Segundo, la tecnología cambia la forma en que nos relacionamos con los demás. Si me acerco a ti en la calle y comienzo a charlar, nuestra relación es fundamentalmente abierta. Pero si mi acerco a ti para entrevistarte y la aplicación para grabar vídeo está encendida y sostengo mi teléfono enfrente de mí, nuestra interacción es fundamentalmente transformada mientras decides si harás contacto visual conmigo o con la audiencia invisible viendo del otro lado del lente de mi mini cámara.
Tercero, la tecnología puede convertirse en una metáfora que Dios usa para revelar Su obra en el mundo. Una vez que logramos avances primitivos en la metalurgia, por ejemplo, Dios pudo revelar Su obra en la humanidad como un fuego consumidor que purifica al hombre – para juzgar la escoria de la rebelión y para purificar la obra de Sus manos y a Su nación de las aleaciones falsas. La manifestación de nuevas tecnologías crea nuevas metáforas para que Dios revele cómo se comporta con nosotros los mortales 38.
9. La tecnología moldea nuestra teología.
Finalmente usamos la tecnología para manifestar las metáforas de Dios (para bien o para mal). Tomemos la tecnología más reciente del reloj de bolsillo – resortes minúsculos, ruedas y engranes, todos se ensamblan en un chasquido rítmico. Con la invención del reloj de pulsera, logramos tener una precisión del tiempo y coreografiar nuestros horarios. El avance tecnológico en la medición del tiempo también dio a luz a dos nuevas metáforas para explicar la relación que Dios tiene con nosotros – una perceptiva y la otra engañosa.
Primero, el reloj proporcionó una metáfora provechosa para Dios. Ya que todas las piezas del reloj se ensamblan para dar lugar a la función, lleva consigo todas las marcas del “diseño inteligente”, la obra de un diseñador. Lo mismo también es cierto para nuestros cuerpos. Juntas, las diferentes partes y piezas y moléculas de nuestra existencia se ensamblan en armonía para sustentar y darle cohesión a nuestra existencia. Esta es la “analogía del relojero”. Dios no solo está cerca, el sello de Su Creación está en nosotros.
Pero el reloj también proporcionó una metáfora defectuosa para Dios. Algunos comenzaron a imaginar un dios que ensambló el universo, le dio cuerda y lo puso en movimiento y se fue. Esta es una forma de deísmo, la idea de que Dios está generalmente apartado remotamente del mundo salvo por preservar las leyes naturales.
Para bien o para mal, la tecnología transforma fundamentalmente la forma en la que hablamos de Dios. La tecnología moldea la forma en la que Dios comunica algo acerca de Sí mismo a nosotros. Dios se hace claro para nosotros a través de metáforas de la tecnología y hayamos que es posible definirlo, pero también distorsionarlo, al proyectar metáforas tecnológicas en Él.
TEOLOGÍA DE LA TECNOLOGÍA
Hasta ahora solo he bordeado las profundidades. Mi punto es que cada innovación tecnológica es una nueva invitación teológica para una contemplación bíblica renovada del pueblo de Dios. Esto significa varias cosas.
Primero, la vida en la era digital es una invitación abierta para pensar bíblica y claramente acerca del impacto de nuestros teléfonos en nosotros, en nuestra creación, en nuestros vecinos y en nuestra relación con Dios. Adoptar nuevas tecnologías sin reflexionar en ellas es mundano.
Segundo, la tecnología es tecnología, ya sea ligada a un enchufe o a un caballo. Para este proyecto, no haré una difícil y rápida distinción entre herramientas y tecnología, desconectar herramientas primitivas de la red eléctrica de las nuevas tecnologías que conectamos. En parte esto es porque los dioses domésticos de piedra o madera labrada, y los ídolos de plata y oro, comunes en el mundo antiguo, no eran herramientas. Estos ídolos eran más como nuestras tecnologías, oráculos divinos de conocimiento y prosperidad, usados por sus adoradores en un intento por controlar y manipular los eventos de la vida para un beneficio personal. La figura y el iPhone apelan a la misma obsesión.
