Antonio no apartaba la vista del tránsito, prestando atención a los comentarios que ella exponía.
—¿Tiene algún problema de salud en particular? Me refiero al pedido de los análisis.
—No exactamente. Es un pedido de control que la doctora Jiménez lleva conmigo. A propósito —agregó—, no sabía que eras bioquímica y que trabajabas en esta clínica.
—Si, lo soy desde hace varios años y aquí llevo poco tiempo trabajando.
—¡Bien, llegamos! —interrumpió.
Estacionó el auto en la calle Mitre y luego entraron al restaurante que en particular a él ya lo conocían.
Rocío quedó sorprendida por las características rústicas del salón. Nada extravagante, muy acogedor y servicial. Un mozo los recibió con mucha alegría.
—¡Antonio! ¡Qué gusto volver a verlo! Margarita siempre pregunta por usted..., Oh perdón, la señorita es...
—Rocío, una amiga. Ten cuidado, es vampira —dijo en tono jocoso.
—¡Oh! ¿No tendré que usar cuello ortopédico, verdad, o sí?
Rocío sonrió al recordar lo que él había dicho en el laboratorio.
—Si se porta bien no le hará falta —respondió con humor.
—Entonces estoy salvado. Siéntense donde quieran por favor, ya les traigo la carta.
Cuando Rocío se iba a sentar, Antonio le arrimó la silla en un gesto de cortesía que la sorprendió. Era raro encontrarse con un hombre de buenos modales
—Veo que te conocen. ¿Quién es Margarita?
—La dueña del lugar. Es una señora encantadora, ama los libros. La conocí hace unos años en una de las presentaciones que hice en San Rafael. Adquirió un ejemplar y con el tiempo se comunicó conmigo para hacer algo informal aquí en su negocio.
Ella escuchaba con atención el relato. Veía en él una paz y una alegría que Miguel, el mozo del restaurante, de improvisto interrumpió.
—Disculpen la intromisión, aquí tienen la carta del menú. Tómense el tiempo que quieran —dijo guiñándole un ojo a Antonio—. Eso sí, algo deben tomar. Tienen mucho de qué hablar y no quiero que terminen consultando a un otorrinolaringólogo.
—Una tónica para mí —respondió Antonio.
—Una gaseosa sabor naranja —agregó Rocío.
El mozo se retiró a traer el pedido y la conversación continuó.
En ese momento le había llamado la atención que el mozo le haya guiñado un ojo. Pensó que algo más que la amabilidad había entre ellos, pero no se animaba a preguntar. Además, no sabía si andaba tras sus pasos para lograr alguna cita o por simple necesidad de sentirse acompañado con ella en particular.
Por el momento no tenía la intención de formar un prejuicio sobre él porque aún no lo conocía del todo. Lo veía bastante agradable y aprovecharía la oportunidad para saber un poco más sobre su vida personal y todo lo que lo rodeaba.
—¿Cómo fue eso de informal? —preguntó.
—Margarita juntó a sus amigos y llevó a cabo una reunión aquí para que me conocieran y les diera una charla sobre la novela que había adquirido.
—A eso le llamo ser afortunado.
—Más que afortunado diría. Margarita me presentó varios amigos que tenían interés en la obra. Desde aquella noche y por su intermedio he logrado viajar a varios departamentos de la provincia, también concurrir a otras provincias.
—¿Córdoba fue una de ellas?
—Exactamente. Me invitó un empresario cuya esposa se dedica a difundir la importancia que tiene la lectura en la vida cotidiana.
—Veo que no pierdes el tiempo. ¿Y con lo inmobiliario cómo te va?
—Bastante bien. Me asocié con un amigo de la facultad después de separarme y desde entonces la escritura es mi hobby.
Mientras cenaban, la conversación continuó a pesar de que ella no se animaba a ir más a fondo sobre su vida privada. Sabía que tenía unos diez años más que ella y esa porción de vida interesante le daba pie para sacar alguna conclusión sobre su persona.
Fuera del restaurante se ofreció a llevarla hasta su casa.
—No por favor, está bien. Vivo por aquí cerca. Iré caminando. Te agradezco la cena, has sido muy gentil —contestó con un beso en la mejilla.
—¿Estás segura de que no quieres que te acerque?
—No te preocupes. No son las cuatro de la madrugada —y agregó antes de alejarse—. Los resultados estarán para el lunes en la tarde, no te olvides de retirarlos.
—¡Gracias! —cuando se alejaba caminando por la vereda agregó— Cualquier cosa que necesites, llámame.
—¡Chau! —saludó Rocío de lejos y se dijo así misma, “¡Qué gracioso! No me dio el número de teléfono y quiere que lo llame”.
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