—Por eso los iluminados de espíritu son como estrellas —pensó—, están allí, en medio de la oscuridad, para recordarnos que de luz estamos hechos y como luces podemos atravesar el manto de la oscuridad creada por la ceguera ignorante de un mundo dirigido desgraciadamente por ciegos.
Se echó de bruces sobre la cama con los ojos clavados en el techo. Recordando que fue Udraka quien lo encontró en la orilla del lago mientras caminaba entre las piedras con los pies descalzos y su bastón blanco, ejercitando su mente y desafiando el dolor físico. Ajainín solo pensaba: imaginaba la escena tal como se la había pintado el viejo, ya que él era muy pequeño para tener memoria. Estaba en la orilla, en una pequeña cesta de mimbre hablando la lengua de los bebés y gozando del vaivén de las olas, que hacían chocar su pequeñito bote con las piedras de la orilla.
El borde de la cesta estaba adornado con frescas azucenas, su diminuto cuerpo estaba bañado con pétalos de rosa. Udraka lo levantó, la luz del alba dejaba ver su minúscula silueta. Miró al viejo y sonrió limpiamente como reconociendo a un antiguo amigo, él también le sonrió y desde esa mañana se convirtió en su sabio abuelo, su Maestro, su instructor en el difícil arte de vivir.
Recordó que llevaba colgada en su pecho una delicada cadenita de plata con la figura de una media luna de cuarzo desde el día que Udraka lo había encontrado en su cesta. Puso sus manos de veinte años sobre la extraña figurita y palpó su cuidadosa forma. Algo en su interior le decía que el propio origen de su existencia venía de la Isla y relacionó las azucenas de la cesta con las que adornaban el cabello de su amada diosa. Pensó que, sin siquiera conocerla en carne y hueso, una sensación de gozo indescriptible se había apoderado de su corazón desde que sintió su presencia en aquel sueño.
No ansiaba tocarla, su deseo rebasaba el plano físico donde la materia es más densa y visible a los ojos carnales. Ahora mismo la sentía, el olor de las azucenas envolvía el cuarto y lo embriagaba. Comenzó a elevarse lentamente hasta que vio su cuerpo tendido sobre la cama con los ojos cerrados en expresión serena.
Entonces sintió con fuerza el aroma dulce, mezclado con una emoción profunda. El éxtasis le quemaba las entrañas. Le vino un pensamiento de perfección y bondad suprema, la idea de que con su palabra podía transformar el mundo porque lo amaba sin limitación, veía a todo y a todos como en realidad son, hechos por la misma mano. Fue así que vio su cuerpo físico alumbrar el cuarto, la imagen de la Isla de Luz chocó con su conciencia y empezó a acercarse iluminando las aguas cristalinas del lago. Después no pudo ver más, la luz cegaba la vista. Sintió un placer infinito; podía escuchar el latido fuerte de su corazón encendido inundándolo de vida con cada palpitar. Sus energías crecían en fuerza y decisión para llevar a cabo su arriesgada empresa. Entonces comenzó a descender hasta encontrar su capullo joven y fuerte, sus músculos armoniosos, su cabellera negra y espesa, sus facciones finas y su bello collar de plata con la media luna de cuarzo sobre su pecho.
Los primeros rayos de sol se empezaban a filtrar por las rendijas de la pared cuando sintió un ligero y tierno golpecito en la frente. Abrió confundido los ojos y vio la figura imponente del viejo Udraka, vestido con una túnica y una capa blanca que le llegaba a los tobillos y el duro bastón blanco sostenido entre sus manos grandes y firmes. El extremo superior del báculo le llegaba a la altura de sus místicos ojos y su barba se mecía con la brisa de la mañana. Tenía la apariencia de un dios poderoso.
Inmediatamente comprendió que, como cada mañana, la hora de pescar había llegado.
Se abotonó la camisa raída, ideal para tales menesteres, cubriendo la joya que le colgaba en el pecho, y estiró sus piernas acalambradas. Juntos anduvieron hasta la cocina donde dos jarros con té caliente humeaban en delicia de aroma, esperando ser bebidos.
