Carl Van Vechten - El tigre en la casa

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El amor que sentimos por «el tigre que come de la mano», como se ha llamado en Japón al más doméstico de los felinos, no es un fenómeno reciente. Venerado por los antiguos egipcios, compañía silenciosa de artistas y poetas, de magos y de brujas, adorado por igual en Oriente y Occidente,
en todas las épocas y las culturas el ser humano le rindió culto al gato e intentó dar cuenta de su belleza y misterio.
¿Qué los vuelve seres tan especiales? ¿Por qué nos fascinan tanto? Con enorme gracia y erudición, Carl Van Vechten explora aquí
la figura del gato en la literatura, la pintura, la música, el folclor, la religión y la historia. Se vale de su incomparable talento literario para extraer de cada cita, observación o anécdota tomada de las más diversas fuentes una nueva respuesta que demuestra por qué, como dijo Leonardo Da Vinci,
"hasta el más pequeño de los felinos es una obra maestra". Desde su aparición en 1920, El tigre en la casa no ha dejado de publicarse en inglés, aunque
nunca hasta hoy había sido traducido al castellano. Todo lo que puede decirse sobre los gatos está dicho en este libro de la manera más inteligente, divertida y hermosa.

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La variedad de maniobras que es capaz de hacer con la pata es aun mayor - фото 12

La variedad de maniobras que es capaz de hacer con la pata es aun mayor. Lindsay nos ha dado todo un catálogo:

No es infrecuente que el gato use una pata para tocar el hombro de su amo cuando quiere atraer su atención. Si le gusta algo que va pasando, una mascota felina sentada a la ventana de un carruaje “pone la pata en mi pecho –dice su ama– y hace un ruidito, como si me preguntara si yo lo he visto también”. Otra posaba la pata en los labios de una señora que tenía una tos alarmante, quizás por piedad, quizás en pos de la supresión física de la tos al cerrarle la puerta. Una tercera gata tocaba los labios de quienes silbaban una melodía, “como si estuviera satisfecha con el sonido”.

Los gatos se “abofetean” unos a otros o a sus crías, es decir se dan golpes con las patas y así regañan a los rebeldes o a las crías molestosas. Calientan las patas frente al fuego y las usan para protegerse la cara de las llamas o del sol. Nos contaron de un gato que daba palmaditas a la nariz de un caballo de compañía. Es bien sabido que nuestros gatos domésticos tienen la costumbre de lavarse la cara con las patas, que también usan para cepillarse y limpiarse las sienes y los ojos. La pata delantera sirve para sondear los objetos, para verificar su dureza u otras cualidades, o para medir la altura de los fluidos que un recipiente puede contener. Así, un gato, cuando quería beber agua de un jarro, usaba su pata para confirmar si estaba lo bastante lleno. O toma leche de un pote angosto metiendo la pata, curvándola para saturarla de líquido y luego lamiéndose. En un caso judicial por robo en Birmingham en marzo de 1877, “el demandante declaró que lo había despertado su gato con golpecitos en la cara al descubrir a los asaltantes hurgando en su dormitorio”.

Podría añadirse que el gato con frecuencia rasguña para llamar la atención. También enumerar las incontables maneras en que se sirve de su cabeza, ojos y hasta pelaje para mantener una conversación.

El profesor Edward L. Thorndike se ha dedicado a hacer algunos experimentos extremadamente ingeniosos y sofisticados con gatos y otros animales y ha escrito un libro sobre ellos: Animal Intelligence: Experimental Studies. Los experimentos con gatos se hicieron con “cajas puzle”. Se los dejaba sin comer un buen tiempo y luego se les encerraba en cajas, encima de las cuales se ponía comida. Había varias maneras de abrir las cajas desde adentro, más complicadas o menos; el punto era ver cuánto tiempo le tomaría a un gato salir de la caja y alcanzar la comida. De los resultados que obtuvo el profesor extrajo conclusiones enteramente vacuas. Que los gatos no hayan podido abrir las cajas del doctor no es ningún punto de partida para fundar un sistema de psicología animal. El experimento me pareció análogo a hacer subir a un hambriento y aterrorizado indio cheroqui a un Rolls Royce y pedirle, en un lenguaje extraño para él, que lo echara a andar si quería cenar esa noche.

