Se percató de sus pensamientos y se ruborizó, no podía ilusionarse de un modo tan infantil, lo más probable es que estuviese comprometido y un amor de verano fugaz solo podía crear problemas.
Cuando pensaba en él se estremecía como una colegiala y el corazón le latía con tanta fuerza que no podía apenas respirar. ¿Qué le estaba pasando? Se encontraba como poseída por una fuerza muy poderosa que le quitaba el sueño por las noches y le robaba los pensamientos por el día, para visualizar a toda hora la cara de aquel muchacho intrépido y desvergonzado que le plantaba cara y la retaba de una forma tan decidida y firme.
Se le ocurrió que podía ser buena idea llevar un vestido rojo muy ceñido a la cintura para resaltar su esbelta figura, sin embargo, lo descartó por si era demasiado atrevido para la ocasión y se decantó por una blusa azul cielo y una falda de tubo color crema que también le marcaba el talle sin ser tan llamativo.
Le podía pedir opinión a su amiga Juana para afianzar su decisión, aunque pensó que no tenía tanta importancia el atuendo, más bien su actitud para divertirse y conocer gente interesante de la zona.
Después de mucho dudar, acabó con un vestido verde mar de raso con escote en pico y cinturilla estrecha que le daba un aire distinguido y elegante. Los zapatos de color crema de tacón alto y el collar y pendientes de esmeraldas daban el broche final a una auténtica musa de un cuento de hadas.
El cielo oscurecía y su abuela no regresaba del paseo, nerviosa se refugió en su habitación y comprobó su aspecto radiante con aquel traje de fiesta, se sentía algo rara sin sus vaqueros y su blusa ancha y apenas se reconocía, se parecía físicamente a su madre con la melena ondulada de color castaño oscuro y los ojos negros y grandes, con la boca pequeña y sensual, con la frente pequeña, con las cejas anchas y espesas, con esa blancura y dulzura que la hacía inconfundible a los ojos de los demás.
Se acercaba la hora de su marcha, Juana había quedado en pasar a recogerla a las diez de la noche, después de cenar y su preocupación se hacía más patente. ¿Dónde se encontraba su abuela? ¿Qué le ocultaba? Ella nunca llegaba tarde, le gustaba cenar pronto. De repente sonó el timbre y al otro lado de la puerta se encontró con los ojos profundos Ramón.
—Hola, he pensado si te apetecía acudir a la verbena conmigo esta noche.
—No puedo porque voy a acudir con una amiga y su hermano. Estoy esperando que pasen a por mí, pero mi abuela aún no ha regresado de su paseo y estoy preocupada.
—Acabo de ver a tu abuela hablando con mi abuelo en casa —dijo Ramón en un tono desenfadado.
—No puede ser, si me ha comentado que iba a pasear con Catalina y regresaría pronto.
—Te prometo que no estoy ciego y que los he dejado hablando de sus cosas —comentó con una sonrisa envolvente.
—No me malinterpretes, es que no entiendo qué le pasa, últimamente se comporta de forma poco habitual.
—Pienso que no deberías darle tanta importancia, tu abuela sabe muy bien lo que hace, es una persona muy fuerte e independiente —dijo con seguridad.
—Y tú, ¿cómo conoces tanto a mi abuela? —preguntó Teresa refunfuñando.
—Solo sé lo que se rumorea y lo que me cuenta mi abuelo.
—Mejor que no te dediques a husmear en la vida de los demás.
—Pero, ¿por qué te enfadas conmigo? Deberías agradecerme la información que te he dado.
—Perdona, tienes razón, estoy muy alterada. Mi abuela me oculta algo.
—Si me entero por mi abuelo, te lo contaré, a ver que están tramando estos dos.
—No es ninguna broma, mi abuela está muy rara.
—Bueno, entonces nos vemos luego en la verbena y a ver si puedes bailar conmigo un baile por lo menos.
—Está bien.
—Por cierto, estás muy guapa con ese vestido y esa trenza, la verdad es que pareces otra, la princesa de un cuento o una mujer de la alta sociedad.
