Total que llegó el día y me presenté en el salón de la conferencia para las pruebas de sonido. En mi desconocimiento y emoción había olvidado preguntarle a mi amigo para cuántas personas iba a ser la charla. Cuando vi el escenario, entendí la magnitud del reto que tenía enfrente. En mi cabeza había imaginado una audiencia de 30 o 50 personas, pero en realidad había más de cuatro mil. El evento era para una importante empresa de ventas multinivel y en ese escenario se habían presentado artistas y expertos de renombre.
Más que sorprendida, te juro que casi estaba en shock. Y, encima, ni siquiera sabía utilizar el control para cambiar las diapositivas.
Mientras me ponían los micrófonos y observaba el escenario, lo único que pensaba es “súbete y hazlo”. Todo iba a salir bien si lo hacía desde el corazón y ahí estaba la respuesta. En ese instante me di cuenta de que solo necesitaba huevos para hacerlo. No había otra forma.Podía quedarme en mi zona de confort y esperar “un mejor momento” o podía creer en mí y lanzarme al ruedo.
Me subí con todos los nervios del mundo. Obviamente, en los primeros cinco minutos tartamudeé y traía un desastre con la secuencia de las diapositivas. Pero decidí respirar, dejé de fijarme en las reacciones de la gente y la conferencia fue saliendo sola.
Al final, en la sección de preguntas y respuestas, uno de los asistentes comentó: “Mónica, ¿alguna vez has hecho algo mientras te estabas muriendo de miedo?”. Me dio risa y les compartí esta historia, igual que lo hago ahora contigo. Estaban sorprendidos de que nunca hubiera dado una conferencia. Les dije: “Créanme que hoy me subí aquí con todo el miedo del mundo, pero me atreví a tener huevos”. Había enfrentado mi miedo y no dejé que me invadiera. Fui yo quien lo persiguió, no él a mí.
Entre los asistentes al evento estaba el dueño de una agencia de oradores y conferencistas que mi amigo había invitado para que me escuchara. Y ese día me contrató. Han pasado seis años desde entonces y no solo empezaron a llegar más conferencias, sino también programas y talleres que a la fecha imparto en distintos países.
Gracias a esa primera experiencia comencé a vivir mi sueño, pero principalmente pude llegar a mucha gente y contribuir a cambiar la perspectiva de cómo ven la vida. Te confieso que para mí ese es el mayor logro de mi trayectoria como conferencista. Me llena de satisfacción recibir mensajes en los que las personas me comentan sus logros o me comparten los miedos que han vencido.
Ese día mi vida cambió no solo porque había dado un paso muy importante para realizar mi sueño, sino porque me di cuenta de que no basta con tener esperanza para que las cosas sucedan, es necesario tener huevos y actuar.
De esa experiencia también nacieron estas páginas. Me emociona como no tienes idea que estés leyendo ahora, porque eso significa que estás dispuesto a conocer tu potencial, a vencer las ideas y emociones cómodas que solo te estancan y a superar el miedo a transformarte.
Te propongo un reto: a lo largo del capítulo vamos a cuestionarnos por qué hay que tener más huevos que esperanza, con qué tipo de emociones queremos vivir y qué nos detiene para cumplir nuestras metas, ¿te subes o te bajas?
Antes de la mañana del evento tomé unos cursos relacionados con hablar en público, leí libros muy específicos, estudié incluso sobre el manejo de la voz y otros temas relacionados, todo con la esperanza de llegar a ser conferencista.
Y no quiero que me malentiendas, obviamente la formación es fundamental. Pero lo más importante es que te atrevas a subir al escenario de tu vida. No hay otra forma. Decidirse a actuar es muy importante, porque de otra manera vamos a estar esperando el momento correcto, uno que quizá no llegue jamás.
