Angel Daniel Galdames - Trauma emocional

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Trauma emocional muestra una historia tan simple como la vida misma, donde Rocío junto con su amiga Romina transitan por varias etapas. En ella van a detectar que todo tiene sentido en el mundo del amor, desde la alegría hasta la tristeza. En ese largo camino, a Rocío le sucede algo inexplicable.
Romina y Antonio intentan saber qué le ocurrió; la incertidumbre los conduce a la desesperación sin encontrar otra respuesta médica que esperar. En ese largo trayecto temporal todo vale, todo surge con gran perplejidad.
En su nuevo despertar y lejos de su hogar, Rocío comienza el largo recorrido a casa con el objetivo de recobrar el sueño que a mitad de camino perdió. Es una historia donde uno no deja de asombrarse qué tan duro es el camino por el cual debe transitar.

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Por la mañana, la primera visita la realizó en el mismo hospital público porque allí había estado tiempo atrás. En esa oportunidad un colega amigo logró introducirla con un horario acotado. Después del largo recorrido y en horas de la tarde noche cuando se encontraba en el departamento, la llamaron por teléfono de una Clínica Privada para cubrir una vacante en horario nocturno.

Romina se puso contenta ante la buena noticia que ella le dio y desde entonces todo volvió a la normalidad.

Capítulo V

Cuando Romina cursaba los cuatro meses de embarazo, Jorge, le pidió que lo acompañara a la provincia de Córdoba. La razón era doble: la primera por trabajo y la segunda aprovechar el fin de semana largo para visitar juntos esa provincia.

Ella aprovechó la oportunidad para invitar a Rocío quien aceptó por tener unos días libres sabiendo de antemano que esos días no tenía previsto cumplir con alguna guardia médica en ambas instituciones. Lo cual les permitió viajar esa misma noche.

Al otro día, luego de hospedarse en el hotel, realizaron una salida turística para conocer lugares patrimoniales que hacían a la cultura cordobesa. En el recorrido pudieron degustar comidas típicas de cada región y realizar algunas compras para llevar en su regreso.

El día posterior y en horas de la mañana, lo aprovecharon para ir a visitar un shopping que se encontraba en la zona céntrica, cerca del hotel. Allí Jorge, por simple casualidad, vio a un amigo que hacía mucho tiempo que no sabía nada de él.

—¡Esperen aquí, ya vuelvo! —dijo antes de ir a saludarlo.

Su amigo se encontraba solo sentado en un café, leyendo un libro. El encuentro entre ambos fue sorpresivo.

—¡Antonio...! ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Jorge sonriente.

—¡Eh...! ¡Jorge, tanto tiempo! ¿Cómo estás? —respondió. De inmediato se levantó de la silla y se fundieron en un cordial abrazo.

Las dos, que desde el pasillo central observaban, tuvieron que acudir al sitio ante las insistentes llamadas que Jorge les hacía con una de sus manos.

—Antonio, ella es Romina, mi pareja y Lucía nuestra hija.

—Y veo que viene otro en camino —interrumpió mientras la saludaba con un beso en la mejilla.

—... Sí, y ella es Rocío, una amiga de Romina —agregó.

—Un gusto conocerlas —retribuyó Antonio—. Tres motivos para felicitarla Romina: uno por Lucía, otro por el que vendrá y el tercero por su amiga. De Jorge ni hablar.

Los tres se rieron a modo de chiste.

—¿De dónde lo conocés? Nunca me habló de usted —preguntó Romina.

—Nos conocimos en Buenos Aires cuando fui a rendir la tesis de Administración de Empresas, hace muchos años.

—Jorge tiene razón, fue por simple casualidad. Lo encontré deambulando por la universidad con un par de chicas —continuó con la broma.

Romina percibió que su amiga no dejaba de observarlo.

—Hoy a la tarde presenta su novela —intervino Jorge.

—¡Ah! Es escritor. Lo felicito —acotó Romina.

—Así dicen. Muchas gracias. Pero lo hago como hobby. Mi trabajo pertenece al rubro inmobiliario.

En ese pequeño espacio de conversación Jorge se comprometió en acudir a la presentación de la obra y Antonio luego de despedirse a Rocío le guiñó un ojo sin que ellos dos se dieran cuenta. Ella no le dio mucha importancia, estaba con su amiga disfrutando de las pequeñas vacaciones.

