Hélène Blocquaux - Cuentos de Arena

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Lo que descubrió Hélène Blocquaux, después de una ardua investigación, fue una cultura pletórica de trajes, máscaras y rituales; una cultura llena de colores, de lenguaje florido y de público (de todas las clases sociales) que desahogaba sus emociones gracias a las canciones (las que acompañan a cada rudo o técnico al ring); le llamaban la atención el réferi (vendido o leal), las edecanes, los vendedores, en suma, se sintió atraída por un deporte-espectáculo sonoro y colorido donde los golpes sí son reales, aunque muchos espectadores todavía no lo creen. Para ella, la lucha libre define a la perfección lo que es México, un país de gente valiente que nunca se rinde ni siquiera cuando el dolor o el miedo apremia o cuando en la situación más desesperada aparece, como solución, la magia. Guadalupe Loaeza

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Afirma la ciencia que sólo se debe asumir aquello que se pueda demostrar. Por si acaso, después de cada caída, Black Bull se pincha ligeramente la piel de la mano para saber de qué lado de la frontera del temporal se encuentra.

Una lucha de película

Si Blue Giant no hubiera perdido su máscara aquella noche, el equipo de producción lo hubiera escogido entonces para convertirse en el héroe de la pantalla grande por décadas. ¿Pero en verdad, éste hubiera podido ser el desenlace final del combate de máscara contra máscara contra su archirrival Silver? “El que conserve puesta la máscara terminada la lucha será el héroe de mis próximas películas”, gritó Bartolo el productor sentado en primera fila de las butacas unos segundos antes de que retumbara hasta el techo ya de por sí estropeado de la arena el silbato estridente. El aviso surtió efecto. Los dos contrincantes retiraron sus capas y las lanzaron cerca del público que se levantó con la esperanza de quedarse con una prenda de sus estrellas. Detrás de las máscaras, dos gladiadores se retaban en la cúspide de su rivalidad, gestada desde su primer mano a mano meses atrás, jugándose sus respectivos destinos cinematográficos.

El público ansiaba descubrir el rostro del perdedor o, por qué no admitirlo, el nombre verdadero del técnico adulado. Pero la tercera caída revirtió todas las apuestas, cuando, a pesar de su elasticidad espectacular, Blue Giant no logró aplicar una de las llaves de su creación. Silver logró liberarse del último movimiento que estaba a punto de inmovilizarlo y rindió a su contrincante con la llave que llevaba su propia firma: la Silveriana. Sobre los tres golpes en la lona, Bartolo tachó sin pestañear, de un trazo de pluma, el nombre de Blue Giant en el contrato de exclusividad para filmar una serie de películas sobre el deporte del pancracio. Se acercó al triunfante de la noche para conseguir su firma al calce del documento. Mientras tanto, las aficionadas descubrían los rasgos del ídolo caído con un suspiro de satisfacción, aunque hubieran preferido conocer los del enmascarado cuya identidad permanecía intocada. Los hombres por su parte festejaban con grandes ovaciones el nombre de Silver.

De haber conseguido la tapa de su adversario en aquella fecha, la fama del legendario Blue Giant como actor hubiera alcanzado entonces la del gladiador afamado y todo el cine de luchadores hubiera llevado el sello de una sombra azul en vez del color plateado del equipo mítico de su rival. Cuando caen las máscaras es para siempre, al menos que el luchador espere un tiempo razonable antes de crear un nuevo personaje para ofrecer a la aguerrida afición. A partir de entonces, el personaje de Silver empezó a invadir las salas oscuras mientras que la carrera de Blue Giant despuntaba sobre las cuerdas del ring con sus míticas llaves aéreas.

Secretos de la arena

Las mujeres luchan por la vida, pero algunas contadas se atreven a hacerlo también en el ring. Dicen los aficionados que las gladiadoras dan el mejor espectáculo de la cartelera luchística. La Dama Blanca sabe por qué y por quiénes arriesga su vida varias veces a la semana. Tiene que dar la mejor lucha con sonrisas y besos lanzados al público aunque al bajar del ring abrace a sus dos hijos todavía asustados por los lances y llaves ejecutados por su madre. “No pasa nada, aquí sigo y aquí seguiré”, les contesta sin vacilar e invariablemente la Dama Blanca.

El entrenamiento previo al campeonato es un día sagrado para los luchadores. Para aquella ocasión de gala, la Dama Blanca había decidido alargar su rutina.