Desayunaron en silencio, y en silencio caminaron hasta la orilla del lago donde el bote esperaba atado a un poste, acosado por el ir y venir del suave oleaje matutino. Se internaron en el agua hasta sentir cómo el agua bañaba sus pies produciendo un agradable cosquilleo en los tobillos. Apoyado en su bastón, Udraka perdía su vista en el horizonte. Miraba la Isla con la nostalgia de tiempos pasados. El astuto viejo debía conocerla bien.
Permanecieron un minuto en contemplación, respirando el aire de un nuevo día, las golondrinas jugueteando en el cielo formando figuras invisibles con su vuelo, el agua tranquila del lago que bañaba sus pies, los arbustos de la orilla con su verde esmeralda y en plena floración. Esas eran cosas que sabían disfrutar, no había palabras para describir tal panorama, pero lo que sí es seguro es que son pocos los que se detienen a deleitarse con las maravillas de la creación.
La magia está en todas partes, pero es invisible para los que no pueden ver, aquellos que duermen el sueño del hábito, las creencias y las costumbres, que para todo tienen formado un concepto, una idea preconcebida, esos que viven como autómatas, que esperan que haya una vida después de la muerte, porque no saben qué hacer con la que tienen. Desconocen que la muerte no existe y que la vida está en cada segundo dando una enseñanza nueva y eterna.
Ajainín saltó estrepitosamente al bote, salpicando la cara lúcida de su abuelo. Soltó las amarras y extendió su mano al viejo. Este permaneció quieto, sosteniendo su báculo blanco, observando cariñosamente al muchacho que ahora veía como un hombre con su destino en las manos. El joven lo interrogó con la mirada y la mano aún estirada.
—Hoy vamos a pescar sueños y yo no puedo acompañarte en una lucha que has de librar contigo mismo. Tú sueñas con encontrarte a ti y así encontrar a tu mitad, yo sueño con que logres tu propósito y que tu amada presencia te guíe con su luz hasta donde se unen todas las cosas. Es hora de aplicar con sabiduría lo que has aprendido en estos años.
»Ten siempre presente que eres vida y la vida te da salud, nadie puede quitártela, así como tú no puedes quitarla. Eres amor y de amor estás hecho, su fuerza te llevará con la verdad a la unidad. Es lo que hará que se llene tu luna de cuarzo. Usa la inteligencia en todo lo que hagas y que la audacia de tu espíritu te lleve rápido el mensaje que la urgencia amerite. La idea toma forma, así que anda con el principio en tu seno cuidando lo que tu mente fabrique y lo que de tu boca salga. Siembra bien para que los frutos del bien obtengas.
El viejo Udraka estaba emocionado y el joven lo miraba satisfecho y agradecido de que hubiera sido él su guía y preceptor. Se sentía confiado de sí mismo. Tomó los remos y, antes de pedirlo, su abuelo le dio el empuje que necesitaba para comenzar su fantástico viaje, hundió los remos donde el agua era ya profunda y, mirando nostálgico a su Maestro, gritó:
—¡Gracias por todo, sabio santo, que tu luz siga sanando almas y que tu divina palabra sea bálsamo del mundo! Siempre estaré contigo y tú estarás conmigo. ¡Ah! Y cuando vuelva quiero sobre la mesa una botella de ese exquisito vino oriental para festejar mi llegada.
—¡Así será! —contestó el viejo riendo y con lágrimas en los ojos—. Disfruta tu viaje, hijo mío, tu tiempo ha llegado, así que aprovecha todo lo que te pueda mostrar el sendero…
A medida que se alejaba en el ritmo constante de remar, una fuerte brisa hacía ondear las blancas vestiduras de Udraka y chocaba con la cara del joven secando las lágrimas de la despedida. Lo estuvo observando hasta que solo vio un punto que brillaba intensamente en la orilla, como una estrella caída del cielo para alumbrar una tierra oscurecida por la ignorancia. No sabía si lo volvería a ver. En la proa tenía lo desconocido y dentro de pocas horas estaría navegando más allá de donde nadie se atrevía a llegar. Pero sabía que solo se lograría conocer a sí mismo cuando traspasara los límites. Tenía el valor suficiente para entrar a donde ningún ciego de conciencia puede entrar, tierra de dioses, la Isla de Luz…
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