Jacob Buganza - El carácter de la filosofía rosminiana

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Este libro constituye una suerte de introducción a algunas partes del pensamiento de Antonio Rosmini. Aun sin ser un libro orgánico, esto es, una invitación sistemática a su pensamiento, sí que puede ser considerado una puerta de entrada a su filosofía, ya que de inicio se expone el sistema grosso modo, y luego se exploran las partes fundamentales de su ontología, antropología, ética y filosofía del derecho. El pensamiento del filósofo roveretano puede ser tildado de un filosofar riguroso y claro, pues busca la manera en que los principios se enarbolan y examina las deducciones que se siguen de ellos con el fin de explicar la realidad en su totalidad. Tal vez lo que anima la filosofía de Rosmini es lo que él mismo escribe en la Historia comparativa y crítica en torno al principio de la moral: “El deber propio de la filosofía está, como he dicho, en expresar en palabras todos los conceptos plenamente, sin obviar alguna cosa”. Este trabajo se une a otros más sistemáticos del autor, entre los que se recuerdan El ser y el bien (Stresa, 2010), Nomología y eudemonología (Stresa, 2013), Rosmini y la ética fenomenológica (Xalapa, 2016) y El dinamismo del ser trinitario (Barcelona, 2017).

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En efecto, el conocimiento se pone de manifiesto mediante el juicio, el cual en el sistema rosminiano viene precedido de algo más: para afirmar que un ente existe es necesario saber qué es un ente. “Por lo tanto, la noción de entidad universal debe estar en mí y preceder a todos aquellos juicios con los cuales digo que algún ente particular y real existe” (n. 15). Este punto es fundamental en el pensamiento de Rosmini: se separa de Alberto Magno y Tomás de Aquino, para quienes el conocimiento parte del ente real y subsistente; Rosmini se acerca a Kant, ya que ambos parten del ente en abstracto para formular el juicio. Como se ve, el roveretano parece tener implícita una tesis idealista que deviene del racionalismo, como el de Leibniz.

De esta manera, el sujeto cognoscente tiene ya el conocimiento del ente en universal, al cual no ha llegado por alguna afirmación, ya que de lo contrario sería simplemente un juicio. El conocimiento del ente en universal se tiene por intuición. De esta suerte, la intuición precede a la afirmación, y se entiende por qué Rosmini afirma que hay conocimientos por afirmación y conocimientos por intuición. Este esquema da la pauta para distinguir, en el sistema rosmininiano, entre el ente particular y real y el ente en universal. Este último, en este sistema, es condición necesaria para el conocimiento del ente real. La intuición del ente universal precede al conocimiento que se da en el juicio, en la afirmación, que es el conocimiento del ente real. Pero, ¿cómo se adquiere este último? ¿Qué es lo que hace que el sujeto sepa que conoce un ente real? La respuesta no es complicada: la sensación. “Pronuncio que existen los cuerpos externos movidos por las sensaciones que me producen. Llego a pronunciar que existe mi propio cuerpo debido a las sensaciones especiales que tengo de él. Finalmente, también llego a pronunciar que existo por un sentido íntimo” (n. 19). Se siguen así tres afirmaciones debido a la sensación: 1) que existe el ente real y particular, 2) que existe mi propio cuerpo, 3) que yo existo. De ahí la fórmula rosminiana: “Hay una sensación; por lo tanto existe un ente”. En consecuencia, hay una suerte de identidad entre la esencia del ente, que se requiere para poder realizar la afirmación o juicio, y la actividad de la sensación (cf. n. 23).

La esencia del ente es lo común o universal que tienen todos los que son entes, a saber. La esencia del ente es universal porque se realiza en todos los entes particulares. En este sentido es que se entiende la tesis: “La esencia del ente es idéntica; sus realizaciones son muchas y variadas”. En efecto, lo que podría denominarse la entidad se realiza de muchas maneras, con lo cual puede hablarse de que tiene varios grados de realización, grados que no agotan la esencia del ente; pero tales grados han de ser limitados, en sentido categorial. Igualmente, la esencia del ente se realiza más o menos, de acuerdo con el grado de entidad de que se trate, pero tal ente particular tiene de manera “simple e indivisible” la esencia del ente.

