David Martín Portillo - El orden de la existencia

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El orden de la existencia: краткое содержание, описание и аннотация

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David Martín Portillo imagina un futuro donde el odio hacia el hombre y su esterilidad por las anteriores guerras hace que algunas mujeres busquen la extinción de éste. Su llegada a la cúpula de los distintos estamentos gubernamentales, unida a un sentimiento de misandria , causarán la búsqueda de un control total sobre la población, aunque tengan que depender, en cierta medida, de la inseminación artificial para intentar equilibrar la balanza. Una novela de ciencia-ficción que tiene todos los componentes para atraer al lector, llena de acción y con viajes por toda la geografía planetaria, tramas familiares, amistades y estudios científicos.

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—¿Lo tenía preparado y no nos avisa? Señora, no nos iremos sin usted. ¡Lucharemos todas juntas! —exclamó una de las compañeras.

—Somos pocas las que luchamos por El Cambio, si nos comparamos con el arsenal de Médula y Luz de Diamante. No sacrificaré a todo el grupo. Vivid y luchad. No lo diré más. ¡Váyanse!

—¡Buena suerte! —se escuchó entre murmullos.

Se perdieron en la nieve de la montaña, pero ellas sabían volver, ya que esta misión se preparó con tiempo para enseñar a las integrantes a orientarse sin métodos eléctricos ni magnéticos. Ya solo tocaba esperar a la mañana para desconectar el aparato y destruirlo, pues no se podía transportar, dado que para construirlo se había ascendido varias veces para montarlo por piezas y, como no había guardas en toda la montaña, subían burlando las balizas, así que la mejor opción era deshacerse del aparato; de esa manera, no podrían utilizarlos ni investigar sobre él ni sobre este clan: una pérdida y un sacrificio para un beneficio.

Llegó la hora para los grupos de ataque de Médula. La Zafiro salió del refugio. El equipo Óscar buscaba el PEMM para desconectarlo e investigarlo, mientras el equipo Eco buscaba los señalizadores para su comprobación y evaluación. Ambos ascendían lentamente por caminos diferentes. Silene iba acercándose al punto marcado en el mapa de polimerización de carbono que llevaba en la mano, y avisaba a su escuadra de la proximidad del objetivo y de la búsqueda con énfasis, ya que el aparato estaría oculto, no se sabía si bajo la nieve o por un efecto óptico.

A una distancia segura, Anturia, Azalea y Aconita veían con unas lentes como la escuadra de Silene se acercaba a la máquina y la descubría. Minutos después, una de las soldados averiguaba cómo desconectarla. En ese momento funcionaba todo.

Mientras las tres esperaban a que la escuadra Óscar se reuniera muy cerca del aparato que generaba el pulso, el equipo Eco trabajaba en la comprobación de los testigos electrónicos.

—¡Hazlo! —ordenó Anturia.

Azalea no podía evitar las dudas.

—¡Hazlo! —Volvió a oírse la voz, esta vez algo más fuerte.

Al apretar Azalea el botón de su emisor, Silene y tres de las suyas volaron por los aires junto con la máquina PEMM. Otra de ellas, mal herida por la explosión, intentaba correr, hundiéndose en la nieve, para alejarse del lugar; sin embargo, al escucharse el eco de un arma de fuego en la montaña, cayó abatida, empapando de sangre la nieve de su alrededor. La ultima de este grupo de seis intentaba descubrir de dónde procedía el disparo, siguiendo unas huellas. Pasado un tiempo, Anturia, Azalea y Aconita la vieron venir, pero no hicieron nada, tan solo observarla hasta que cayó en un cepo que le atrapó la pierna. No podía dejar de gritar cuando de nuevo otro disparo de Anturia en la cabeza acabó con ella, quedando así eliminada la escuadra Óscar.

Azalea y Aconita le reprocharon a Anturia que le pudiera el odio, y que debería haber interrogado a la atrapada.

—Siempre somos nosotras las que tememos a las tropas de El Grito. Ahora es nuestro turno, que escuchen sus propios alaridos. El sistema de posicionamiento global que llevan sabe dónde se encuentra cada una de ellas. Además, no nos hubiera dado tiempo de llegar allí y hacerla hablar. Después de todo esto tendremos que movernos rápido, porque vendrán las que faltan.

La Zafiro Eva y todo el grupo Eco escucharon la explosión y los disparos. Era el momento de hablar por radio.

