En ese momento Rocío y dos colegas más, que salieron del ascensor, por el acotado pasillo llegaron con las chaquetas blancas puestas y sus respectivas cajas plásticas que contenían el material esterilizado. La recepcionista, les entregó las órdenes de los pacientes e ingresaron a los boxes.
Antonio se vio sorprendido por la cara de una de ellas y no estaba seguro de saber si se trataba de la misma persona que había visto en Córdoba. Sin embargo, presentía que podía ser ella, la amiga de la esposa de Jorge, por su caminar y por la voz. Pero a la vez pensaba que podía estar equivocado porque en aquella oportunidad su amigo nunca le había mencionado la profesión que tenía.
Después de ordenar los elementos que iban a utilizar, Rocío se acercó al pasillo central y con la orden en la mano llamó al primer paciente que tenía.
—Antonio Jofré.
—Sí, soy yo —respondió, se paró y acudió al llamado, mientras las otras bioquímicas llamaban a otras personas más.
En principio ambos cruzaron las miradas sin recordar exactamente de dónde se conocían. Rocío, intuía que en algún lugar lo había visto, pero no se atrevía a preguntarle por temor a equivocarse. Antonio en cambio, con más acierto que duda comenzó a observarla con más atención.
—Extienda el brazo derecho —dijo Rocío. Le colocó la banda elástica y mientras repasaba la vena con un algodón embebido en alcohol, agregó—. Ahora cierre el puño.
Antonio, con suma tranquilidad esperaba que le dijera algo, pero no mirarlo a los ojos le causó una sensación extraña que lo obligó a desistir de alguna pregunta.
—Respire hondo —le dijo, mientras le introducía la aguja.
Después de llenar la jeringa con la medida adecuada, continuó:
—Abra el puño.
A posterior le desató el cordón de goma del brazo, sacó la aguja con precaución presionando con suavidad sobre ella con la otra mano sujetando un pedacito de algodón embebido en alcohol y le ordenó:
—Sostenga con fuerza el algodón.
Mientras de espalda a él realizaba el procedimiento con los tubitos de ensayo y el marcador indeleble, Antonio tenía la esperanza de que en algún momento lo reconociera, pero no sucedió.
—¿Por qué motivo le han pedido el análisis? ¿Para un control o para una cirugía?
—La doctora Jiménez es una vampira, quiere mi sangre a toda costa —respondió con cierto humor—. Le he dicho que tengo la yugular lista y se niega a morderme. ¿Usted qué opina?
Ella se dio vuelta para retirarle el algodón y colocarle la curita estéril en el brazo mientras sus amigas en los boxes colindantes apenas se rieron del comentario.
—Dígale a la doctora Jiménez que la próxima extracción se la haga ella misma — agregó sin mirarlo a los ojos y con bastante seriedad.
—Se lo he dicho varias veces; al parecer no le han crecido los colmillos. ¿No sabe si por aquí hay alguna que los tenga bien afilados? —con ese chiste intentaba que lo mirara a los ojos o al menos se riera.
Rocío, sin inmutarse continuó con la tarea evitando darle importancia y desde su lugar, mientras él se retiraba, le mencionó:
—Los resultados estarán para el lunes que viene... señor Jofré.
—Gracias preciosa —respondió sonriente desde el ingreso para continuar camino.
Luego de salir el último paciente, las colegas suyas empezaron a comentar entre sí:
—¿Quién era ese hombre, tu novio? —preguntó Esther.
—Estoy segura de que lo dejaste solo anoche en el castillo y se quedó con ganas de morderte antes del amanecer —sostuvo Raquel, la otra chica.
—No es mi novio, ni nada por el estilo.
—Anda con ganas de que alguien le clave los colmillos —recalcó Esther.
—A ver Rocío, abrí la boca, quiero ver tus colmillos —continuó Raquel entre risas.
—Dejen de hablar pavadas —respondió Rocío entrando a ese clima.
—Me parece... o ese tipo te conoce de algún lugar —señaló Esther.
