Wayne A. Mack - Tu familia como Dios la quiere

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¿Por qué algunas familias tienen una relación amorosa que va en aumento, cuando otras o aun la mayoría parecen más y más divididas?El autor -con más de cuarenta y cinco años de matrimonio, cuatro hijos y trece nietos- ofrece la sabiduría bíblica en dos áreas cruciales: la comunicación y la solución de conflictos. Nos avisa de peligros y ofrece soluciones en estas áreas.El Dr. Mack examina las principales causas de las peleas familiares y explica en términos bíblicos cómo convertir la discordia en concordia. Incluye ejemplos de éxito y preguntas para la aplicación práctica; todo ello para dar esperanza y orientación clara a todos los que quieren tener familias fuertes como Dios las quiere.

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SI BUSCAS AYUDA

Tal vez te identificas con Lupita; quizá no tan negativamente como ella, pero sientes que algo te hace falta. Quieres ayuda para ser la persona, esposa, y madre satisfecha y cumplidora que anhelas ser. En el fondo anhelas dirección y confirmación del plan que Dios tiene para ti, y para tener una perspectiva más clara de tu misión de formar tu familia como Dios quiere.

Eso quería Lupita, y lo consiguió. Han pasado varios años desde que buscó ayuda por primera vez. Desde entonces, ha estado en proceso de ser una persona diferente. Hoy en día, no se siente obligada a trabajar muy duro, o tan temerosa, ni tan inestable como antes. Aunque a veces se ve tentada en estas áreas, ha visto victoria significativa sobre sus problemas pasados.

Recientemente, Lupita me escribió una nota diciendo,“ Me da gusto decirle que mis viejas amigas (la congoja y la depresión que experimentaba) ya no me visitan como antes. Estoy mucho más contenta, segura y satisfecha.”

¿QUE PASÓ CON LUPITA?

¿Qué hizo la diferencia? Lupita está encontrando satisfacción y seguridad por medio de un entendimiento más profundo del propósito de Dios para ella como persona, esposa y madre. Ahora se analiza con más frecuencia desde la perspectiva de Dios, tratando de reestructurar su vida según la dirección de Dios. Reconoce que no tiene que ser una “súpermujer” tratando de alcanzar alguna meta ilusoria. Ahora tiene un cuadro más claro de lo que Dios quiere que sea y que haga, y cómo cumplirlo. Y en eso, está encontrando satisfacción.

Obviamente, no puedo compartir todo lo que Lupita ha aprendido en los cursos de consejería. Sin embargo, voy a compartir algunas verdades básicas que adquirió, las cuales le ayudaron a mejorar su vida.

En un capítulo previo vimos en el Salmo 128 lo que Dios dice del papel del esposo y padre en la familia. Ahora quiero enfocarme, usando el mismo salmo, en lo que Dios dice a la esposa y madre. Una satisfacción real personal (éxito) es la secuela de una vida centrada en Dios con la cual hace que la persona agrade a Dios.

LA PALABRA DE DIOS A LA ESPOSA Y MADRE

Dios podía haber usado cientos de símiles para describir a la madre de familia, pero escogió describirla como vid (Sal. 128:3). Para nosotros hoy en día, tal vez no es una descripción muy significativa pero para la gente de los tiempos bíblicos era muy diferente.

Una vid tenía significado grandioso, simbolizaba lujo, valor y prosperidad, algo muy deseado y que valía la pena tener una. Cuando Dios describió la buena tierra a donde llevaba a su pueblo, dijo que sería una tierra de vides (Deut. 8:7, 8). Cuando el rey de Asiria trató de persuadir al pueblo de Israel a someterse a su dominio, les prometió que cada uno tendría su propia viña (Is. 36:16). Dios dignificó el concepto de la vid al designar a su pueblo como su viña preferida, con la que tuvo una relación muy íntima y única (Jer. 2:21, Ose. 10:1). Jesús rindió el honor máximo a la vid al identificarse a sí mismo con ella y decir que Dios, Su Padre era el labrador (Juan 15:1, 5).

Del contexto de Juan 15, es evidente que Jesús usó la vid para describirse a sí mismo porque la vid simboliza vida, refrigerio y ministerio. Jesús es, por excelencia, todas estas cosas: “Separados de él, no podemos hacer nada” (Juan 15:5). Estamos absolutamente dependientes de Él como fuente de la vida. Él es nuestra vid.

