Las coordenadas del psicoanálisis nos permiten captar una dimensión inédita del amor, desde el principio del trabajo analítico hasta el final.
Al comienzo se tropieza necesariamente con lo que Freud denominó amor de transferencia; al final emerge aquello que Lacan llamó un amor sin límites. En el medio, el amor a la pareja, a los hijos, a los otros; pero también el odio, los celos, las envidias, las infidelidades, tanto como las soledades, le permiten al sujeto poner en juego aquello que Lacan denominó la comedia de los sexos, y que en oportunidades deviene en tragedia.
El trabajo analítico permitirá cavar un vacío, dándole la ocasión al sujeto de que transmita algo de su imposibilidad de completar al Otro y otorgándole lugar a la posibilidad de una invención.
Estos temas, entre otros, serán puntos de partida para explorar cómo un sujeto puede amar, desear y gozar.
Si algo se aprende con el psicoanálisis es a preservar el lugar del vacío. Un vacío que busca ser tapado, a veces, con la cuestión del amor.
Plantear, como lo ha hecho Lacan, que el amor es vacío, es una forma de denunciar los espejismos, a la vez que de captar una dimensión del amor que suele permanecer aplastada.
Los psicoanalistas estamos, entre algunas otras cuestiones que pueden llegar a valer la pena, para devolverle esa posibilidad al sujeto.
De aquellas lecturas, del hecho de hablar sobre este tema con otros, quedaron estos restos que, como un mensaje en una botella arrojado por un náufrago al mar, esperan del amable lector que algún día los encuentre. Tendrá en sus manos un texto por momentos ilegible. Y entonces quizás juzgue que valga la pena encontrarnos en algún momento, en algún lugar, para seguir hablando de amor.
Hablar de amor
Un amor vacío
«Me enteré con placer de que algo de
esto ha llegado a orejas vecinas y que se
empiezan a interesar, en otras partes que
aquí, en lo que podría ser el amor cortés.»
Jacques Lacan. (1)
El amor existe porque la mujer no existe
Resulta habitual que recordemos la dimensión de engaño que conlleva el amor. Se trata de una verdad a medias, como suele suceder con la verdad. Pero quizás una de las verdades más ignoradas con respeto al tema sea que el amor, en verdad, es vacío. El desconocimiento de esta verdad lleva precisamente a toda una serie de espejismos en los cuales los sujetos se las arreglan como pueden, protagonizando la comedia de los sexos.
Una de las vías para pensar esta cuestión radica en la inexistencia de un significante que represente a La mujer. Esto ha llevado a Lacan a plantear algo que no suele entenderse tantas veces como se repite: La mujer no existe. Se trata simplemente de que no hay en el inconsciente un significante equivalente al falo con el cual se cuenta del lado hombre. Esto conlleva una disimetría que torna imposible el encuentro entre los sexos. El campo de batalla para dicho encuentro es el amor. Podríamos afirmar: el amor existe porque la mujer no existe.
El amor tiene la costumbre de irrumpir en ese vacío. La demanda de amor apunta a recibir el complemento del Otro, lugar de la palabra y de la carencia. Por eso, especialmente a algunas mujeres les gusta que les hablen de amor, sobre todo si por esta vía se transmite algo de esa falta; otras, más neuróticas, prefieren directamente que les mientan, que les hablen de la posibilidad de una completud imaginaria, que “les hagan el verso”. Resulta injusta esa degradación del significante, el verso también permite transmitir el vacío, y a esto se dedican los grandes poetas.
El Otro es llamado a colmar con aquello que en verdad no tiene, a él también le falta. Las pasiones del ser son formas de resolver esta encrucijada. Allí desfilan el amor, el odio y la ignorancia. (2)
Nos hemos referido a la inexistencia de la mujer en otras oportunidades. (3) Otra vía para entender la cuestión es una modalidad amatoria que nos revela de forma cristalina esa verdadera dimensión del amor. Lo hizo con una dimensión pasional que pocas veces se ha jugado en la historia de la humanidad. Nos referimos al amor cortés. Como Lacan lo plantea en el Seminario La relación de objeto, esta modalidad amorosa conlleva una elaboración técnica muy rigurosa del contacto entre las partes. Y hemos encontrado esas coordenadas en diferentes épocas.
