Ahora te toca ver a tu yo negativo a la cara y tomar las medidas para que deje de ser un obstáculo en tu desarrollo. Utiliza el siguiente cuadro como guía y elabora tu propio plan para identificar y confrontar a tu enemigo interno. Sé muy honesto en reconocer las actitudes, malos hábitos y emociones de tu yo negativo. Después, recuerda ser muy específico en las acciones que vas a tomar. Tienen que ser conductas muy puntuales que puedas seguir en tu día a día.
Una tarde me llamaron al consultorio para preguntarme si podía atender a alguien de urgencia. La emergencia era la muerte de un hijo. El pequeño, de diez años, se había ahogado. Por supuesto que acepté. Pocos dolores se comparan a una pérdida como esa. Tenemos palabras para hablar de la gente que pierde a un cónyuge o a los padres, hablamos de viudos o huérfanos, pero no hay una forma de referirse a quien sufre la muerte de un hijo.
Para mi sorpresa, la mujer que llegó al consultorio lucía entera. Habían pasado dos semanas del trágico accidente y ella estaba sumida en un mundo oscuro de tristeza y desesperanza. Claro, seguía cargando mucho dolor del cual quería hablar, pero también había algo luminoso en ella.
Me contó que después del incidente comenzó a preguntarse qué más había en su vida. Creo que es inevitable plantearse algo similar frente al vacío que deja la pérdida de un ser amado. Y la ausencia de su pequeño por supuesto que era enorme; pero de lo que también se dio cuenta era de que otras cosas llenaban su existencia que había dejado de ver. Tenía a sus hijas, su hogar, amor, amistades y familia que la acompañaban. Y claro, además, también tenía su dolor, al cual decidió darle un sentido positivo.
Tal vez te preguntes qué puede haber de positivo en el dolor y en especial en uno similar al que ella estaba viviendo. Bueno, déjame contarte que esta mamá decidió crear una fundación para ayudar a las familias que han perdido a un hijo. Desde hace algunos años, su organización apoya a las personas para que le den un significado distinto a la muerte. La fundación tiene diferentes programas de apoyo, como una biblioteca virtual con material sobre el duelo, talleres de meditación y yoga para promover la paz interior, así como un hermoso parque en la Ciudad de México, donde los padres pueden rendir homenaje a sus hijos en un muro conmemorativo.
Elegí contarte esta historia porque muestra uno de los grandes retos que enfrentamos cuando el mundo parece no tener salida o cuando creemos que carece de sentido. Es un gran ejemplo de cómo encontrar lo positivo en lo negativo.
Cuando estamos sumidos en el abismo emocional de la desesperanza, perdemos de vista las oportunidades y damos por sentado los recursos personales con los que contamos para salir adelante: seres queridos, trabajo, ciertas habilidades o, incluso, la oportunidad de ayudar a otros a superar el sufrimiento.
Lo que quiero proponerte en este capítulo es muy sencillo: que decidas qué actitud quieres tomar ante los momentos difíciles de la vida, aquellos que se salen por completo de tu control. De nuevo, es una invitación para que veas el vaso medio lleno que llevas en tu mano y que lo colmes de elementos positivos, como la esperanza.
Una de las razones por las que creo que estás leyendo estas páginas es porque tienes un sueño no cumplido, porque has perdido algo valioso, porque hay una meta que se te escapa o porque buscas darle un giro a tu vida. Muchas veces iniciamos nuestro camino de transformación con una gran confianza, llenos de ilusión y seguros de que alcanzaremos lo que perseguimos. Ese entusiasmo inicial es extraordinario. Pero ¿qué suele pasar después? Nada. Sí, así como lo oyes, no ocurre lo que buscamos porque nos hace falta un ingrediente fundamental: la acción.
“¿Otra vez con eso, Mónica?”. Sí, ya sé que abordamos este asunto en el capítulo anterior, pero déjame contarte de una trampa en la que muchos caemos y que a menudo acompaña esta falta de acción: vivimos ilusionados.
Cada deseo y anhelo suelen venir acompañados de expectativas que esperamos cumplir, como: “Cuando consiga ese trabajo, por fin van a reconocer mi talento” o “Con el dinero del premio haré el viaje que siempre he querido” o “Estaremos juntos el resto de nuestra vida”. Las expectativas son historias que nos contamos sobre lo que queremos que suceda y tienen que ver con una palabra muy curiosa: la ilusión.
En realidad, la ilusión es un elemento psicológico muy poderoso, pues crea la imagen en nuestra mente de cómo y dónde queremos estar. Poco a poco la vamos alimentando de sueños y energía y, por eso, es tan doloroso cuando no se cumple. Esto incluye la pérdida de un trabajo, la muerte de un ser querido o una ruptura amorosa. Y aquí, ¡cuidado!, porque la decepción es la puerta de entrada a la desesperanza.
Si nos descuidamos, este sentimiento puede convertir un hermoso sueño en una terrible pesadilla. Pero ¿qué es exactamente? Es cuando crees que todos tus esfuerzos han sido en vano. Te dices que sin importar lo que hagas, los resultados no van a llegar. Y entonces tú mismo te vendas los ojos y dejas de ver los aspectos valiosos que te rodean. Poco a poco esto te va restando fuerza vital y las ganas de seguir adelante. Llega el momento en que deja de haber luz en tu vida y vas caminando con un pesado vacío en tu interior, hasta que terminas hundido en el pantano de la zona de confort.
En mi experiencia como terapeuta ha habido gente que me ha dicho: “Mónica, ¡qué horror! Me pasa algo malo y de pronto se viene todo como avalancha”. Y así es, hay ocasiones en las que algo sale mal en el trabajo, luego en la familia, con los amigos y, cuando menos imaginamos, nos rodea un mar de problemas. Pero ¿te digo algo? Todos tenemos malas rachas. Sin embargo, cuando caes en la desesperanza, lo que no funciona luce más complicado de lo que es, los asuntos simples se ven complejos y todo parece más difícil.
Si dejas que esto avance, corres el riesgo de paralizarte y caer en un hoyo muy oscuro en el que dejas de ver soluciones. En este panorama, lo más seguro es que la desesperanza pronto te susurre al oído cosas como: “Ya nada es posible” o “Acéptalo, nada va a cambiar” o “Esto no va a mejorar” o, peor aún, “Todo está acabado”. Esa voz hace que creas que no te queda más que una salida: resignarte a vivir así.
La desesperanza es como un agujero negro que va tragándose lo positivo, incluida tu fe en todo lo bueno. Y créeme, no hay nada peor que perderla y dejar de confiar en lo que sí funciona y en las oportunidades. Si te resignas a vivir de este modo, empiezas a alimentar una actitud negativa de queja: nada es suficiente, los demás son los culpables, nadie te entiende y todo está mal. Lo peor es que cuando fomentas ese estado de ánimo solo provocas que llegue a tu puerta más de lo que no quieres. Lo que antes podía ser una racha fugaz, ahora atrae situaciones negativas que se repiten y terminan convirtiéndose en un barril sin fondo.
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