1 ...6 7 8 10 11 12 ...21 El hábito que todavía lleva la monja carmelitana es de estameña, áspero; en los pies, alpargatas. Nada de medias, agua caliente, radiadores, estufas, radio o televisión. Internet llega, pero filtrado. Son los sacerdotes, los padres espirituales, los que llevan al convento las pésimas noticias del mundo por el que se rezará. Ningún móvil. «La plegaria es nuestro único celular. Que las carmelitanas siempre tienen cargado, encendido, dependiente de las llamadas de Dios o de las personas que pidan intercesión a las monjas». Los encuentros con los parientes tienen lugar a través de una reja. Con todo, las monjas pueden salir para ir al médico o votar.
Muchas de estas informaciones han acabado en mis manos gracias a un acto de misericordia. A riesgo de resultar molesto, me he vuelto a presentar en el convento de la Encarnación. La madre superiora estaba ocupada («Está fregando», me han dicho; estaba limpiando el pavimento de rodillas porque hoy era su turno), pero después ha venido. «¿Me equivoco o usted ya ha venido? De acuerdo, deme un minuto», dice. La escucho irse y regresar. Girando el torno me consigna un opúsculo. Pocas páginas, pero densas, sobre la vida en el Carmelo. «Aquí tiene. Todo aquello que podemos decirle está aquí dentro». Mis conversaciones con las carmelitanas finalizan aquí.
«Piense que para Teresa la clausura no fue una reclusión. En el convento encontró la libertad para leer, ¡sustraerse de la tiranía de los hombres!», me recuerda el padre Rómulo Cuartas Londoño. Carmelitano de Colombia, es vicerrector del CITeS, un centro de estudios por el que cada año pasan unas doce mil personas. Para saber algo más de la santa, llegan a Ávila de todos los rincones del mundo, de todas las confesiones. «Hay a quien le interesa la escritora, a otro la monja manager, a otro la pionera —en caso de que lo sea— de los llamados estudios de género. Cada uno tiene su Teresa». Y ellos los acogen a todos. Explico a Cuartas las entrevistas frustradas con las monjas. Él parece divertirse. «A las hermanas debería haberles preguntado por qué aman tanto los grupos tradicionalistas», dice socarronamente.
En efecto, parece existir una gran sintonía entre los dos conventos y los movimientos eclesiales menos favorables al Concilio. Cuatro de las monjas de San José son croatas provenientes de Camino Neocatecumenal. Mientras que en la Encarnación, la última incorporación ha sido la de una chica de veintidós años hija de un reconocido psiquiatra granadino próximo al Opus Dei. Llamada Almudena María de la Esperanza, se ha unido a la comunidad de clausura ocupando el lugar de una hermana que murió casi centenaria. Dicen que la novicia ha aportado una sustanciosa dote. Los conventos viven de esto y poco más: alguna ayudita de la Orden; lo obtenido de la artesanía; y las donaciones. De cualquier entidad: «Hace unos días les he llevado una garrafa de aceite de oliva y me ha parecido que se han puesto muy contentas de recibirlo», me explica una piadosa mujer.
Lo mejor de todo es que las carmelitanas son de hecho vegetarianas en una Castilla fuertemente carnívora. Los quioscos de Ávila están repletos de revistas de caza («Un buen jabalí para finalizar el año a lo grande», titula una en portada). Y en las noches polares de diciembre confortan las musculosas columnas de humo blanco que salen de las cocinas de los asadores, muchos de ellos legendarios. En el periódico local, solo dos noticias roban algo de espacio al aniversario teresiano: la amenaza de cierre de la fábrica de Nissan, que enviaría al paro a cuatrocientos trabajadores (hace un tiempo eran el triple, pero desde entonces la ciudad vive principalmente del turismo); y los repetidos ataques de lobos al ganado: la otra noche, en una granja, mataron cuatro vacas.
Con su pacífico extremismo, con su « No comment » —que puede rozar la afectación—, las monjitas parecen querer protegerse de otro tipo de lobos. Que tal vez se llamen mediatización, visibilidad o, sencillamente, periodistas. No están del todo equivocadas. Y, por otro lado, si no lo hicieran así, decidme qué tipo de clausura sería.
