Él llegó del frío, con su sobretodo raído y sin guantes, y al entrar la vio a ella sin su cabellera. O’ Henry describe lo que él no sentía haciendo una lectura de su expresión: no había ira, ni sorpresa, ni desaprobación, ni horror, cosas que ella hubiera podido imaginar. Lo abraza, sin saber qué siente él y lo tranquiliza, no hubiera podido dejar pasar la navidad sin hacerle un regalo y el pelo ya crecerá. Él le pregunta, estúpidamente, como corresponde a un hombre que recibe semejante sorpresa: “¿Te cortaste el pelo?”. Ella le confirma la sospecha: lo cortó para venderlo. Él persiste en su estupidez, mira para todos lados y le pregunta “¿Tu cabello se ha ido?”. Ella le insiste que no lo busque, que es cosa del pasado. Cuando logra salir del aturdimiento, Jim saca un paquete de su sobretodo maltrecho y arrojándolo sobre la mesa procura explicar su estado de estupidez transitoria, no tiene que ver con que a él no le guste el nuevo peinado de Delia. Al abrir el paquete ella tiene un pequeño ataque histérico, porque el regalo de Jim eran unas hermosas peinetas de carey que ella no se había cansado de admirar en la vidriera de un negocio. Eran caras y no tenía perspectivas de tenerlas por más que las había deseado intensamente; sin embargo, eran suyas pero ya no había cabello en el que lucirlas. Lanza otro gritito histérico cuando recuerda el regalo que ella le compró a Jim, le entrega la cadena y le pide el reloj para que la pueda lucir. Jim, de nuevo sonriendo estúpidamente, le pide que dejen de lado los regalos. Imaginarán el cierre. Él vendió el reloj para comparar las peinetas
Uno sacrificó lo más importante que tenía para el otro. O’ Henry concluye que, de todos los amantes, los que son como ellos haciéndose regalos, son los más sabios. Pero ¿por qué afirmar esto? En esta historia se juega el espejismo narcisista de procurar completar al Otro, pero cuando ese intento choca contra su imposibilidad misma, mostrando el fracaso de la cara imaginaria del amor, hay algo de la falta, de la imposibilidad de completar al Otro, que logra transmitirse. Ahí ya no estamos en lo imaginario que procura poner un velo, en esa dimensión engañosa del amor. Esta es la metamorfosis que el psicoanálisis obra en el campo del amor. Hacer del dar lo que no se tiene algo que posibilite la transmisión de su imposibilidad.
Si el amor de Delia y Jim se hubiera sostenido sólo en el campo de lo imaginario la historia hubiera terminado mal. Ella le hubiera gritado “Estúpido, cómo pudiste vender ese reloj, vago, andá a trabajar”; él le hubiera dicho muy agresivamente “Loca, cómo pudiste cortarte el pelo, si era lo único lindo que tenías, por qué no vendiste a tu madre”… y hubieran entrado en el callejón sin salida de lo imaginario. Por mucho menos que esto así terminan enredándose muchas parejas. No es así en la historia, ni en diferentes recreaciones fílmicas que he tenido oportunidad de ver, una versión francesa, otra argentina. Hacia el final del intento fallido luego de la estupidez masculina, de los llantos histéricos de la mujer, hay cierta dicha, cierto alivio incluso, algo se verificó a nivel del amor. Un análisis opera en el campo del amor en esta dirección. Lleva a los sujetos a saber que lo que los une no pasa por completar al Otro, sino más bien por trasmitir la falta que le da lugar al deseo de estar juntos.
En este ejemplo los protagonistas parten del intento de completar al otro, pero chocan con la imposibilidad, y el amor continúa, no entran en una tensión agresiva, no se insultan. Es difícil explicar el gesto del muchacho. Ella reacciona un poco más histéricamente, pero se aman, más allá de que uno quiera darle lo mejor de él al otro, y el amor continúa, podríamos decir, fortalecido a partir de lograr transmitir esa imposibilidad de completar al otro.
Bibliografía
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Descartes, R., Tratado de las pasiones del alma, Obras Maestras del Milenio, España, Planeta De Agostini, 1995.
Freud, S., “Introducción al narcisismo”, Obras Completas, Vol. XIV, Amorrotu, Buenos Aires, 1996.