—¿Por qué dices eso? —insistió Rocío.
—De la forma que te habló y te dijo preciosa... vamos nena, no me digas que no sabés quién es.
—Vos sabés que no tengo ni idea de dónde lo conozco. Le hallo cara conocida, pero te juro que no sé de dónde.
—Querida —intervino Raquel ansiosa por saber quién era—, si este fin de semana no estás dispuesta a chuparle la yugular... avisame, así me afilo los colmillos y te reemplazo.
Los comentarios continuaron por unos minutos más hasta que terminaron con el procedimiento bioquímico de todos los pacientes para luego llevarlo al laboratorio, procesarlo y obtener los resultados.
Antonio se había quedado unos minutos más antes de salir de la clínica para evitar marearse y después había continuado camino a un bar que estaba a dos cuadras del nosocomio a tomar algo caliente. Unos metros más adelante y por la misma vereda había una parada de colectivos.
Desde el interior del local por la ventana observaba el subir y el bajar gente de los colectivos ultimando detalles para un futuro escrito. Además, recordaba aquel inesperado encuentro tiempo atrás porque jamás se olvidaba de las caras y los nombres.
Cuando el sol comenzaba a ocultarse decidió regresar a casa. Tenía el auto estacionado a una cuadra de la clínica arrimado al cordón de la misma vereda. Rocío, intentaba recordar de dónde lo conocía. Sabía que lo había visto en alguna parte, pero su mente se encontraba bloqueada.
Estando afuera detuvo los pasos, abrió el bolso y miró en el interior para saber si no se había olvidado de algo. Sacó el abono del colectivo, cerró el bolso y caminó hacia la parada de ómnibus.
A mitad de la otra cuadra, mientras caminaba por la vereda lo vio, en ese momento él estaba abriendo la puerta del auto y decidió detenerse para mirarlo con más atención.
Antonio, antes de ingresar al auto alzó la vista y la vio parada frente a él observándolo. Por unos segundos quedaron como paralizados por la inesperada situación.
—Discúlpame —reaccionó ella para sacarse la duda de la cabeza—, ¿puedo hacerte una pregunta?
—Sí, ¿por qué no? —entendió que aún no lo había reconocido.
—Sé que te llamás Antonio y te he visto en alguna parte, pero no recuerdo dónde.
—¿Sos amiga de Romina y Jorge? —agregó arrimándose a la vereda donde se encontraba ella.
—Sí, pero en casa de ellos no te he visto —respondió con una sonrisa.
—Hace tiempo nos vimos en Córdoba, en un shopping, ¿te acordás?
—¡Aaah! Qué tarada que soy, ¿usted es el amigo de Jorge?
—Exactamente.
—Te pido mil disculpas —acotó con cierta alegría dándole un beso en la mejilla.
—Sólo si aceptas una invitación.
—¿Invitación? Ah bueno, esto no me lo esperaba.
—No te asustes. No creo que ir a cenar sea un problema; no tengo otra intención —agregó colocando una mano en el pecho.
Rocío miró su reloj pulsera, levantó la vista y con un regocijo inusual respondió:
—Acepto la invitación.
Subieron al vehículo, Antonio lo puso en marcha y se dirigió a un restaurante céntrico que él ya conocía. En el camino ella le preguntó:
—¿Cómo le va con los libros?
—Por el momento bien, no puedo quejarme. ¿Leíste mi obra? Perdón por la pregunta, pero necesito tu opinión, si es que Jorge te prestó el libro.
Rocío respondió con franqueza:
—Sí, tuve la oportunidad de leer la historia. Si bien no es de mi gusto, es bastante interesante. Espero que no se ofenda por mi observación.
—Al contrario, siempre es bueno saberlo y ante todo tutéame, llámame, Antonio, todos lo hacen. Lo de usted me hace sentir más viejo.
La cara de Rocío se había transformado, era diferente a la que solía tener frente a los tubos de ensayo y el sonido de las máquinas inteligentes.
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