Uno de los argumentos preferidos de los promotores del instinto infiere el hecho de que los gatos, acostumbrados a enterrar su excremento en estado salvaje, maquinalmente harán el movimiento de cavar la tierra en un piso de mármol o de madera, memoria instintiva de un acto que ya no es necesario y en consecuencia es impropio en un ser pensante. Pero hasta un niño tonto entiende que esta no es una razón. ¿Por qué todavía estrechamos la mano de otra persona para saludar? Ya no es válido el sentido que este acto tenía, que era asegurarse de que el otro no blandía un arma, pero aun así el impropio instinto sobrevive. Para el gato es un asunto de supervivencia. Bien sabe la naturaleza que las circunstancias o el deseo pueden devolverlo a la vida salvaje, y si eso ocurre, estará preparado para ocultar de sus enemigos todas las pruebas de su paradero.

Otros científicos que sostienen la inferioridad de las bestias argumentan que estas siempre hacen las mismas cosas, los mismos movimientos, que no inventan ni progresan. La abeja construye el mismo receptáculo para la miel, la araña teje redes idénticas y la golondrina arma el nido siempre de la misma forma. Se les ha denegado la libertad individual y la espontaneidad, aparentemente, y parecen obedecer a ritmos mecánicos que se transmiten a través de los siglos. ¿Pero quién puede decir que estos ritmos no son leyes morales superiores? ¿Y si las bestias no progresan porque surgieron perfectas en el mundo y no lo necesitan, mientras que el humano tantea, hurga, cambia, destruye y reconstruye sin encontrar estabilidad en la inteligencia, ni fin a su deseo, ni armonía a su forma? No está de más recordar, oh cristiano lector, que fue a dos personas a quienes Dios expulsó del Paraíso, y no a los animales. Además, es absurdo y estúpido sostener que los animales no tienen libertad de pensamiento, que no piensan, que no pueden resolver problemas concretos.

Personalmente estoy convencido de que todos estos científicos y psicólogos quieren decir más o menos lo mismo. Uno quiere decir instinto cuando dice inteligencia y el otro quiere decir inteligencia cuando dice instinto. Un sistema filosófico muy importante, por cierto, se basa en la teoría de que el instinto animal es de mayor utilidad que la inteligencia y pide a los humanos confiar en él tanto como sea posible. Es popular la idea de que las mujeres se guían enteramente por este principio.

En mi opinión, no son mayores las dudas acerca de que los animales piensan, a su manera, que las sospechas de que el humano, por regla general, no piensa absolutamente nada. Los científicos cometen el error de observar muy de cerca y de escribir lo que ellos piensan que han visto. Estas materias deberían tratarse en cambio con cierto distanciamiento místico. “Veo a autores que hablan de los gatos con una familiaridad de lo más repugnante”, escribe Andrew Lang. Los animales no piensan a la manera del humano; sus procesos mentales son muy diferentes. Hay algo de cierto en la teoría de que piensan en abstracciones, frío, calor, etcétera, pero que más tarde no piensan en ellas como abstracciones, como sí lo hacen los humanos. Sin embargo, no veo ninguna ventaja particular en recordar y discutir tales asuntos. Robert Louis Stevenson dijo una vez que los animales nunca usaban verbos: “Es la única forma en que su pensamiento difiere del nuestro”.

Hay un punto, y solo uno, que nos concierne aquí, y es la inteligencia relativa del gato, que muchos consideran mentalmente inferior al perro y al caballo. Creo que la inteligencia de los gatos ha sido enormemente subestimada. 14“No podemos comprender del todo la mente del gato a menos que nos transformemos en uno de ellos”, escribe St. George Mivart. El gato como un individuo piensa de modos muy diferentes de los de sus compañeros humanos, y por lo tanto es difícil obtener pruebas contundentes, sobre todo porque la mayoría de los académicos juzga la inteligencia de un animal por su susceptibilidad a la disciplina, es decir por su capacidad relativa de convertirse voluntariamente en nuestro esclavo. En este tipo de competencia, por supuesto que el perro y el caballo se llevan todos los honores. No creo que porque el gato se rehúse a aceptar el yugo se pueda probar que es un animal sin inteligencia, más bien lo contrario: es demasiado inteligente para andar haciendo trabajo pesado o bufonadas. Este es el consejo del viejo gato perezoso de una fábula de Florian:

El secreto para medrar

No es ser útil sino agradar.

El gato obliga a su amigo humano a aceptarlo en sus propios términos. Los actos de un perro son mucho más imitativos y por lo tanto más aplicables al razonamiento humano. Pero T. Wesley Mills, quien estudió a ambos animales, escribe: “El gato es mucho más avanzado que el perro al ejecutar movimientos coordinados de alta complejidad”. Y, nuevamente: “En cuanto a fuerza de voluntad y capacidad para mantener una existencia independiente, el gato es superior al perro”.

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