Mientras continuaban caminando Romina le preguntó a Jorge sobre la vida del amigo. Él mencionó que era casado, que tenía dos hijos y se había separado hacía cinco años. Que era difícil dar con él pese a que vivía en Luján, porque siempre se encontraba de viaje atendiendo el negocio inmobiliario y a veces, cuando podía, exponía charlas de narrativa.

Romina en ese momento pensó que podía ser un buen partido para su amiga, pero a raíz de lo comentado por su pareja no se atrevió a impulsar la propuesta.

En horas de la tarde, las dos juntas, con Lucía se quedaron en el hotel porque Jorge se había retirado a la presentación de la obra de su amigo. Sin que Rocío lo supiera, ella le había pedido que intentara traerlo a cenar.

En la amena charla que ambas tenían en el salón interno, colindante al ingreso al hotel, Rocío notó la cara de complicidad de su amiga y comentó:

—Espero que a Jorge no se le ocurra traer a su amigo a cenar.

—¿Sabés que no lo había pensado? No estaría mal avisarle que lo invite.

—No cuentes conmigo, Romi. Te conozco y presiento que ya lo habías planeado, ¿o me equivoco?

—¿Por qué no? No creo que sea un pirata. Vamos Rocío, falta que te hace tener alguien a tu lado —su amiga la miraba pensativa.

—El amiguito de Jorge me guiñó un ojo cuando nos retirábamos. Presiento que anda a la pesca y no soy tan fácil de morder el anzuelo.

—Ahora decís eso, antes te tirabas al río todos los fines de semana.

—Eran otros tiempos, Romi. Me encantaba nadar.

—¿Te acordás de los pajaritos carpintero lavallinos? —cambió la conversación.

Los recuerdos las trasladaron a los tiempos vividos en la Facultad cuando estaban solteras y no había un sábado que no acudieran a un boliche a bailar. Mientras se reían de las locuras de adolescentes que habían hecho, llegó Jorge.

—¡Creí que ibas a traer a tu amigo a cenar! ¿Qué pasó? —le preguntó Romi.

—Lo intenté, pero me dijo que dentro de unas horas viaja a Rosario. Mañana a la tarde presenta la obra allí y al otro día tiene dos charlas en la Universidad de Rosario. Después viaja a Buenos Aires por negocios y no sabe cuándo regresa a Mendoza.

—Veo que no pierde el tiempo. ¿Por qué no lo acompañás Rocío?

Su amiga la miró sonriente y no agregó respuesta.

—Me regaló un libro —agregó Jorge acercándoselo a Rocío—. Lo puedes leer si quieres.

—No estaría mal —respondió hojeando el libro—. A veces me cuesta retomar el sueño y me gusta leer de noche. Me vendrá muy bien. Después te lo devuelvo.

A la mañana siguiente, por las calles de la ciudad la gente transitaba con normalidad, Jorge había concurrido a la reunión programada por la empresa donde trabajaba.

Ambas aprovecharon la cálida mañana para salir a recorrer los alrededores del hotel que mostraba una algarabía de personas acudiendo a sus labores dominicales. Miraban vidrieras, observaban con detenimiento algunas iglesias y hasta se dieron el lujo de jugar un rato con Lucía en una plaza.

De regreso al hotel y en horas de la tarde los cuatros regresaron a casa en colectivo.

Sabían que al otro día debían comenzar de nuevo con la rutina diaria. Fue así como pasó el tiempo donde Romina estaba a punto de traer al mundo al segundo hijo. Para la felicidad de todos, la ecografía había mostrado que era un varón y esta vez los padrinos serían los papás de Romina.

Capítulo VI

Había pasado bastante tiempo desde aquel viaje. Rocío junto a otras colegas se encontraba trabajando en el subsuelo de la Clínica Privada donde estaba ubicado el laboratorio central del mismo nosocomio. En la planta baja era donde realizaban extracciones de sangre a pacientes que habían sido citados en horas de la tarde fuera del horario habitual que era en la mañana.

Luego que las personas entregaran las órdenes médicas a la recepcionista, Antonio, que era uno más entre otros pacientes, esperaba sentado en la sala acondicionada para tal fin. El salón era bastante amplio y frente a las filas de sillas había un mostrador donde por detrás se movía la mujer que entregaba los sobres con los resultados a las personas que concurrían a retirarlos en ese horario.

A la izquierda se encontraban los boxes, separados del recibidor por vidrios ploteados en color crema, con las insignias de la clínica en color blanco.

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