Esta Zafiro sabía que los aparatos electrónicos dejarían de funcionar dentro del campo, así que preparó su equipo para el interior. Cuando llegaron cerca del nacimiento de la montaña, la Amphibius se paró y bajaron las trece. Retrocedieron un poco y notaron que en unas casas que había a pie de la montaña sus aparatos volvían a funcionar. Decidieron entrar en una de ellas. Eva llamó a la puerta y una mujer de unos treinta años le abrió. Acto seguido, Eva ideó una artimaña y le explicó que había una criatura que, aunque probablemente no bajaría de la montaña, era mejor encargarse de ella para que todas pudieran dormir más tranquilas. Entonces, le preguntó si sería posible que durante un corto período de tiempo pudieran utilizar la casa como cuartel para organizar la búsqueda de dicha criatura.
Adelfa vivía en esa casa con su hija Gerbera de diez años. Por haber sido madre civil voluntaria, contaba con algunos privilegios y tenía el abastecimiento cubierto para ambas hasta que su hija cumpliera veintidós. En ese momento, la hija debería haber alcanzado los estudios obligatorios o el tratamiento militar que en su nacimiento aconsejaban a la madre para que fuera productiva al gobierno de Médula. Así, la madre seguiría solo con su paga y a la hija, en caso de no querer trabajar para el sistema, no se le darían ni ayuda sanitaria ni privilegios. Se convertiría en una de las llamadas «vacías», que podían vivir fuera de Berlín, con las mismas normas y controles que los demás, pero sin ninguna ayuda, tan solo la de los familiares o amigas; de esta manera, únicamente podría subsistir un miembro como máximo por familia.
Estaban tomando algo cerca de su chimenea. Adelfa invitó a pasar a Eva y a sus doce. Eran las 11:00 a. m. y Eva sabía que la caída del sol era aproximadamente a las 5:30 p. m. Decidió preparar la casa como base para organizar la subida el día siguiente y, además, controlar otras expediciones desde allí. En ese momento, cayó en la cuenta de que tenían satélites modificados desde hacía ya tiempo, como el EDRS (Sistema de Retransmisión de Datos Europeo), que podrían dar información de la zona y de la montaña, (fotográfica, térmica, de rayos X, etc).
Daba órdenes para que las suyas se pusieran en marcha e informaba de los pasos a seguir para recibir esos datos, colocando las antenas fuera de la vivienda y los aparatos necesarios dentro del refugio. Estas viviendas no eran como las de la ciudad, hogares con conectividad.
—Señoras, nos vendrá bien pernoctar aquí para aclimatarnos antes de la subida de mañana, aunque sea leve y estéis preparadas —dijo la Zafiro.
Mientras Adelfa preparaba un caldo caliente y se lo ofrecía a las militares, su hija fijaba la mirada en la pantalla más alejada que en ese momento nadie vigilaba, y entre pequeñas nubes la montaña Zugspitze se iba acercando. La cámara hacía un zoom automático y, en ocasiones, se podían ver algunos puntos rojos que desaparecían. Las militares seguían calentándose alrededor de la chimenea, sentadas junto a la madre. Entonces, la hija se acercó, la cogió de la mano y tiró de ella. Después de un par de tirones, se levantó y fue arrastrada hacia las pantallas que había más allá en el salón.
—¡Mira, mamá! —exclamó Gerbera.
Adelfa y Gerbera vieron los puntos rojos por un momento, mientras las demás seguían sentadas, calentando sus estómagos al crepitar del fuego. El rostro de la madre palideció. Desde su silla Eva le hablaba a la madre mirando al fuego:
—Mire usted lo impresionante y bella que es nuestra montaña desde el cielo. ¿Como van las cosas por aquí? ¿Está todo tranquilo? ¿Alguna cosa sospechosa?
—Nada, excepto eso de la criatura que comenta usted. ¿Debería preocuparme?
Mañana saldremos de dudas y averiguaremos si se trata de un mito, de una leyenda, o son simplemente rumores, y le prometo que cuando bajemos, le comunicare la situación.
