“To the gaucho I carry inside myself, as the custode carries the communion wafer” (Ricardo Güiraldes, that is to say, Don Segundo Sombra ).
MARIANO FRANCISCO WULLICH
A journalist for the newspaper La Nación , he toured Argentina for five years for “Chronicles of the Country”. Head of Readers Letters, author of Rincón Gaucho and editorial secretary. He covered the Lebanese war and Antarctic travels: he was on board when the icebreaker Almirante Irízar caught fire. He published the books Nuestra Argentina , El caballo , Don Emilio Solanet and the prologue to Martín Fierro (Sancor).
En las biografías que circulan de Enrique José Rapela (1911- 1978) se destacan algunos rasgos precisos. Si bien completó el colegio secundario, en el dibujo y la acuarela fue autodidacta. Descendiente de familia inmigrante pero argentino de séptima generación, conocedor directo de los temas gauchos por haber administrado La Carolina, el establecimiento de su madre, en Roque Pérez, cerca de Mercedes en la provincia de Buenos Aires, donde nació. Fue un apasionado emprendedor, guionista, dibujante, editor, escritor e historiador, situado en una época de oro donde se aúnan grandes paradigmas: el revisionismo histórico de las décadas del 60 y 70; el auge de los medios gráficos, ya sean revistas o diarios consumidos por miles a toda hora y toda la semana; sellado con la profusa difusión del folclore nacional con intérpretes como Los Chalchaleros, Los Cantores de Quilla Huasi, Horacio Guarany, Eduardo Falú y el auge de festivales y peñas.
Lo nativista se consumía y difundía en la ciudad, pero fue en los medios gráficos matutinos donde se consolidó como género genuino el de la historieta criollista. Con “Cirilo el Audaz”, aparecido en el diario La Razón en 1939, Rapela narra las aventuras de Cirilo Cuevas, un gaucho huido de la justicia que busca protección en las líneas del ejército rosista. El esquema de aquella tira luego se repite con otros personajes y llega a ser un arquetipo que percibe la autoridad como agresiva y corrupta, por lo que prefiere mantenerse fuera de la ley; donde hay referencias histórico-políticas, como la Campaña del Desierto, la Guerra del Paraguay y se citan personajes de nuestra historia como Nicolás Avellaneda, Adolfo Alsina o Juan Manuel de Rosas. El texto no estaba en los clásicos globos de las historietas, sino que se ubicaba debajo de los dibujos. En relación con el discurso, se evidencia una visión nacionalista que reivindica al campo, mediando con el arquetipo de un héroe que todo lo puede con muy pocos elementos. De este modo, en la tira completa, el gaucho, en gran medida solo con su fuerza, su astucia y cierto azar a su favor, se convertía en vencedor.
Su compromiso didáctico con la difusión de ese entorno se sitúa después de 1872, cuando, como sostuvo el historiador argentino Bonifacio del Carril, los gauchos constituían una verdadera clase social. El propio Rapela dijo en una conferencia: “En esta forma comprenderemos que este maravilloso país no fue habitado por bárbaros inútiles, vagos y mal entretenidos, como se insistió en forma sistemática y perfectamente organizada en una monumental campaña sostenida por los que solo concebían la civilización si esta provenía de allende los mares, pero renegando del origen latino hispano”. Se oponía claramente a una matriz que propició la aparición de un nuevo tipo de ciudadanía que justificaba “domesticar lo salvaje”. Por ello, el tiempo elegido es el mismo del enfrentamiento entre Domingo Sarmiento y Juan Manuel de Rosas, una épica devenida de Civilización y barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga y aspectos físicos, costumbres y hábitos de la República Argentina (1845), donde al gaucho se lo señala como el principal culpable del atraso cultural que atenaza el desarrollo del país. Se trata de un nodo esencial de nuestra historia, pero también de un imaginario de época, donde expandir la frontera era un imperativo para acceder a la organización del estado-nación.