El amor en los tiempos de la peste
Se ha considerado a la Edad Media como un período oscuro para la humanidad. El hombre se enfrentó a la muerte bajo sus diferentes rostros, desde las cruzadas que dejaron un elevado saldo de mortalidad, hasta las epidemias que azotaron sin tregua. A la peste bubónica, que en el siglo XIV terminó con la tercera parte de la población de Europa, se le sumó la malaria, la lepra, el mal de San Antón, hasta la llegada de la sífilis. Las murallas y los castillos no alcanzaron, como lo retrató Edgar Allan Poe, para alejar a la guadaña de los señores feudales. Las danzas macabras de Pieter Brueghel, el Viejo, resultaron una ilustración elocuente de estas circunstancias.
Entre las guerras santas, los lujos y las miserias, las intrigas palaciegas, los fastuosos banquetes y las hambrunas, hubo tiempo para el surgimiento de una modalidad de amor que podemos elevar al estatuto de paradigma, y que nos permite arrojar luz a una definición que Jacques Lacan nos da en su seminario “L’insu...” donde nos donde dice que mientras el deseo tiene un sentido, el amor en cambio, no es otra cosa que una significación, y que el trabajo realizado en el seminario sobre la ética en torno al amor cortés nos permite comprobar que “el amor es vacío”. (4)
El amor en anamorfosis
Entre los siglos XI y XII surgirá en Francia, para extenderse luego en otros países, lo que por entonces se conoció como fine amour, amor sublime, amor refinado, depurado, pero no en el sentido platónico. Se trata de un amor hasta el fin, un amor llevado a sus límites extremos, Lacan nos dirá que “sus repercusiones éticas aún son sensibles en las relaciones entre los sexos”. (5) No se trata sólo de una modalidad de amor sino además de una creación literaria; para Lacan implica un paradigma de la sublimación en tanto está en referencia a Das Ding, a esa Cosa que Freud aisló como el primer exterior en torno al cual se organiza todo el andar del sujeto con relación al mundo de sus deseos, ese objeto que, por naturaleza, está perdido. Ese Otro absoluto que se procurará reencontrar, pero como mucho sólo reviviremos en sus coordenadas de placer, esto es la nostalgia. La sublimación eleva un objeto a la dignidad de la Cosa. El amor cortés tendrá que ver con la sublimación del objeto femenino.
La Cosa estará representada por un vacío en torno al cual, a partir de una construcción significante, se organizará el amorío cortesano. Por esto el Seminario La Ética del Psicoanálisis establece una vinculación con la anamorfosis (del griego aná, transposición, y morphó, forma). Algo que no es perceptible en primera instancia; por una precisa construcción se torna visible si es observado desde determinado punto. Eso que surge de una forma que en principio resulta indescifrable provoca un placer. Este procedimiento fue, por ejemplo, utilizado en una pintura de Holbein que data de 1533: “Los embajadores franceses en la corte inglesa”. En el cuadro, los emisarios de Francisco I de Francia se encuentran ricamente ataviados junto a objetos que representan sus actividades preferidas, símbolos de la vanitas, las ciencias y las artes. Pero más allá de esta ostentación, no evidenciable a simple vista, como una realidad oculta, flota una calavera pintada de acuerdo a este procedimiento de la anamorfosis. En el Seminario Los cuatro conceptos del psicoanálisis, (6) donde Lacan trabaja la cuestión de la mirada, vuelve a utilizar ese cuadro como referencia para mostrarnos al sujeto anonadado frente a la encarnación ilustrada de la castración. Pero en el seminario sobre la ética, aún sin formalizar el objeto a, de lo que se trata es de una organización en torno de esa vacuidad que permite designar el lugar de la Cosa. Para delimitar tal lugar, el de una exterioridad íntima, Lacan se vio obligado a acuñar el término extimidad.
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