—Equipo Óscar, ¿me escucha? Cambio. Equipo Óscar, ¿me escucha? ¿Alguien que hable por radio? ¡Si reciben este mensaje y no se pueden comunicar de otro modo, manden una señal o una bengala!

La unidad Eco analizó las señalizadoras y comprobó que funcionaban correctamente antes de escuchar el estruendo. Siempre tenían visual de, al menos, dos miembros cuando trabajaban o se desplazaban, y ahora Eva les informaba por radio.

—Jazmín, ven a mi posición. Cambio —ordenó la Zafiro Eva.

—Entendido —respondió la Argentum Jazmín.

Una vez reunidas en el antiguo edificio alemán de la cumbre, la Zafiro Eva le dio las órdenes a la Argentum, quien a su vez las transmitía por radio.

—Al habla la Argentum Jazmín. Nos reuniremos todas aquí, en la localización de la Zafiro.

No estaban muy lejos entre sí y, una vez juntas, Jazmín se dirigió a todas:

—Nos desplazaremos a otro edificio, que antaño estaba en la frontera de un país llamado Austria. Doy las indicaciones aquí, porque el enemigo puede tener micrófonos direccionales, interceptarnos las comunicaciones o estar escuchando por la radio, ya que ahora funciona todo.

Después de recibir las indicaciones, salieron del refugio de la cima y empezaron el descenso, buscando al enemigo que posiblemente había causado esa explosión.

El Schneefernerhaus eran unas instalaciones antiguas ubicadas en lo que antes eran los Alpes. Ahora estaban abandonadas, como todos los edificios de la montaña. Estaban situadas justamente debajo de la cima, a una altitud de 2656 m. Allí se refugiaron Anturia, Azalea y Aconita, pero el equipo Eco bajaba en esa misma dirección. Mientras las tres investigaban la base, escucharon un ruido que les hizo sacar las armas de mano. Por uno de los pasillos más largos desde el otro extremo pasaba una figura de aspecto humano a contraluz.

—¿Has visto lo mismo que yo? Voy a investigar —le dijo Azalea a Anturia.

—Cuidado. Nosotras estaremos tras de ti y a cubierto.

—Voy a utilizar mi sensor de calor.

No había pasado ni un segundo, cuando Aconita volvió a hablar.

—Azalea, se ha metido en una habitación sin salida.

Cuando la mujer de la capucha se acercó a la puerta donde creían que se encontraba esa figura, la abrió rápidamente unos centímetros para introducir por ese hueco una granada de humo. Luego, la volvió a cerrar y se separó unos metros. Sabía que fuera lo que fuese saldría de la habitación. Unos segundos después se abrió la hoja y empezó a salir humo. Entre la confusión alguien salió corriendo y se puso a disparar sin ver nada. El equipo de Anturia también. Cuando se acabaron los disparos y se disolvió el humo, dejando ver la forma de una mujer tumbada en el suelo, inmóvil, vieron que se trataba de la compañera que no pudo contactar con el grupo.

—¡Por el deísmo! ¡Hemos matado a Lantana! —exclamó desde atrás Anturia.

—¡Espera! —interrumpió Azalea con voz ronca, mientras comprobaba sus constantes vitales—. ¡Está viva! ¡Lleva chaleco!

Mientras Lantana se despertaba dolorida y un tanto perturbada, intentaba golpear a sus compañeras que estaban a su alrededor, entre ellas, la mujer del pasamontañas, que la sujetaba diciéndole:

—Tranquilízate. Somos nosotras, el grupo de las Frías, de la República El Cambio.

Cuando por fin consiguió relajarse, Lantana se incorporó y se acercó a las tres para darles un fuerte abrazo.

Todas notaron algo en la voz de Azalea que no era común. Anturia sabía por qué, pero el mal trago de esa situación no dio lugar a preguntas innecesarias.

—Pongámonos en marcha. Luego lo celebraremos —ordenó Anturia.

Las cuatro se disponían a salir de El Schneefernerhaus cuando, bajando la ladera y dejando atrás las salidas principales de la Casa de Nieve, se encontraron a gran parte del equipo Eco, que ya había descendido.

Ambos equipos se sorprendieron y tomaron sus armas, apuntándose entre sí y cambiando de objetivo, preguntándose cuál de ellos daría el primer paso o sería la peor amenaza.

—¿Dónde está el equipo Óscar? —preguntó la Zafiro Eva a voces.

Un instante después el autocontrol de cada una empezaba a perderse.

—Deberías contestarle algo ya —le susurró Aconita a Anturia.

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