¿Podría nuestro Señor haber rendido mejor honor a la esposa y madre? ¿Nos podía haber impresionado de mejor manera su importancia y responsabilidad en el hogar? Mujeres, Dios subraya su ministerio estratégico comparándolas con una vid.

LUPITA, LA VID

Lupita necesitaba entender y creer realmente esta verdad bíblica. Desde su niñez, había pensado de sí misma como despreciada, inmerecida e inaceptable ante Dios, su familia o la sociedad. Y en esta condición vino a consejería. Ella necesitaba aceptar el hecho de que Dios la había hecho una vid y le había dado un ministerio estratégico con su esposo y sus hijos. Sí, había pecado; había fallado; no era la esposa y madre perfecta; con todo, había lugar para una mejoría. Como pecadora redimida estaba unida a Cristo, compartiendo su vida y morada del Espíritu Santo, su vida tenía un significado y potencial. Dios la llama vid, y Lupita necesitaba comprender lo que esta palabra implicaba para su vida.

La palabra de Dios dice que ella es para su familia lo que Cristo para su gente; ciertamente no en el sentido máximo ni absoluto, pero su ministerio debiera ser una reflexión del ministerio de Cristo. Eso la hace importante, y así es con cada esposa y madre.

LA VID FRUCTIFERA

Toma nota que en el Salmo 128 Dios no sólo llama vid a la esposa y madre, sino una vid fructífera (Sal. 128:3). Algunas vides no benefician a nadie ni a nada; pueden verse muy bien pero nunca llevan fruto, sólo ocupan espacio y requieren mucha atención, y también absorben nutrientes de otras plantas y pueden pasarles enfermedades.

Mujeres, Dios las ha puesto en el mundo y en su familia para ser productivas, para hacer una contribución importante, para ser una vid fructífera. En el tiempo de la creación, Dios dijo al hombre y a la mujer: “Fructificad y multiplicaos, llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra.” (Gen. 1:28). Observa que Dios dio este mandamiento al hombre y la mujer. La mujer iba a hacer pareja con el hombre para ser fructíferos y reinar sobre la tierra. En otro pasaje Dios dijo que la mujer era ayuda idónea para el hombre (Gen. 2:18). Sabemos que la palabra “ayuda” no sugiere la idea de inferioridad porque va junto a la palabra “idónea” que puede ser traducida “correspondiente a”, “adecuado” o “apropiado”. La mujer debe ser una ayudante que corresponde al hombre, que encaja con él, que es capaz. No se separa del hombre, y lo ayuda a cumplir lo que él nunca podría hacer por sí solo. Ella añade dimensiones que son igualmente importantes. Juntos hacen un equipo para lograr, con la fuerza de Dios, el propósito diseñado para ellos.

Es interesante notar que esta palabra aplicada a la mujer muchas veces las Escrituras la aplican a Dios ( Deut. 33:29; Sal. 25:9; 121:1, 2). Por ser Dios quienes, Él es el único “ayudador” que necesitamos, pues no podemos existir sin Él. Y por ser la mujer quienes por creación divina, ella es la verdadera ayudador a que el hombre necesita para cumplir sus responsabilidades que Dios le ha asignado en el mundo y en el hogar.

LA NATURALEZA DEL FRUTO

Si todo eso es verdad, ¿qué clase de fruto quiere Dios que des? Dios da muchos las detalles en numerosos pasajes bíblicos.

Ciertamente el fruto del Espíritu descrito en Gal. 5:22, 23 es parte de este “fructificad”. Dios quiere que tu vida sea llena de amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza. Cuando Jesús dijo, “En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto” (Juan 15:8), estaba hablando principalmente del fruto del Espíritu. Cada vez que produces fruto espiritual, los que te rodean ven el poder y la gloria de Dios manifestados en tu vida.

En la clase de familia que Dios quiere, la esposa y madre debe preocuparse más en ser que en hacer; más en lo que es que en la forma que hace algo. La conducta cristiana tiene sus bases en el carácter cristiano. Por eso el impacto que tienes para Dios y la ayuda que prestas a otros depende de la obra del Espíritu en tu propia vida.

Pedro enfatiza este mismo pensamiento cuando dice a las esposas, “estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa. Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios. Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos (1 Ped. 3:1-5).

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