Por esa tendencia revisionista, el arquetipo del gaucho se destacaba por los rasgos de una oralidad caída en desuso en el campo, tal como “apestao” o “virgüela” negra. También la vestimenta era recreada luego de acceder a documentos de museos históricos, a tal punto que hasta las armas dibujadas fueron descripciones fidedignas de las usadas en ese entonces. Esa vocación por la representación gráfica de la cultura material, tanto en Rapela como en otros pares, se acrecentaba por el grado de cercanía del entorno campero de la llanura, pero se basaba en investigaciones históricas y literatura de autores que describieron la época, lo que configura un valor didáctico que acercó a generaciones información certificada.
Carlos Gilberto Landa y Julio César Spota, desde la antropología y la arqueología histórica, profundizaron en un artículo la importancia de la historieta argentina, ya que ahí se desarrollaron ciertas relaciones temáticas, verdaderas revisiones críticas respecto de procesos que conformaron el pasado nacional, enfatizando que “la historieta se erigió por medio de soportes estéticos de divulgación masiva, en una aproximación alternativa a dicho pasado”. Entienden los autores que el concepto moderno de frontera fue anticipado en las historietas gauchescas por “elementos de reflexión relativos a los procesos de contacto, diálogo y conflicto intercultural que recién fueron incorporados en la década de 1980 como paradigma de referencia común dentro de los ámbitos de discusión antropológico-histórica”. El escenario donde se ubicaron los desarrollos argumentales de obras como Cabo Savino , de Carlos Casalla; Lanza Seca , de Guillermo Roux; El Huinca , de Enrique Rapela; Martín Toro , de Jorge Morhain y Bernoy en los dibujos; Lindor Covas , el Cimarrón, creada por Walter Ciocca; Capitán Camacho , con guión de Julio Alvarez Cao y dibujos de Carlos Casalla –por solo enumerar algunos títulos de la extensa producción artística– mostraba en toda su complejidad las distintas vinculaciones sociales, los modos de los intercambios culturales y el caso de las dependencias económicas recíprocas existentes entre los grupos blancos, indios y mestizos.
Fue en la década del 40 cuando comienza la que podría denominarse la época de oro de la historieta nacional, cuyo hito es la aparición y consolidación de la historieta tildada de seria y adulta, con la revista Intervalo de Editorial Columba en 1945. La revista Billiken ya se editaba para los chicos y Patoruzito , infancia del personaje Patoruzú, para los jóvenes. En 1945 en Patoruzito se publica Lanza Seca de Roux, quien realiza una serie sobre la conquista del desierto y la guerra a los aborígenes. Hay que recordar que Patoruzú se publicó por primera vez en la contratapa del diario Crítica , en octubre de 1928 cuando su creador, Dante Quinterno, tenía 18 años. El protagonista era el último vástago de la tribu de los tehuelches, hijo de un rico cacique de la Patagonia, un paradigma que también describe un entramado cultural lleno de matices e historia.
En 1950 apareció la tira “Hormiga Negra” en La Razón , de Walter Ciocca que luego tuvo una saga sobre un fuerte de frontera y los hombres que la habitaban: “Fuerte Argentino”, también de Ciocca, se publica en la revista Misterix , para la cual pidió la colaboración del historiador Hugo Portas. El “Cabo Savino”, de Carlos Casalla, nació en 1954 en el diario La Razón y tiene un récord histórico pues lleva seis décadas ininterrumpidas de galopes a caballo, peleas con cuchillos y malones indios, cambiando de medios donde aparece. En 1958 aparecería el primer número de la revista Patrulla , con personajes como “Cirilo el Argentino”, de Rapela. En 1967 Enrique lanza la editorial Cielosur, junto a otros socios, y sus personajes gauchescos El Huinca y Fabián Leyes comienzan a encabezar sus respectivas publicaciones, en las cuales había otras tiras, pero siempre con la misma temática, como ser la ya nombrada Lanza Seca de Roux y Mapuche de Almendro y Desilio.
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