Corriendo entre las gradas, sintió que no se encontraba sola en la arena sino que una presencia la acompañaba, siguiendo sus pasos cada vez más acelerados. La Dama Blanca volteó con preocupación. La silueta mal esbozada que acababa de ver se iba tal vez a pegar a su cuerpo como una segunda piel de luchador. Pensó que podía tratarse de una broma de sus hijos que la estaban esperando en el vestidor e intentó sorprenderlos para regañarlos. Bajó de las gradas conservando el mismo ritmo de su correr y se asomó al vestidor. Su ropa se encontraba colgada tal como la había dejado y el lugar seguía luciendo tan solitario como su vida sentimental. ¿Quién sería el valiente que se atrevería a subirse al ring de la vida con ella? Armándose de valor y recogiendo sus fuerzas, subió nuevamente a las gradas. La Dama Blanca tenía que ser la mejor en el ring al día siguiente. Al terminar la primera vuelta, oyó además de su trote regular y su respiración, unos suspiros de rebote. Sus pasos se escuchaban dos veces debido al eco que golpeaba las paredes de la arena como si algún luchador le estuviera haciendo segunda.

En los días muy cotidianos de la Dama Blanca, no cabe el miedo. El valor que le confiere su soledad de mujer y las pláticas con sus hijos llenan cada momento libre entre dos luchas. Pero en este preciso momento, los pretextos y las hipótesis múltiples ya no eran suficientes para evacuar el sentimiento de temor que estaba a punto de paralizarla. Antes de que sucediera, recogió a sus retoños y huyó de la arena procurando callar lo sucedido.

Existe la creencia indestructible entre luchadores que los murmullos de voces mezcladas o suspiros que invaden la arena, aparecen fugitivamente como remembranzas de las grandes figuras de la lucha libre mexicana. Sus luchas, penas, heridas y alegrías quedaron impresas como huellas de esfuerzos intensos en las paredes de la arena que a veces salen para contar una hazaña de antaño o alentar a su manera muy particular las futuras estrellas del pancracio.

Biografía de una máscara

La máscara es la tapa más segura para cubrir los rasgos verdaderos del luchador. Amolda a la perfección el rostro original creando así la segunda identidad de su dueño. Pero la faz enmascarada del luchador, aquella que fascina al público en el ring, es tan insegura como su propiedad misma. Los objetos no son pertenencias propias sino prestadas y cuando quieren irse, encuentran el medio más insólito para lograr su propósito. Al igual que las personas, su destino es imprevisible.

Elías salió del taller del mascarero de la ciudad con el nuevo diseño para su personaje: Máscara de Jade. No pudo resistir a la tentación de probarse la máscara antes de llegar a su casa. A partir de ese momento, una serie de acontecimientos misteriosos que congelarían la sangre de por sí fría de cualquier valiente luchador empezaron a desencadenarse. Elías estaba fascinado por su nueva apariencia. La privacidad que le confería el porte de una faz artificial era total. Ni siquiera se la quitaba para bañarse. La máscara se volvió su segunda piel. Las dos facetas identidarias que conforman el gladiador se adhirieron. Elías era Máscara Jade de día y de noche, viviendo al máximo los poderes de seducción de su personaje. Sin embargo, en la plenitud de su invencibilidad empezó su proceso de quebrantamiento con un grito de Bertha, su mujer, al borde de la estallido. “¡Quítate la máscara por lo menos para dormir, apenas si me acuerdo de tu cara!” Bertha obtuvo una respuesta favorable aunque insuficiente, a su gusto. Primero, escondió la máscara, provocando así la anulación de una función. Más adelante, decidió lavarla sin que Elías se enterara. Observó que la tela había encogido ligeramente pero se quedó callada. La noche siguiente, Máscara de Jade no entendió por qué tenía tanta dificultad para colocársela pero insistió. A fuerza de estirones consiguió finalmente ajustársela como guante. Durante el combate, las costuras cedieron una tras otra. El réferi descalificó al rudo bajo la sospecha de que había intentado arrancarle la máscara. Aquella noche, Máscara de Jade fue el primero en salir de la arena, con su máscara en la mano, avergonzado por la pérdida de su incógnito. Advirtió la presencia de un niño frente al cartel de la arena. “¿No pudiste entrar mi hijo?”, preguntó. “No señor”, contestó el niño decepcionado. “Sabes, no te perdiste de nada, en cambio ganaste una máscara”, prosiguió entregándole su rostro de guerra descosido, antes de desaparecer furtivamente. “¡Máscara de Jade!”, exclamó el niño con una alegría que hubiera conmovido al luchador. El niño no pudo resistir a la tentación de probársela antes de llegar a su casa empoderado.

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