Miguel Ángel Barbero Barrios - No dejes para mañana lo que puedas agradecer hoy
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Si me permites una pequeña extrapolación que creo ad-hoc para este momento, te diré que siempre el capitalismo supo muy bien que en el materialismo del comunismo estaba gran parte de su propia continuidad, porque el problema no está en el modo de organización material social, sino en algo mucho más simple: el egoísmo, la insatisfacción personal. Insatisfacción que lleva bien a explotar al trabajador o bien a no estar nunca de acuerdo con las condiciones del patrón. Dicotomía capitalista-comunista que hoy día seguimos arrastrando y que ha hecho verdaderos estragos en nuestro mundo dividido. Divide y vencerás. Los autónomos —valga el ejemplo— saben bien de qué hablo, porque son patrón y trabajador a la vez. Por eso saben muy bien que el dicho romano no tiene ni pizca de desperdicio. Cualquier organismo biológico o social que reaccione contra sí mismo sucumbe. ¿A quién interesa entonces esta división? ¿Por qué se sigue hablando de izquierda y derecha como en el siglo XIX? ¿Por qué los partidos, por mucho twitter que “gasten” siguen imitando sus postulados básicos y enconados? ¿A quién le interesa que este debate siga aflorando pasiones ciegas que hacen inestable y en continua tensión cualquier gobierno? Afortunadamente, y simplificando mucho al tener que etiquetar bajo estos dos grandes términos, siempre ha habido liberales-capitalistas y comunistas se han dado cuenta de que el problema no es el sistema, sino el egoísmo, que tiene la cualidad de fastidiar cualquier sistema que inventemos. Esas personas, aún desde perspectivas y lecturas de la realidad distintas suelen llevarse bien y comparten lo básico: tener corazón. Son, en el fondo y a pesar de sus líderes, normalmente extremistas que llaman a la disputa —reitero, ¿interesada?—, las que han levantado lo que otros hundían, las que han llegado a acuerdos por el bien común en la empresa privada y en los espacios públicos. Menos mal. Ojalá no se radicalicen sus compañeros y caigan en la trampa materialista de la insatisfacción y queja permanente que no mueve corazones, sino que provoca guerras. Vamos ya a la acción conjunta. Valoremos al liberal y a sus aportaciones al bien común. Valoremos al comunista y a sus aportaciones al bien común. Ambos pueden trabajar juntos. Deben trabajar juntos. Y cambiemos estos términos decimonónicos por fin. Ya no nos sirven. ¿Acaso no han bastado dos guerras mundiales —que por cierto, a juzgar por las secuelas que seguimos arrastrando no han terminado— para desterrarlos? Lo digo no solo como deseo, sino como llamamiento a imitar el botón de muestra que suponen las experiencias al respecto que han logrado superar esa dicotomía. Sí, hay ejemplos —véase lo que propone el distributismo—. Véase la transición española, con todos sus defectos, pero con exponentes clarísimos en personas como José María Martín Patino y la Fundación Encuentro, por citar solo a uno de esos constructores de puentes que han existido en la historia española reciente; puentes cuya construcción fue muy cara. No los destruyamos, y valoremos lo bueno de nuestros antecesores, especialmente de aquellos que construyeron paz. Como digo, cuando esto se logra y hay buena voluntad todo sale adelante. Por el contrario, cuando se ponen las ideologías por delante viene el caos, la guerra, la insatisfacción permanente y, aceptémoslo: de este modo nunca nos pondremos de acuerdo, porque ninguna ideología política verá jamás satisfechos sus deseos y reivindicaciones al cien por cien.
Tras la digresión política —Dios me perdone— retomo el caso de los jóvenes que más he tocado de cerca. También los hay que, queriendo seguir la moda, se gastan un pastón . Por mencionar alguna versión más extrema, hay vestimentas carísimas emo —no me detendré, pero valga decir que los emo pertenecen a una tribu urbana que llevaría la insatisfacción en lo más profundo de su marco estatutario, si las tribus tuvieran de eso—. Mantener esta insatisfacción permanente trae a sus padres de cabeza. Esos padres que, por ignorancia o por una mal entendida buena voluntad, no quisieron que le faltara de nada a sus hijos; padres que queriendo huir de las represivas formas en que fueron educados han dado en el mayor despropósito educativo de los últimos tiempos al no haber aprendido a decir “no” a sus hijos, o decirlo, en todo caso, a destiempo, lo cual trae todavía más daños colaterales. Menos mal que la crisis de la década de los 2010 puede haber servido —disculpa la vehemencia— para quitar muchas de estas tonterías a más de uno.
Así pues, observamos cómo en muy distintos grados y niveles, y dentro de contextos variadísimos, puede tener lugar esta insatisfacción permanente; igualmente, vemos cómo en todos los casos cuenta con un denominador común: la ingratitud. Detectado al enemigo procedamos a su fulminación. El mejor antídoto: el agradecimiento. ¿Ahora entiendes por qué este libro habla de lo que habla? Sigamos pues transitándolo.
3. De bien nacidos…
Vive con gratitud y la vida te lo agradecerá
El Evangelio esconde muchas verdades. Que con la misma vara que midas te medirán es una más. Inspirado en esa fuente, San Juan de la Cruz decia que a la tarde te examinarán en el amor . Es otra forma de decir que solo merece la pena vivir si es para hacer el bien. Quizá no siempre de la forma ni en el momento en el que esperas, pero siempre la vida vivida desde el agradecimiento da fruto. Vivir así, es vivir para el bien. Dando la vuelta a este planteamiento, piensa en todo el mal que evitas tan solo por el mero hecho de agradecer. Solo por eso, ya merece la pena vivir agradeciendo, comenzar el camino de ascenso —o descenso, que también se puede entender así— al agradecimiento.
La cantidad de cosas que deberíamos agradecer cada día es ingente. Caer en la cuenta de ello es un paso primordial en el ejercicio de vivir orientados hacia el bien; es más, si no lo haces —déjame que sea explícito— entras irremisiblemente en barrena. Probablemente encuentres normal levantarte cada día y mirarte al espejo; las personas invidentes no lo consideran normal y hacerlo sería tanto como vivir una experiencia única e irrepetible que no olvidarían nunca. Del mismo modo, y a pesar de que esas mismas personas invidentes no puedan mirarse al espejo, sí pueden agradecer que tienen la facultad de caminar, de oler, de experimentar a través del tacto lo que pasa desapercibido a muchas otras personas. Sean cuales sean tus limitaciones tienes que agradecer mucho más de lo que lamentar. Si piensas que no es así ya estás vislumbrando la barrena. Reacciona. Estás engañándote. No es verdad que tengas más cosas de las que lamentarte.
La actitud de agradecimiento genera sentimientos de agradecimiento. Se retroalimenta. Y viceversa. Quien estima que sus elementos dignos de lamento superan a las cosas que debe agradecer, termina, precisamente lamentando cada vez más. Sin embargo, quien por poco que tenga de bueno, lo agradece, termina creciendo en gratitud y la vida deja a su vez de “lamentarse” de él o ella.
Ya te dije al principio que este no iba a ser un libro de psicología académica. Sin embargo, permíteme que apunte en este momento un hecho académico: todas las teorías psicológicas que poseen estudios relevantes y con mayor influencia en las investigaciones actuales de tal disciplina apuntan directamente a las repercusiones que tienen los sentimientos positivos del agradecimiento sobre las conexiones neuronales y sobre la conducta; y esto, ya sea desde las corrientes neoconductistas o desde las neocognitivistas, por citar dos de los cauces teóricos con mayor repercusión en la literatura científica desde el último tercio del siglo XX.
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