¿Qué estaba buscando? ¿Qué quería encontrar en aquel cementerio de fósiles?
Remover el pasado y resucitar los fantasmas escondidos en La Masía durante su época gloriosa no era tarea fácil y suponía enfrentarse a su abuela y hurgar en la herida de su vida.
Se encontraba allí, dubitativa, dando rienda suelta a sus ideas, cuando de repente sonó de forma insistente el teléfono. Bajó las escaleras lo más pronto posible y al descolgar el teléfono, escuchó una voz grave que arguyó: «Señora María, el Coronel ya está de acuerdo, solo falta que usted se decida. El precio es el convenido y ha de tener en cuenta que la casa es vieja y no está reformada».
—Yo soy su nieta, en este momento no se encuentra en casa.
—Perdón, si puede le da el recado.
—¿Quiere decir que mi abuela va a vender La Masía?
—Así es, y puede estar contenta ya que el Coronel le va a pagar al contado. Bueno, dígale que he llamado y que se decida pronto. Me llamo Juan, de la inmobiliaria Forteza.
—Descuide, ya se lo comunico —dijo Teresa, apenas sin poder articular las palabras.
Al colgar el teléfono, se sentó en la butaca de su abuela y con la cara desencajada intentó encontrar sentido a la información que había recibido. No podía entender nada y entonces recordó el día en que su abuela salió de forma precipitada de La Masía para acudir a una cita en el paseo del Borne, allí empezó todo, o quizás antes.
¿Por qué su abuela quería vender aquella casa tan querida y con tantos recuerdos?
¿Tenía problemas económicos y se veía obligada a ello?
¿Los recuerdos la abrumaban y quería desprenderse de la huella de su pasado?
¿Cuál era el verdadero motivo?
Teresa se encontraba confusa y decepcionada, sus ilusiones se disipaban como pompas de jabón. Si la compra se efectuaba pronto, quizás tuviese que regresar a Palma antes de lo previsto. Aquel verano se presentaba lleno de incógnitas que tenía que resolver a medida que se sucedían los acontecimientos. El tiempo jugaba en su contra, como si de un maleficio se tratase para obstaculizar sus propósitos y no poder conseguir desliar la madeja para llegar al principio. Necesitaba saber más de su familia y La Masía era la clave, la madeja para poder tirar del hilo y hallar respuestas a todas sus preguntas.
Sumida en sus pensamientos, de pronto escuchó una voz tarareando una canción, era la voz de Ramón que canturreaba una melodía de la verbena. Se emocionó y se levantó súbitamente para acercarse al espejo de la puerta, su rostro pálido y su melena despeinada la horrorizaban, en ese momento no se encontraba con ánimo para hablar con él, se sentía engañada, traicionada por su abuela, por el Coronel y por su nieto. A pesar de su insistencia, la puerta permaneció cerrada, sin embargo, Ramón, no se rindió con facilidad y lo intentó por la ventana. El golpeo de los cantos sonaba incesante y retumbaba en la casa como un eco. Teresa sabía que al final tendría que ceder. Al abrir la puerta, Ramón se coló por ella como una lagartija buscando la tan ansiada morada y, con una sonrisa maliciosa al conseguir su objetivo, resopló de satisfacción.
—¿Qué tal estás? No sé nada de ti desde el baile y estaba preocupado.
—Déjame que lo dude, ya que tu abuelo y tú estáis muy ocupados en otros menesteres.
—No sé a qué viene ese comentario, parece que hablas en clave —respondió Ramón con el torso bien erguido.
—Claro que lo sabes y muy bien, me refiero a la compra de esta casa —dijo Teresa con un tono muy enfadado.
—¡Ah! Me he enterado esta mañana y no me lo podía creer. Al parecer tu abuela vende La Masía y mi abuelo está interesado en comprarla.
—La verdad es que no sé si creerte, ya que todo el mundo me oculta información.
—¿Quieres decir que tu abuela no te había dicho nada del tema? —preguntó con cierto asombro.