Nunca vas a estar suficientemente preparado y en el camino puedes encontrar cientos de pretextos para postergar la acción: “Voy a tomar un curso más” o “Es que ahora voy a aprender la técnica de fulano” o “Cuando sepa manejar tal programa, estaré listo”. Es como prepararse para no hacer nada.
Recuerdo a gente que me ha contado en el consultorio que quiere abrir un negocio. Ya fueron por el tóner, la impresora, los archiveros y hasta pintaron la oficina, pero ni siquiera tienen clara su idea o cómo empezar. Y cuando ya no hay nada más que comprar, encuentran una nueva excusa. Creo que lo más importante es hacer las cosas con lo que tenemos. Ahí está la respuesta, el siguiente paso. Pero te tienes que atrever, es decir, tener huevos.
Estamos acostumbrados a ver lo que no tenemos, a funcionar desde la carencia. Constantemente nos recordamos que no podemos, que es complicado ir tras nuestras metas y que las cosas saldrán mal. Aprendemos a ponernos solos el pie y terminamos siendo nuestros peores enemigos porque dejamos que el miedo nos persiga. Pero gracias a mi experiencia profesional he visto que solemos vivir con el vaso medio vacío. Sin darnos cuenta, permitimos que los obstáculos vacíen la mitad positiva, que es donde habitan las oportunidades. Pero déjame decirte algo: si lo decides, puedes llenarlo.
Todos tenemos la oportunidad de cambiar y de alcanzar nuevos retos.Y quizá pienses: “Claro, Mónica, es más fácil decirlo que hacerlo”. ¿Te digo algo? Es cierto. Pero también es verdad que si te lo propones, pronto encontrarás más maneras de llenar tu vaso que de vaciarlo.
Empecemos por reconocer en dónde estás parado. ¿Eres de las personas que viven esperanzadas en que un día se va a cumplir su sueño, pero no mueves un dedo para que suceda? ¿Ves la puerta de la oportunidad y te quedas aguardando a que se abra sola, en lugar de ir a abrirla y entrar? Tal vez te incomode lo que voy a decirte, pero debo hacerlo: lo que esperas es un milagro. Como todo en la vida, hay momentos increíbles de suerte y situaciones mágicas, sin embargo, las oportunidades hay que buscarlas.
Con esto no me refiero a que mañana organices un viaje al Himalaya para escalar el Everest o que a partir de hoy te dediques a buscar la solución que acabe con el hambre en el mundo. Esto definitivamente requiere huevos extragrandes, pero el cambio que buscas seguramente no es así de descomunal. Estoy segura de que la pareja que anhelas o el trabajo que añoras más bien se encuentran en las pequeñas acciones, en los pasos cotidianos que tomas para conseguir lo que quieres. Pero vayamos más despacio. Comencemos por entender qué significa tener esperanza.
La esperanza es un sentimiento positivo y además es precioso porque nos impulsa. Es como una lámpara que ilumina nuestra actitud y nos obsequia una sensación de confianza, pues nos dice que es posible lograr lo que queremos. Eso está muy bien, pero ten en cuenta que este sentimiento solo te acompaña, no resuelve las situaciones. A la pobre esperanza le imponemos la responsabilidad de que cumpla nuestras metas, cuando su tarea es animarnos, no salir diario a la calle a trabajar para realizar nuestros deseos. A nosotros nos corresponde atrevernos a entrar en acción. Es nuestra responsabilidad.
A menudo perdemos de vista que el camino a nuestros sueños se construye en la vida diaria. Ahí está la pequeña trampa. No necesitas grandes proezas ni actos increíbles. Cuando te hablo de echarle huevos a la vida me refiero a esos aspectos sutiles, pero decisivos, que implican:
1.Conocernos, aceptarnos, querernos y defender con asertividad lo que nos importa.
2.Saber que no podemos controlar todo lo que sucede, pero sí podemos elegir nuestras actitudes frente a ello.
3.Aprender a vivir conectados con nuestra parte más auténtica.
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