ZURBARÁN, EL EXTRATERRESTRE
En la Academia de San Fernando casi nunca hay nadie. Mucho menos en verano. Cuando Madrid «no es Madrid, sino una sartén solitaria», escribía en el siglo XIX Benito Pérez Galdós. Y, sin embargo, de las paredes de la Real Academia de Bellas Artes cuelgan cinco o seis goyas que por sí solas merecerían el viaje. Entre ellos, el archiconocido El entierro de la sardina . Algunas salas más adelante, se encuentra la de los zurbaranes, entre ellos cuatro retratos de monjes mercedarios casi tan altos como quien los observa. Los religiosos escriben. Podrías decir bajo dictado divino, dado que no miran ni la hoja. Tienen la vista perdida en profundas cavilaciones. Calvos, salvo una cinta de cabellos canosos, tan solo un poco menos blancos que las túnicas que estallan en el severo vacío. As del Siglo de Oro, Francisco de Zurbarán (1598-1664) fue definido como el Caravaggio español. Aunque tal vez de forma demasiado aproximada y generosa. Ya Roberto Longhi se quejaba: «Exagerada simplificación», apuntaba. Porque «si bien insistió durante más tiempo que Velázquez en los contrastes de un claroscuro extremo», Zurbarán «lo utilizó, más que para una libre búsqueda pictórica, a efectos de un austero y dogmático rigor, centrado casi exclusivamente en temas religiosos o monásticos».
Frailes tenebrosos, santas torturadas, martirios en grilletes… Durante mucho tiempo, el arte de Zurbarán ha sido considerado una especie de gran spot publicitario de la Contrarreforma más oscura. Símbolo de una España negra, inquisitorial y meapilas. Pero se trataba de una etiqueta demasiado tajante. Porque dichas pinturas sortean el didacticismo hagiográfico. Y desmarcándose del gusto gore tan en boga en la época, resuelven los temas del sufrimiento o del sacrificio con grandes muestras de elegancia y pudor. Observad el San Serapio : atado por las muñecas, el monje acaba de morir bajo tortura. Pero en su rostro no hay sufrimiento. Como mucho, una expresión de agotamiento, como la de quien se hunde en el sueño tras un día muy duro. Sobre la túnica blanca y de complicados drapeados no hay rastro de sangre.
¿Caravaggio español? «Aunque inicialmente adoptó el naturalismo, el tenebrismo, el uso dramático del claroscuro, es improbable que Zurbarán haya visto cuadros de Merisi. Más bien se remitía a los caravaggistas», me explica Gabriele Finaldi, ex director adjunto del Prado que más tarde pasaría a estar al frente de la National Gallery. ¿Pero quién era Francisco de Zurbarán? Un personaje gris de quien sabemos muy poco. Provenía de Fuente de Cantos, en Extremadura. El padre era mercero: «La habilidad a la hora de representar tejidos la había desarrollado durante su infancia transcurrida entre telas». En 1614 lo envían a Sevilla a estudiar pintura. Pero con un don nadie, un tal Pedro Díaz de Villanueva, y no en el prestigioso taller de Francisco Pacheco del Río, donde se formó el genio de Velázquez, que además se convirtió en yerno del dueño al casarse con su hija Juana. En aquellos años, gracias a los galeones que traen de El Dorado americano todo tipo de bienes, la capital andaluza es el Wall Street o la Shanghái de Europa. Babel de mercaderes, banqueros, armadores. Lo que genera también una floreciente actividad de rufianes, asesinos, jugadores y pícaros. El dinero obra milagros. Y santa Teresa de Ávila se muestra preocupada: en Sevilla, «he oído siempre decir que los demonios tienen más mano allí para tentar». Mecenas y nuevos ricos despilfarran. Pero, una vez finalizado el aprendizaje, Zurbarán, hombre humilde, regresa a la periférica y desolada Extremadura. Es en ese lugar apartado donde comienza a darse a conocer. Llueven los encargos. Tantos que Francisco vuelve a establecerse en Sevilla. Al poco choca con la corporación de pintores —el típico grupito mafioso presente en muchas profesiones—, que le exigen: o pasas el examen para maestro pagando un precio, o aquí no trabajas. Zurbarán los manda a paseo. También porque entonces ya es muy solicitado. Franciscanos, dominicos, jesuitas, trinitarios… Las órdenes religiosas se lo disputan. Asimismo, vende bien en las Américas.
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