—Así es. He recibido una llamada de la inmobiliaria hace media hora y ha sido muy desagradable enterarme de esta forma.
—Lo siento mucho, pero yo no tengo nada que ver en esto.
—Puede ser, pero no estoy de humor para hablar con nadie.
—Muy bien, pues me voy, pero me tienes que prometer que mañana acudirás a la entrada del bosque, te tengo que enseñar algo importante. Por favor, acude a la caída del sol y descubrirás algo inédito y sorprendente. Te espero y no me falles, querida Teresa.
Al despedirse lanzó un beso al aire y luego susurró la canción de la verbena.
Teresa no sabía qué pensar de Ramón. Siempre aparecía en los momentos más inesperados y su presencia en parte la reconfortaba.
¡El amor era un misterio!
¿Qué le pasaba cuando escuchaba su voz?
Sin embargo, al mismo tiempo la alteraba y prefería no verlo para no hacerse ilusiones y que nada la pudiese distraer de su objetivo. Ahora, abuelo y nieto, serían dueños de una morada que había pertenecido a su familia y esto no le gustaba, por lo tanto prefería distanciarse de Ramón y que cada uno siguiese su camino.
Al día siguiente, el aire cálido del atardecer le pedía salir a la calle y refugiarse en la frondosa vegetación de aquel idílico paraje. El viento susurraba la canción de la verbena en la cabeza de Teresa, sin embargo, ella no deseaba acudir al encuentro y decidió quedar con Juana en el pueblo para tomar un refresco. Se encontraba algo intranquila y no podía olvidar aquella llamada de teléfono, absorta en sus pensamientos escuchó la voz dulce de Ramón.
—Teníamos una cita a la caída del sol —dijo con cierto tono molesto.
—No he podido acudir —respondió con resolución.
—¿No has podido o no has querido? Era algo importante para tu investigación.
—¿Qué investigación? —preguntó con extrañeza.
—La que tienes en mente sobre tu familia.
—Yo no te he dicho nada —espetó Teresa con un tono de sorpresa.
—Lo he deducido de tus comentarios, te he estado observando.
Juana no entendía nada y se encontraba en medio de aquel diálogo que más bien parecía una pelea de enamorados.
Se levantaron y en la calle siguieron discutiendo, sin percatarse de Juana, que intentaba comunicar a Teresa que se tiene que ir.
—Lo siento Juana, pero no te he presentado a Ramón, nieto del Coronel Solivellas que conoce a mi abuela.
—Encantada.
—Creo que tiene prisa —con ironía comentó Teresa.
—Pues no, ya que he perdido la tarde por una persona que no tiene palabra, ahora tendrá que resarcirme de algún modo. Pienso que ha sido una pena perderse algo tan interesante por un simple enfado infantil.
—Bueno, yo me tengo que ir —arguyó Juana—. Hasta pronto y tanto gusto.
—Eres odioso y un maleducado —dijo enfadada y malhumorada.
—¿Me vas a decir por qué me has dado plantón?
—No me apetecía verte y punto.
—No me convence tu respuesta.
—No te puedo dar otra. Lo siento, pero tengo prisa.
—Muy bien, pero al final tendrás que recurrir a mí.
—Muy seguro estás de lo que dices —dijo con desconfianza.
—Estoy seguro —respondió Ramón con resolución.
Teresa no quería continuar la conversación e hizo ademán de irse, cuando de repente Ramón la estrechó entre sus brazos y le susurró la canción de la verbena. Ella permaneció un rato inmóvil sin aducir palabra hasta que el sonido de las campanas de la iglesia retumbó en sus oídos para hacerla volver a la realidad y despertar de aquel instante dulce y fugaz, una quimera que no se podía permitir.
Al alejarse de Ramón, sus facciones seguían vivas en su recuerdo, congelado en aquel breve momento de felicidad y sus pasos lentos traicionaban su razón. Cada encuentro con Ramón era una gran lucha interior y el destino inevitablemente la avocaba al reencuentro.
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