RAMÓN LÓPEZ REINA
CURA DE ESPANTOS
Más allá de la noche de los asombros
ANTEQUERA 2018
CURA DE ESPANTOS
© Ramón López Reina
© de las ilustraciones, Francisco Romero
Diseño de portada: Dpto. de Diseño Gráfico Exlibric
Iª edición
© ExLibric, 2018.
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ISBN: 978-84-17334-64-2
Nota de la editorial: ExLibric pertenece a Innovación y Cualificación S. L.
Dedicado con todo mi cariño a Pepita Soria. Aquella humilde mujer que siempre recordaré por darnos toda su energía positiva, su amor y su humor desbordado e inconmensurable. Aquella mujer que nunca le gusto que le llamaran “abuela” siendo ella “la mejor abuela que yo haya podido tener”.
Viniste a visitarme en sueños desde algún lugar del cielo plagado de macetas y flores. Me felicitaste por la realización de mi libro con esa peculiar sonrisa que siempre mostrabas para después subir al cielo de nuevo en un instante.
Solo quiero decirte que siempre estarás con nosotros como ángel de la guarda fiel.
…Y en esto que le preguntó aquel hombre de campo al cura de turno:
—Padre, ¿y de verdad cree usted que Dios existe?
A lo que el cura contestó:
—Pues mire usted. ¡Del cielo para abajo, todo el mundo vive de su trabajo!
Vivencias, R.L.R.
Volví a recorrer una noche cualquiera aquel camino que llevaba hasta la casa de aquel anciano. Aquel hombre que tantas y tantas veces me contó las historias más insólitas, extrañas y misteriosas que jamás escuché. Aquella persona que inspiró mi trabajo literario y que fue el origen del primer libro, La noche de los asombros. A medida que avanzaba subiendo la cuesta que me llevaba a su hogar, extrañaba que no pudiera ver su figura sentada al fresco en la acera. Llegué por fin a su casa, una casa impregnada de viejos recuerdos, de otrora vivencia en los tiempos antiguos. Pero aquel hombre mayor y solitario ya no estaba en casa.
La puerta, que tantas veces me abrió con alegría de amigo leal, estaba cerrada a cal y canto para nunca abrirse más. Partiste en silencio, sin advertir a nadie, en un viaje que solo tú debías hacer. La tristeza me inundó por completo mi querido amigo, pues quería hablarte de este mi nuevo libro del que te debo su inspiración. El tiempo de aquel instante quedó paralizado como si no transcurrieran las horas. Me sentí inmerso en una espiral de viejos acontecimientos e historias que recordaba una y otra vez en aquella inesperada ausencia. Una voz interior me decía que debía seguir escribiendo, seguir relatando aquellas historias en memoria de mi viejo y más leal amigo; contar las cosas que otros no suelen contar; describir situaciones inverosímiles que a nadie dejan indiferente; mostrar una luz tenue dentro de la oscuridad del olvido; recuperar nuestro pasado para entender el presente y mejorar en el futuro.
Recuerdo que siempre me decías que los «asombros» existían, que si alguien no creía en ellos, era porque no le interesaba: «Cosas raras verás a lo largo de tu vida que te harán creer…». Siempre recordaré aquellas palabras irónicas propias de ti, acompañadas de la más sincera risa: «¿Pero todas estas historietas vas a escribir? Te van a tomar por loco». Y qué tal si te digo, mi querido amigo, que no, que no me tomaron por demente, que todas aquellas viejas historias cautivaron a muchas personas que como yo quedaron atrapadas en el misterio y lo extraño de todas ellas, viéndose reflejadas al recordar también de sus mayores haber escuchado relatos similares.
No puedo dejar de recordar aquella respuesta que me brindabas a la pregunta clásica de todas aquellas entrevistas: «¿Ha sentido usted alguna vez miedo?» Y tú me respondías impetuoso: «¡Mucho! A lo largo de toda mi vida. Pero, como viejo que soy, he visto de todo. Estoy curado de espantos».
Ruego me perdonen estimados lectores si en algún momento consideran muy osado pecar de atrevimiento por mi parte redactar este artículo, pudiendo molestar a alguien que es vecino o tiene cierta relación con esta calle o zona. Es más que probable que muchas personas tengan un recuerdo feliz de su estancia en ella y desde luego no es mi intención estigmatizarla en absoluto. Solo pretendo unir los cabos sueltos de una sucesión de hechos reales o quizá rumorología y leyenda que hacen que esta calle sea la que más misterios alberga en su histórico pasado. Sin duda, me refiero a la calle Fresca de Antequera.
Es por ello lo del nombre del título, quizás algo pretencioso y exagerado o desacertado para algunos, pero que no deja de tener un nexo con lo extraño o insólito. Verán, no pocos años he estado recorriéndola para acceder a la entrada de mi colegio y a sus pistas deportivas. Una calle larga que, a pesar de ser «céntrica», cuando no hay o había entrada o salida de colegiales, se quedaba como solitaria. Me referiré también a su poca luminosidad de antaño cuando caía la noche que le daba un aspecto aislado. Máxime cuando convergen en ella el descampado o rellano de La Moraleda y el de los actuales parkings frente al callejón Urbina. Siempre recordaré como los mayores instaban a los niños de la década de los 80 a no pasar por ella a determinadas horas por aquello de lo oscuro y solitario de su naturaleza.
Describiré, si me lo permiten, hechos que se sucedieron en esta calle, para vislumbrar su pasado, sin guardar una cronología, relacionado con el misterio y con la oscuridad de la muerte. Es el escenario del crimen de un muchacho por un supuesto ajuste de cuentas en la década de los 80. Un macabro crimen llevado a cabo por tres personas, en el que a la víctima le destrozaron la cabeza con una piedra.
Recordaremos también cuando en 1756 fue encontrado en esta misma calle el cadáver de un niño a las alturas del convento de Nuestra Señora de la Victoria y que, según los indicios del análisis médico de aquel tiempo, posiblemente fuera violado. No hay constancia de ello, pero la rumorología nos lleva a considerar el descampado aledaño, conocido como La Moraleda, como posible lugar en el que dos hombres se batieron en duelo por su honor en el siglo XIX.
Allí mismo supuestamente fueron fusiladas y enterradas las víctimas de la brutalidad bélica; de hecho, hasta no hace mucho existía un monolito en forma de cruz en clara dedicatoria a los caídos en la Guerra Civil.
Algunos testimonios afirman que al final de la calle Fresca, cerrada por unas chapas, había una especie de acequia, donde se dice que apareció algo muy desagradable y terrorífico, tratándose sin duda del arroyón cercano al callejón de Urbina, donde los niños se asomaban con cierto miedo para ver las aguas sucias correr.
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