—No te burles de mí, ya sabes que no me gustan las ironías.
—Lo digo en serio, estás muy atractiva.
—Tengo prisa —dijo Teresa con cierto rubor.
—Está bien, me voy ya. Nos vemos en el baile.
Tras la marcha de Ramón, se quedó muy inquieta y preocupada por su abuela. No lograba entender su comportamiento ni la visita furtiva al Coronel. Por primera vez pensó que debía tratarse de algo grave y muy importante que tenía a su abuela en vilo.
Al momento sonó el timbre de la puerta y al abrir se encontró a su abuela desencajada y titubeante.
—Menos mal que aún estas en casa, se me han olvidado las llaves y temía no poder entrar —dijo Dª María, con un tono de preocupación—. He estado dando vueltas por la calle y para hacer tiempo he ido a casa del Coronel.
—No te preocupes, estoy esperando a Juana que, por cierto, se está retrasando —dijo Teresa con tono de enfado—. ¿Qué está pasando? Sé que me ocultas algo y no entiendo por qué —dijo gesticulando las manos.
—No insistas y disfruta del baile. Todo se solucionará.
—No puedo estar tranquila cuando me ocultas lo que te pasa. Te conozco, abuela y sé que no me lo vas a decir y que me tendré que enterar de otro modo. Me duele que no confíes en mí, aunque supongo tendrás tus motivos.
—De verdad te digo que no es para tanto y que me encuentro bien —respondió Dª María con tono de resignación.
Se escuchó la bocina de un coche, y, ante su insistencia, Teresa tras la ventana pudo observar a Jaume y a su hermana Juana.
—Ya están aquí, me tengo que ir y no te preocupes, voy bien acompañada —se giró para besar a su abuela.
—¡Que te diviertas mucho!
—Lo intentaré —con ímpetu cogió la chaqueta y cerró la puerta.
La verbena
El manto de la noche tibia y serena embriagaba los sentidos. La luna llena, con su resplandor, iluminaba a su paso todo el camino, compañera fiel de la oscuridad no dejaba de irradiar como una luciérnaga para poder apreciar mejor todo el encanto del paisaje.
La carretera solitaria invitaba a correr, en un atrevido juego por el riesgo, la osadía, la adrenalina a flor de piel, sin embargo, Jaume no quiso caer en esa trampa y moderó la velocidad para sentirse seguro de sí mismo. Era responsable de dos pasajeras muy queridas y no podía arriesgarse a que ocurriese cualquier incidente desagradable.
Teresa intentaba sentir en su piel el aire tibio que la envolvía y la inhibía de todos los pensamientos negativos que le rondaban por su cabeza. Quería vivir el momento y soñar con aquel verano maravilloso que podía ser uno de los más importantes de su vida. Quizás conociese por primera vez el amor, la ternura, la desazón que producía su efecto, la magia de querer a alguien y la incertidumbre que genera.
Presentía que le iban a suceder cosas muy importantes que iban a marcar su vida y que su abuela y La Masía formaban parte de ellas.
El viaje a Sa Pobla transcurría tranquilo y los hermanos refirieron los recuerdos de su infancia en Inca haciendo alusión a todas las aventuras vividas, anécdotas varias, entre risas y recuerdos, Teresa se acordó de su primer verano allí, con tan solo ocho años.
Para ella, La Masía había sido un regalo para poder descubrir la naturaleza y vivir experiencias nuevas.
Al principio, aquel entorno le resultó extraño y salvaje, era muy pequeña para digerir un cambio tan brusco, sin embargo, nunca se encontró perdida.
En aquel momento, se acordó de un niño de cabello rizado y mirada viva que iba de la mano de su padre todos los domingos a la iglesia de Inca. El recuerdo vago de aquella imagen perturbó su mente. Aquel niño delgado y descarado podría ser Ramón, ya que según su abuela, los padres de Ramón pasaban los veranos allí con su hijo pequeño desde hacía mucho tiempo.
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