Lafcadio Hearn - La canción del arrozal

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En un breve relato incluido en La muralla china, Kafka notó que, a riesgo de desmoronarse, el deseo de dejar pasar a través puede transformar a un hombre en puente. Hijo de madre griega y padre irlandés, Lafcadio Hearn abrazó Japón quizá para transformarse en eso mismo. Prueba de ello es La canción del arrozal, una delicada serie de observaciones minúsculas que procuran no solo poner al mágico mundo del Japón tradicional ante la mirada occidental sino también «abrir oídos».
Acaso el tratado De Anima, de Aristóteles, sea uno de los cimientos teórico-filosóficos sobre los que comenzó a edificarse la primacía óptica-háptica de nuestra sensibilidad occidental. Allí se establece una jerarquía entre los cinco sentidos en la que el tacto (que garantiza la vida animal) y la vista (perfecta en el hombre) asumen una posición central. ¿Cómo suponer una orientación estética similar para ese Japón amante de las sombras tan añorado, por ejemplo, por Tanizaki? .
Debemos al occidental más crítico de Occidente, Friedrich Nietzsche, un primer llamado de atención respecto de esta tiranía óptica-háptica; que se conjuga de mil maravillas en la Era Digital. No solo rescató la importancia del olfato sino, además, como hace Hearn registrando voces cantantes, el sentido de la audición. Por boca de su profeta Zaratustra (aunque bien podría haber salido de la de la rana kajika o la cigarra higurashi), Nietzsche hizo una advertencia que vale para futuros lectores de este libro lleno de pequeñas melodías: «Cantaré mi canción… y a quien todavía tenga oídos para oír cosas inauditas, a ese voy a abrumarle el corazón con mi felicidad»
Leandro Surce

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Es el canto melodioso de la kajika, o kawazu, el que la poesía del Lejano Oriente muchas veces alaba. Al igual que la música de los insectos, su canto es mencionado en las más antiguas compilaciones de poesía japonesa. En el prefacio de la famosa antología del Kokinshū, compilada por orden imperial el quinto año del período Engi (año 905), el poeta Ki no Tsurayuki, principal antólogo, hace la siguiente observación:

“La poesía de Japón tiene su raíz en el corazón humano, y su expresión ha evolucionado de diversas formas. El hombre de este mundo, teniendo miles de cosas para emprender y concluir, se ha visto llevado a expresar sus pensamientos y sensaciones sobre todo lo que ve y oye. Después de escuchar el canto del uguisu entre las flores, y la voz del kawazu que habita los estanques, no podemos más que preguntarnos si existe un ser vivo sin canción”.

El kawazu al que se refiere Tsurayuki es, sin dudas, la misma criatura que hoy se conoce como kajika: ninguna rana común podría haber sido comparada en su canto con ese maravilloso pájaro que es el uguisu1. Y ninguna rana común podría haber inspirado un poema clásico tan bello como el que sigue:

te wo tsuiteuta moshiagurukawazu kana Con las manos descansando en el suelo,repites reverente tu poema,¡oh, rana!

Sōkan

El encanto de este pequeño poema puede comprenderse mejor si uno está familiarizado con las normas de etiqueta del Lejano Oriente para dirigirse a una persona de rango superior: arrodillado, con el cuerpo inclinado en un gesto de respeto y las manos descansando sobre el suelo, con los dedos apuntando hacia afuera2.

Es difícil determinar a qué época se remonta la costumbre de escribir poemas acerca de ranas; pero en el Manyōshū, que data de mediados del siglo XVIII, hay un poema que sugiere que el río Asuka hacía ya tiempo que era famoso por el canto de sus ranas.

ima mo ka moasuka no kawa noyū sarazu kawazu naku se nokiyoku aruran Todavía clarapermanece hoyla corriente de Asukadonde por la nochecanta el kawazu.

También en esa antología encontramos otra curiosa referencia al canto de las ranas.

omoboyezukimaseru kimi wosasagawa nokawazu kikasezukayeshi tsuru kamo Recibí de mi señoruna visita inesperada.Qué triste que regresarasin oír a las ranasdel río Sawa.

En el Rokujōshū, otra compilación antigua, se preservan los siguientes versos sobre el mismo tema:

tamagawa nohito wo mo yogizunaku kawazukono yū kikebaoshiku ya wa aranu Al escuchar esta nochea las ranas del río Tamaque cantan sin temor al hombre,cómo no amarel instante pasajero.

II

Los japoneses han estado componiendo poemas de ranas durante más de mil cien años; y es posible que los versos incluidos en el Manyōshū fueran incluso anteriores al siglo XVIII. Desde la antigüedad hasta hoy, nunca ha dejado de ser un tema favorito entre poetas de toda clase. Merece destacarse que el primer poema escrito en la métrica del hokku, por el famoso Bashō, fue sobre una rana3. El triunfo de esta forma poética tan breve (tres versos de 5, 7 y 5 sílabas), es la creación de una imagen sensorial completa. Bashō logró este cometido, difícil, si no imposible, de traducir:

furu ike yakawazu tobikomumizu no oto En el antiguo estanquesaltan las ranas,sonido del agua.

