En cambio, volvía a Inglaterra y siempre le ilusionaba pisar su tierra natal. Hasta entonces, disfrutaría de una comida italiana acompañada de buen vino toscano para saciar su paladar seco.
Lo demás estaba por llegar.
Martes, 4 de agosto de 1936
Roma, Italia
El tren humeaba enérgicamente alejándose varios kilómetros de la vieja estación Termini. Charles ya se había acostumbrado a la incómoda fricción con los raíles mientras descansaba en el camarote de primera clase. Leía la prensa que había comprado en la estación y se relajaba fumando en pipa. Pronto cubrió el camarote con el aroma dulce y permaneció tumbado en la cama hasta que terminó el tabaco. Luego plegó la prensa y se incorporó.
Buscó el vagón bar dispuesto a tomar una copa antes de comer. Al entrar vio la barra de reluciente madera abarcando todo el lateral derecho. Enfrente, dos pequeñas mesas estaban ocupadas, pero prefirió un taburete y quedarse en la barra.
—¿Desea una mesa, señor?
—Sí, por favor. —Le respondió al barman.
—Le reservo aquella junto a la ventana. ¿Vendrá acompañado?
Charles negó y le pidió una copa de Millars.
—Lo lamento, no disponemos de esa marca. Le puedo ofrecer Glory, Cutty Sark o Ye Monks.
Escogió el último ya que lo bebió en Mánchester hacía tiempo, aunque en aquella ocasión fue un especial de doce años. Charles bebió rápidamente el primer sorbo. Cerró los ojos y gozó pensando en su Inglaterra. Al instante, le interrumpió una voz masculina.
—¿Recupera fuerzas para el viaje?
El hombre tomó arrastró un taburete junto al de Charles. Era corpulento, barrigudo. Con el pelo de color blanco y bien peinado, resultaba atractivo. Charles se llevó buena impresión; bien vestido y con destacados modales.
—Despierto el apetito. —Respondió removiendo suave el vaso mientras oscilaba el whisky en su interior.
—¡Un coñac, por favor! —Y observó a Charles.— Una copa sienta mejor si se toma acompañado. Hace apenas una hora que partimos de Roma y ya deseo llegar a mi destino.
Por su acento, Charles pensó que sería alemán.
—¿No le gusta el tren?
—Desde que pusieron en servicio la aviación civil, no veo otro medio de transporte más rápido. ¿Ha volado alguna vez?
Charles sonrió y recordó el horrible vuelo en hidroavión que Sir Thomas le preparó cuando voló hasta Bergen.
—En alguna ocasión… Pero, si me dan a elegir, prefiero cualquier vehículo que ruede.
El hombre bebió un poco de coñac y sonrió.
—No me he presentado aún. Mi nombre es Herbert Hoffman.
—Charles Parker. —Añadió estrechándole la mano desde el taburete.— Ha comentado su impaciencia por llegar a su destino, ¿le queda mucho?
—Lo suficiente hasta Berlín.
—Entonces, usted todavía está lejos.
—¿Qué me dice del suyo?
—Voy a París. Dicen que es la capital de Europa.
—Bueno, hay opiniones, desde luego.
Bebieron a la vez y después Herbert frunció el ceño.
—¿Sr. Parker, es usted británico?
—Yo también sé reconocer un acento. ¿Alemán?
—En efecto. Poseo una empresa de mobiliario de alta calidad, además de comerciar con artículos de lujo. Espero que no se moleste si le pregunto a qué se dedica.
—Colaboro con empresas británicas que intentan abrir mercado en Italia y, a su vez, facilito algunas relaciones para que fluya el comercio.
—¿Para alguna empresa en concreto?
—Para el Gobierno Británico.
—¡Oh, es usted de la embajada!
Charles asintió.
Remataron su copa e incluso alargaron la compañía comiendo juntos. Charlaron de casi todos los temas de actualidad y cambiando impresiones, aunque manteniendo las formas en todo momento.
Tras el discreto banquete, Charles regresó a su camarote y no volvieron a coincidir durante el trayecto.