Indart, J. Problemas sobre el amor y el deseo del analista, Buenos Aires, Manantial., 1992.
Lacan, J. El seminario, libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1987.
—Seminario 6 “El deseo y su interpretación”, inédito.
—El seminario, libro 20, Aun, Paidós, Buenos Aires, 1990.
Miller, J.-A. Lógicas de la vida amorosa, Manantial, Buenos Aires, 1991. Nietzche, F. Más allá del bien y del mal, Alianza, Madrid, 1993.
Sábato, E., (selección) Viajes a los mundos imaginarios 2, Legasa, Buenos Aires, 1986.
1- Lacan, J., El seminario, libro 20, Aun, Paidós, Buenos Aires, 1990, pág.101.
2- Lacan, J. Seminario 6 “El deseo y su interpretación”, inédito.
3- Aristóteles. Categorías, Colihue, Buenos Aires, 1990.
4- Nietzche, F. Más allá del bien y del mal, Alianza, Madrid, 1993.
5- Descartes, R., Tratado de las pasiones del alma, Obras Maestras del Milenio, España, Planeta De Agostini, 1995.
6- Miller, J.-A. Lógicas de la vida amorosa, Manantial, Buenos Aires, 1991.
7- Freud, S., “Introducción al narcisismo”, Obras Completas, Vol. XIV, Amorrotu, Buenos Aires, 1996.
8- Lacan, J. El seminario, libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1987.
9- Lacan, J., El seminario, libro 20, Aun, op. cit, pág. 83.
10- Indart, J. Problemas sobre el amor y el deseo del analista, Buenos Aires, Manantial., 1992.
11- Borges, J. L., Cuentos memorables, Buenos Aires, 1999.
12- Sábato, E. (selección), Viajes a los mundos imaginarios 2, Legasa, Buenos Aires, 1986.
El deseo y el amor según Paul Lorenz
«La vida es tumba de ensueños...
Yo vivo muerto desde hace mucho,
no siento ni escucho ni a mi corazón.»
Desencanto, Discépolo y Amadori
Un obsesivo en bruto
En el Seminario Las formaciones del inconsciente Lacan plantea: “Cuando vemos a un obsesivo en bruto o en estado de naturaleza, tal como nos llega o se supone que nos llega a través de las observaciones publicadas, vemos a alguien que nos habla ante todo de toda clase de impedimentos, de inhibiciones, de obstáculos, de temores, de dudas, de prohibiciones”. (1)
“Un obsesivo en bruto”, así podríamos considerar a Paul Lorenz, en verdad Ernst Lanzer, más conocido como el Hombre las ratas. A los 27 años, padeciendo una grave neurosis obsesiva, no habiendo aceptado el proyecto de sus padres de casarse con una mujer rica, pero tampoco pudiendo decidirse a casarse con una prima humilde, Gisela Adler, consultó al célebre psiquiatra Julius Wagner-Jauregg porque sentía la compulsión a presentarse a los exámenes demasiado pronto, sin estar suficientemente preparado. El psiquiatra le dijo que la obsesión era muy saludable y lo despidió. El 1 de Octubre de 1907, obsesionado por las ratas y una deuda, luego de haberse visto reflejado en “Psicopatología de la vida cotidiana”, consulta a Freud.
Al igual que Dora para la histeria, Paul nos presenta su modalidad de neurosis en un estado que resulta paradigmático. Una de las cuestiones estructurales que nos permite pensar la clínica de la obsesión es cómo se juega el deseo. Freud nos habla de un rebajamiento del deseo a una mera conexión de pensamiento. El Hombre de las ratas se presenta con un pensar que Freud no duda en caracterizar de delirioso, sobre el cual se monta un “loco accionar”. El sujeto será trastornado por mandamientos insensatos que se le imponen. Un toque de cobardía determinará los actos que culminan resultando ajenos a su deseo. Como cuando Lorenz se dejó empujar por la intervención de un changador que en la estación le pregunta si toma el tren de las diez, entonces parte rumbo a Viena cuando él quería ir exactamente para el lado contrario y saldar su deuda. Luego aplaza constantemente la intención de descender por la palabra dada al camarero, y llega a Viena para que su amigo lo tranquilice, aunque sólo momentáneamente.
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