Sin embargo, la identidad entre la esencia del ente y la sensación es limitada. ¿En qué sentido se limita esta identidad? Básicamente en que la sensación presenta cosas finitas, es decir, cosas contingentes. Esto trae como consecuencia una oposición entre la esencia del ente y el ente contingente, en cuanto que la esencia del ente “Es intuida por nosotros como inmutable y necesaria” (n. 29). No son completamente idénticas la esencia del ente, a la que Rosmini denomina también “ser ideal”, y el ente contingente que presentan los sentidos, empero, la esencia del ente, que es cognoscible por sí, es el medio para conocer a todos los demás entes y, por lo tanto, aparece como “luz de la razón”. En este sentido “se dice que la idea del ente es innata, y que es la forma de la inteligencia” (n. 34). Antes de hablar sobre la “forma de la inteligencia” conviene destacar que Rosmini se esfuerza por hacer converger algo del racionalismo, especialmente de tinte spinoziano y leibniziano, y algo del empirismo. En efecto, hay algo innato que es precisamente el entendimiento, el cual tiene la característica de estar informado por la esencia del ente, es decir, el entendimiento tiene esta estructuración que le permite conocer todo lo demás. Pero para conocer también es necesaria la sensación, con lo cual hay un entrecruce entre lo intelectual y lo sensorial, entre el racionalismo y el empirismo.

Ahora bien, la forma de la inteligencia puede entenderse en dos sentidos. El primero es que la forma y lo informado sean la misma cosa; el segundo es que la forma y lo informado sean cosas distintas. Rosmini se cuestiona ¿en qué sentido debe entenderse que la idea o esencia de ente es forma de la inteligencia?, y se responde que en el segundo: “Somos seres inteligentes en virtud de la esencia del ser que nos está presente; sin embargo, es imposible que creamos que la esencia del ser sea nosotros mismos, o que ella forma parte de nosotros” (n. 35). Argumenta que la inteligencia se limita a recibir la luz que le brinda la noción de ente, con lo cual se vuelve inteligente: “La esencia del ser con sólo volverse inteligible al espíritu, lo informa de modo que lo vuelve inteligente, o sea, produce la facultad de entender” (n. 36).

Retomando la distinción entre el ente ideal y real, asegura Rosmini que ésta da pie para discernir, a su vez, entre el conocimiento de la esencia de las cosas y el conocimiento de su subsistencia. El primer conocimiento tiene que ver con la idea, mientras que el segundo con la afirmación, que viene provista por la sensación. El ente real es activo (cf. n. 42), ya que produce la sensación con la cual el sujeto cognoscente afirma que subsiste. Empero, el roveretano toma otro sendero y se dedica a dilucidar cómo es que puede darse un juicio, que es la unión de un predicado y un sujeto, si alguno de los dos puntos es desconocido. Toma como guía el juicio “el ente se realiza en esta sensación”, es decir, “la actividad de esta sensación es un ente” (n. 47). La tesis rosminiana es que hay una síntesis primitiva, realizada por la razón, que es la fuerza del espíritu que une al ser y a la sensación (cf. n. 49), con lo cual su sistema ideológico queda más claro. Según él, el origen de las ideas se encuentra en la idea primitiva, que es la idea de ser. “Con ésta se forman los juicios primitivos, se afirman los entes reales sentidos, y así se conocen. La relación de la idea de ser con los entes reales son los conceptos, es decir, las ideas específicas de los entes particulares” (n. 51), que sin duda son como concretizaciones de la idea originaria y primitiva.

La otra de las ciencias de la intuición es la lógica, la “ciencia del arte de razonar”, que tiene como finalidad la certeza, es decir, una persuasión firme (cf. nn. 53 y 54). En este contexto Rosmini brinda una definición de verdad, a la que considera una cualidad del conocimiento: “El conocimiento es verdadero cuando aquello que se conoce es” (n. 56). Pero la forma de la inteligencia es el ser; por lo tanto, la inteligencia tiene una verdad primera (cf. n. 57). Este argumento lo toma de base el roveretano para discutir con los escépticos y el idealismo trascendental; este último efectúa la distinción entre el ser y la ilusión de ser que, para Rosmini, no afecta a la verdad primaria. Además, la noción de ente en universal no tiene determinación o modo concreto, sino que es precisamente eso: universal. “Esta universalidad destruye completamente el escepticismo trascendental, el cual supone gratuitamente que el entendimiento humano tiene formas restrictivas y modales, mientras que en realidad tiene una sola forma universal, privada de los modos que tienen su existencia sólo en el mundo real” (n. 59).

Ahora bien, en la idea de ente en universal no puede darse la falsedad, pero tampoco puede darse en las ideas, ya que estas últimas no son otra cosa que diversos modos en que puede hacerse concreta aquélla, de ahí que las ideas sean inmunes a la falsedad. Donde puede darse el error o falsedad es en el juicio, que relaciona a las ideas: “No puede haber error sino en el juicio; la intuición simple no admite error”. Pero de ahí no se sigue que todo juicio pueda llegar a ser falso, por el contrario, hay juicios que también son inmunes a la falsedad, y lo son porque expresan una intuición del ente en universal y, como se dijo, este último no puede ser sino verdadero. Cuando la idea se expresa en forma de juicio o proposición, entonces se llama principio: de ahí que “Los principios son juicios universales” (n. 64). Si el juicio expresa lo intuido en el ser, evidentemente el principio se torna universal en absoluto.

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