Al anochecer, Herbert se apeó en la estación de Milán donde cambió de tren para que le llevase hasta Berlín.
Charles dejó el primero y subió a un segundo que cubría la ruta hasta París. Sin embargo, Andrew no le consiguió un camarote de primera y tuvo que conformarse con uno menos conveniente.
Una vez en París, se embarcaría en aeroplano para cruzar el Canal de la Mancha y aterrizaría en Londres, tres días después de haber salido de Roma. Con todo, Charles esperaba un cálido recibimiento.
Miércoles, 5 de agosto de 1936
Londres, Inglaterra
Un operario del aeropuerto, cubierto con un enorme impermeable, realizaba el control del pasaje protegiéndose de la lluvia. El vuelo de Charles había aterrizado en plena tormenta y el suelo estaba completamente encharcado.
Charles corría desde la escalinata hasta el hangar militar ya que la lluvia había inundado las estancias de la pequeña terminal. A consecuencia de la lluvia, el avión se había desviado hasta el hangar de la RAF, en el otro extremo del aeródromo. Se había formado una cola larga donde el personal militar colaboraba para revisar la documentación.
Cuando Charles pasó el control, alguien con gabardina verde se le acercó alegando que Sir Thomas le había enviado a recogerle.
—Sígame, por favor. Mi coche detrás del hangar.
Durante las casi tres horas de trayecto hasta los alrededores de Dover, Charles tuvo la inercia de dormir y descansar ya que estaba en tierra firme. Pero la belleza del sureste británico le disuadió por completo y estuvo observando el verde y salvaje paisaje hasta que el conductor aparcó en el patio de la mansión.
Entonces dejó de llover. Aun así, la humedad persistente se calaba hasta los huesos. Mirando la fachada gris del cuartel del MI6, Charles respiró hondo. Sintió paz y curiosidad, al mismo tiempo.
—Le llevaré la maleta al interior, ¿de acuerdo?
Cuando entraron en el hall, una mujer le dio la bienvenida y le acompañó al primer piso, donde estaba uno de los salones principales. Más sombrío de lo que Charles recordaba, olía a madera vieja y hacía frío.
—Tendrá que disculparnos. Hemos tenido que improvisar la reunión en este salón. La sala que Sir Thomas había preparado tiene goteras. —La mujer prendió fuego a los troncos que ya estaban dispuestos en la gran chimenea. —Aunque pueda sorprenderle el tamaño de la estancia, en pocos minutos estará más confortable.
Charles dejó la maleta en el suelo y la chaqueta colgada en el perchero. Se aproximó a la chimenea y su rostro quedó iluminado con las llamaradas que iban cogiendo fuerza.
A su lado, la mujer aguardaba hasta asegurarse.
—Ya está. —Dijo mientras se daba la vuelta.— ¿Desea tomar algo, Sr. Parker?
—¿Quedará Millars en la bodega?
—Seguramente sí.
Se marchó y al poco regresó con la botella. Charles sonrió porque al fin había conseguido su marca preferida. Se sirvió rápidamente un vaso y acercó un sillón al fuego.
—Sir Thomas vendrá enseguida. Siéntase cómodo.
—Gracias.
Bebió despacio, saboreando el whisky, y después acercó otro sillón para Sir Thomas, quien entró por la otra puerta, minutos después. Vestido con pantalón grueso, camisa lisa y un chaleco marrón oscuro. Tenía las lentes colgando del cuello y llevaba un plato con un vaso de té caliente.
—Ha pasado tiempo, Charles. —Dijo dirigiéndose directamente al sillón.
Se dieron la mano y se sentaron enseguida.
—Estamos en agosto. Esperaba un recibimiento cálido y no el fuego de una estufa.
—El tiempo está como loco, Charles. —Se reclinó del todo y le observó durante unos segundos.— Me alegro de verte.
—Yo también, señor.
—Estás contento en Roma, ¿verdad?
—Se vive bien. Ya casi había olvidado estos aguaceros.
—Dime, ¿qué tal te va con Andrew?
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