Tercero, cualquier cosa que mi teléfono inteligente me esté haciendo, también me está apuntando a una ciudad gloriosa por venir. No confiamos en cosas que sostenemos con las manos. No confiamos en cosas hechas con las manos. En cambio, anhelamos estar en la presencia de nuestro Dios trino en una nueva Creación, no construida por el ingenio humano y manos pecadoras, sino por el diseño e innovación de Dios – la Creación que Dios siempre ha destinado sin pecado, sin muerte y sin lágrimas 39.
NUESTRO LUGAR EN LA HISTORIA
Así que aquí nos hallamos, en la “era digital”, una era tan concentrada en innovación que nos hemos vuelto ciegos a ella. Y estamos adoptando y adaptando las nuevas tecnologías más rápido que cualquier otra generación en la historia del mundo. Para el 2015, entre los adultos Estadounidenses de dieciocho a veintinueve años, el 86 porciento tienen un teléfono inteligente, por encima del 52 porciento cuatro años antes. En la misma estadística, el 50 porciento posee una tableta, por encima del 13 porciento cuatro años antes. Al mismo tiempo, en estas mismas estadísticas, el poseer computadoras, reproductores MP3, consolas de videojuegos y lectores de libros electrónicos ha declinado 40. Nuestros teléfonos están agrupando estas funciones.
Quizá nos adaptamos tan fácilmente porque somos una generación privilegiada, fácilmente adiestrada y moldeable. O quizá nos adaptamos tan fácilmente porque, como Jacques Ellul sugiere, nuestra tecnología ejerce una especie de terrorismo sobre nosotros 41. Vivimos bajo la amenaza de que si fallamos en aceptar las nuevas tecnologías, seremos empujados a un lado hacia una obsolescencia cultural, abandonados sin las habilidades esenciales que necesitamos para conseguir un empleo, desconectados de las conversaciones culturales y separados de nuestros amigos.
Cualquiera que sean nuestros motivos los hechos persisten – estamos adoptando, estamos entrando a la red, y nos estamos volviendo móviles. Los teléfonos inteligentes se convierten en billeteras porque no nos atreveríamos a salir de nuestras casas sin ellos. De hecho, el 36 porciento de las personas de dieciocho a veintinueve años en los Estados Unidos admiten que están en línea “casi constantemente” – un fenómeno que se ha hecho posible gracias al teléfono inteligente. El adulto con más probabilidades de vivir en línea gana más de 75 000 dólares al año, tiene un título de posgrado, vive en un ambiente no rural y está en el rango de edad de dieciocho a veintinueve años 42. Nuestra adicción a la conectividad móvil puede ser nueva, pero llegó para quedarse. Nunca estamos desconectados. ¿Es entonces mi teléfono inteligente un enemigo hostil? ¿Es acaso una baratija cultural? ¿Una herramienta legítima? Estas son algunas de las preguntas que examinaremos en las siguientes páginas. Nuestros teléfonos han concentrado tecnología poderosa en un dispositivo pequeño que controlamos con nuestros pulgares. Tenemos acceso total a esta tecnología, y por alguna especie de magia digital y electrónica, estamos potencialmente conectados todo el tiempo con cualquier teléfono en el planeta.
Todas éstas realidades nos están cambiando, no hay duda de ello. La gran pregunta permanece: ¿Cómo nos están cambiando nuestros teléfonos inteligentes?, ¿Y deberíamos estar preocupados?
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SOMOS ADICTOS A LA DISTRACCIÓN
Revisamos nuestros teléfonos inteligentes cerca de 81 500 veces al año, o una vez cada 4,3 minutos de nuestra vida consciente, lo que quiere decir que serás tentado a revisar tu teléfono tres veces antes de que termines este capítulo 43.
El impulso no es difícil de entender. Nuestras vidas están consolidadas en nuestros teléfonos: nuestro calendario, nuestra cámara, nuestras fotos, nuestro trabajo, nuestras rutinas de ejercicio, nuestra lectura, nuestras notas, nuestras tarjetas de crédito, nuestros mapas, nuestras noticias, nuestro clima, nuestros correos, nuestras compras – todo puede ser administrado con aplicaciones de última tecnología en pequeños dispositivos que llevamos a todos lados. Incluso la aplicación de GPS en mi teléfono, que me guió a una nueva cafetería el día de hoy, posee trescientas mil veces la velocidad de procesamiento de la computadora de navegación de setenta libras (31,75 kg) que guió al Apolo 11 a la superficie lunar.
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