciones y amenazas. –Mi magia se agita junto con mi temperamento y levanta una brisa en la acera atestada. Fuerzo a calmar ese reflejo.

–Te lo dije. No sé de qué estás hablando. –Mira a los turistas alrededor de nosotros y me aparta de la fila tomada por el codo. Su pulgar se hunde dolorosamente en mi brazo.

–Aparta tus manos de mí –sentencio, pero descubro que mantuve la voz baja, como si temiera provocar una escena. Arranco mi brazo de su mano y apunto un dedo a su bolsa de compras–. Esa bolsa está llena de artículos para hechicería. Lo que sea que estés haciendo, tiene que parar. Y ciertamente no me hechizarás a mí o yo…

–¿O tú qué? –Alza una ceja hacia mí y odio no poder demostrarle la magia que podría desatar si intentara lastimarme. Me obligo a respirar profundo y cambiar de estrategia.

–He trabajado en el Caldero desde los dieciséis –hago una pausa cuando una mujer arrastra a dos niños junto a nosotros. Cuando están fuera del radar, continúo–. Reconozco un em­brujo cuando lo veo. Lastimar a las personas no es el modo de obtener lo que quieres.

–Algunas personas merecen ser castigadas. –Sus ojos destellan, brillan bajo la luz del sol. Su voz está cargada de dolor–. Algunas personas merecer ver cómo sus vidas se desmoronan. ¿Por qué no ser yo quien haga que eso suceda?

Su pregunta me toma desprevenida y no tengo una respuesta inmediata más que decir que así no es cómo funciona la vida , y de alguna manera dudo que eso sea suficiente. Busco una explicación Wicca, con esperanzas de que todo su tiempo en el Caldero implique que se interesa por algo más que la magia.

–Lo que sea que conjures, la Ley de retorno te lo regresará tres veces peor. ¿Estás dispuesto a arriesgarte?

–Eso es todo lo que intento hacer, asegurarme de que él reciba lo que merece. –Cierra sus manos en puños, presiona tan fuerte que sus brazos tiemblan, pero no aclara quién es él –. No me importa lo que suceda conmigo.

–Evan…

–¿Tu jefa sabe que estás aquí?

–Yo… eh…

–Eso creí. –Se acerca, hasta que tengo que torcer mi cuello para mirarlo a los ojos–. Déjame en paz, Hannah, o dejaré de ir al Caldero. Y le diré a tu jefa exactamente por qué me perdió como cliente.

Esa amenaza realmente me afecta. No puedo perder mi trabajo. Por mucho que me queje de los turistas, el trabajo en el Caldero es la única razón por la que puedo mantener la chatarra que tengo por automóvil y el seguro para tenerlo en la calle. El dinero extra paga los suministros de arte, las cenas a medianoche con Gem y mi débil excusa de ahorrar para la universidad.

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