Bashō

En esta forma se escribieron muchos otros poemas acerca de ranas. Incluso hoy, profesionales de las letras se entretienen escribiendo poemas breves dedicados a ellas. Se distingue un joven poeta, conocido en el mundo literario japonés por el seudónimo de Roseki, que vive en Ōsaka y tiene en el estanque de su jardín cientos de ranas cantantes. Cada tanto invita a sus colegas poetas a una fiesta, con la condición de que compongan durante el festejo un poema sobre los habitantes del estanque. La colección obtenida fue impresa de manera privada en la primavera de 1897, con imágenes graciosas de ranas ilustrando la cubierta y los poemas.

Desafortunadamente, no es posible ofrecer a través de la traducción una idea justa de la importancia de la rana en la literatura. La mayoría de los poemas deben su valor literario a alusiones locales incomprensibles fuera de Japón, juegos de palabras, el uso de doble o incluso triple sentido. De cada cien poemas, apenas dos o tres admiten traducción, por lo que solo puedo arriesgar unas pocas observaciones generales.

No es de extrañar que una cantidad considerable de estos curiosos poemas sean amorosos, si uno tiene en cuenta que el horario en que se reunían los amantes coincidía con el apogeo del coro de las ranas. Al menos en Japón, esos sonidos recordaban un encuentro secreto en algún lugar solitario. La rana a la que se suele hacer referencia en dichos poemas no es la kajika. La rana es introducida en la poesía amorosa en formas ingeniosas de todo tipo. Puedo dar dos ejemplos de textos modernos. El primero contiene una alusión al famoso proverbio I no naka no kawazu daikai wo shirazu: La rana del pozo no conoce el gran mar. Se compara a una persona que no sabe cómo se maneja el mundo con una rana en un pozo. Podemos suponer que el autor de las siguientes líneas es una jovencita del campo, respondiendo con altura a un comentario irrespetuoso:

Ríase de mí si le place, llámeme su rana en el estanque: flores caen en mi estanque, y su agua sirve de espejo a la luna.

El segundo poema parece ser la expresión de una mujer con buenos motivos para sentir celos:

Creíste aburrido, como agua estancada, el ánimo de tu amante; pero el estanque habla, podrás oír el canto de la rana.

Además de los poemas amorosos, hay cientos de versos acerca de las ranas comunes de los estanques y arrozales. Algunos se refieren en especial al volumen del sonido que hacen.

Oigo a las ranas en los arrozales, parece como si el agua cantara.

Al inundar los arrozales en primavera, fluye con el agua la canción de las ranas.

De arrozal en arrozal llaman, desafío y respuesta no cesan.

Con la profundidad de la noche, más fuerte el coro de ranas en el estanque.

Tantas son las voces de las ranas que me pregunto si el estanque no es más grande por la noche.

Ni los botes a remo pueden avanzar, tan denso es el clamor de las ranas de Horie.

La exageración de este último poema es intencional y efectiva en el original. En algunas partes del mundo —en los pantanos de Florida y del sur de Louisiana, por ejemplo—, el clamor de las ranas en ciertas estaciones se parece al rugido furioso del mar. Quien lo haya escuchado puede apreciar la sensación de obstáculo que hay en ese sonido.

Algunos poemas comparan o asocian el sonido de las ranas con el de la lluvia:

Más débil que la lluvia, la canción de las primeras ranas.

Lo que confundí con la lluvia no es más que el canto de las ranas.

Soñaré ahora, arrullado por las gotas de lluvia y la canción de las ranas.

Otros cumplen la función de pequeñas pinturas, bocetos en miniatura. Este hokku, por ejemplo:

Sendero entre arrozales: las ranas escapan saltando a un lado y a otro.

O este otro, que tiene cien años:

En los tranquilos pantanos donde se ven las flores de yamabuki, allí se oye la voz del kawazu.

O bien esta bella ocurrencia:

Canta la rana, su voz perfumada; porque en el arroyo brillante caen pétalos de cerezo.

Los dos últimos poemas se refieren, desde luego, a la verdadera rana cantante.

Muchos poemas breves están dirigidos directamente a la rana, ya sea kaeru o kajika. Hay poemas melancólicos, afectuosos, humorísticos, religiosos e incluso filosóficos. A veces se asocia a la rana con un espíritu que descansa en una hoja de loto; a veces a un monje que repite sutras para las flores que mueren; a veces al blasfemo que siempre amenaza con hablar en contra de los dioses, pero teme terminar su frase. La mayoría de los ejemplos que siguen han sido tomados de un libro reciente de poemas publicado por Roseki. Debe recordarse que cada una de mis frases en prosa representa un poema completo:

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