La madre cogió ropa de abrigo, dado que estaba nevando y hacía frío, aunque el cielo estaba casi despejado con un sol intermitente.
—Gerbera, quédate aquí. Voy por leña.
—Mamá, voy contigo —respondió la niña.
—¡No! Vigila a estas hembras. Si alguna de ellas va a salir, te abrigas y me avisas.
La hija asintió con la cabeza, pero su semblante era de estar en desacuerdo. La madre se disponía a salir; sin embargo, al abrir la puerta, la Zafiro Eva le preguntó:
—¿A dónde va señora?
—Voy a traer un poco más de leña. No creo que aguante toda la noche, aunque esta dormiremos más calientes, porque somos más.
—¿Quiere que la acompañe y la ayudo?
—No, gracias. Tengo el cobertizo atrás, pegado a la casa. Tardaré poco.
—De acuerdo entonces.
La madre salió de la casa de piedra y madera, entró en el sotechado, miró alrededor mientras colocaba un gran espejo en dirección a la montaña. A continuación sacó de entre sus ropas unos prismáticos con puntero láser y apuntó desde varios kilómetros a la mujer que estaba de guardia al lado del aparato PEMM para avisarla. Tanto la mujer como el artefacto estaban camuflados; sin embargo, Adelfa tenía las coordenadas para lanzar el mensaje. Ese artefacto funcionaba con un grupo electrógeno aislado de esos campos, invención de las siempre bien recibidas Sombreros Blancos, especialistas en programación y electrónica.
Al cabo de un rato, la hija salió de la casa, porque vio levantarse a Eva con la intención de salir.
—¡Mamá! —advirtió Gerbera.
La madre, que estaba soltando el espejo y guardando el puntero láser, se alertó. Esta Zafiro sospechó que la mujer escondía algo; de hecho, se extrañó al ver aquel gran espejo fuera de la casa.
—Señora, ¿y ese espejo?
—Son varios los motivos para que esté ahí, aparte de mis excentricidades: iluminar más el cobertizo de día y de noche, y deshacer un poco la nieve cuando esta se acumule mucho en la puerta.
A la jefa del pelotón esto le olió mal, así que decidió seguir preguntando por el aparato que se había guardado, a sabiendas de que se arriesgaba a sacar menos datos, siendo tan directa o por la fuerza que mostrándose educada y amable. No había mucho tiempo. Tenía asuntos más importantes que atender que castigar a una madre por un comportamiento sospechoso y un objeto militar.
—Perdone que sea tan indiscreta, pero la he visto guardar un aparato bastante sofisticado que las civiles de esta zona no suelen tener en casa.
Adelfa empezó a ponerse nerviosa; sin embargo, Eva no se percató de ello.
—Habla de mis binoculares. Sí, los tengo desde que mi prima, la Mercurio Alisum, dejó la milicia. Me gusta mirar la cima con ellos.
—Su prima debería haber entregado ese material militar en su ida, pero no me voy a meter en eso. La dejo con su quehacer.
Eva entró en la casa y puso a las demás a trabajar, preparándolo todo para la expedición del día siguiente. A una de ellas le encargó que mirara constantemente las pantallas, por si veía algo que notificar. Luego, llamó a las dos Argentum del equipo y las reunió aparte, donde no se oyera la conversación que iban a tener. Les informó de que algo no va bien y les ordenó que estuvieran con los ojos y oídos bien atentos.
—Investiguen si Adelfa Aigner ha tenido alguna prima llamada Alisum, que haya sido militar, y si esta entregó todo su material al dejar el ejército.
—Sí, señora. Se han activado las máquinas de la montaña durante un minuto y medio, y ha habido una comunicación codificada de cincuenta y cinco segundos —comunicó la Argentum Silene.
—Ahora mismo solo podemos observar y recopilar datos para mañana. Antes de salir concretaremos las novedades que tengamos para ser más eficaces en nuestra labor. Avisa a las hembras, sin que escuchen nada madre y la hija, de que nos enfrentamos a una posible situación de combate.
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